Podrán decirse muchas cosas de Jorge Capitanich, uno de los jefes de Gabinete de la presidencia de Cristina Kirchner, menos que se equivocó en una de sus sentencias matinales en sus épocas de Casa Rosada. "Con el trigo se hace la harina, con la harina se hace el pan...", dijo hace casi dos años.

La harina, alimento esencial para la elaboración de gran parte de la dieta criolla, mantiene sus fieles. Según datos de la Federación Argentina de la Industria Molinera (FAIM), cada argentino consume, en promedio, 91 kilos de harina per cápita.

La cifra de 2015 es similar a la de 2014, aunque inferior al récord. La FAIM estimó que el año de más consumo fue 1989, cuando cada habitante del país consumió 101 kilos. El otro extremo se dio en 2006, cuando el indicador estuvo en 82 kilogramos, al menos desde que se confecciona la estadística, en 1981.

Históricamente, julio es el mes en el que hay más molienda de harina, una tendencia que también se dio el año pasado.

El mercado de la harina está dividido en varios grupos y no todos son para consumo humano. Las pastas, el pan y los productos de panadería son de los más importantes. Claro que muy cerca está el rubro galletas dulces y saladas. Finalmente hay una utilización más industrial, como alimentos balanceados.

El pan y los productos de panadería, que en la Argentina son cada vez más buscados, están entre los que más han crecido en los últimos años y ya explican poco más de un tercio del consumo mundial.

Otro de los grandes rubros que muestra crecimiento es la proliferación de las comidas rápidas, grandes consumidores de pan en el mundo.

Según Transparency Market Research, fue 2013 el año en el que el mercado de Asia-Pacífico captó la mayor cuota del mercado mundial de la harina, en términos de demanda por volumen.