Sólo queda de pie Alejandra Gils Carbó, la procuradora general. La mujer que maneja a los fiscales. El resto de la trinchera donde el kirchnerismo, a instancias de Cristina Fernández, pensaba resistir empezó a desmoronarse. La ofensiva de Mauricio Macri en ese terreno, enmascarada por gestos de cordialidad, ha sido implacable. Alejandro Vanoli prefirió eludir cualquier escándalo y dejó vacante el Banco Central. Tristán Bauer partió de la jefatura de RTA (Radio y Televisión Argentina). Martín Sabbatella debió ser desplazado por decreto y desalojado de la sede de la AFSCA (el ente que fiscaliza y regula los medios de comunicación) por orden judicial. Cayeron además otros soldados de rango menor. La lógica de las decisiones presidenciales no parecieron compadecerse con un simple y sencillo –que no es– cambio de Gobierno en democracia. Tendría que ver con la necesidad de barrer en el menor tiempo posible, para exprimir su tiempo de gracia, ciertos cimientos de un régimen caído.
Algunas ruinas de ese régimen están a la vista en diferentes recovecos del poder. Llama la atención del periodista, por ejemplo, el afecto y la emoción de muchos veteranos empleados de la Casa Rosada por su regreso después de un tiempo prolongado. Mejor no repetir un montón de confesiones. ¿Qué pudo pasar allí adentro los últimos años para explicar tanta algarabía liberada? Una curiosidad sirvió para dar una pista: ¿por qué las alfombras están recubiertas con plástico?, preguntó el periodista a un miembro del protocolo mientras caminaba hacia el hall principal de Balcarce 50. “Porque a la señora no le gustaba que pisotearan las alfombras”, replicó parco. La señora es Cristina. El hombre que se ocupó de plastificar los senderos se llama Oscar Parrilli. Terminó la década K como jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), pero siguió oficiando de ordenanza.
Hay gigantescos manchones en paredes de varios despachos que denuncian la desaparición de cuadros. También clavos abandonados. Aún no fueron cubiertos. La burocracia administrativa intenta establecer adónde fueron a parar un par de buenas pinturas de artistas argentinos. Los demás resultaron retirados por voluntad de las autoridades macristas. Eran grandes fotografías enmarcadas de Néstor Kirchner. Casi gigantografías. El busto del ex presidente, que Cristina inauguró en el acto final, permanece intacto en el hall central.
En los pasillos de la Rosada se descubre mucha gente, en general joven, sentada en los sillones de espera. El periodista imagina que obedece a la intensa actividad de los funcionarios que llegaron hace poco más de dos semanas. Error: “Son empleados que no tienen lugar ni tareas asignadas”, aclara un secretario de Estado. La misma historia se repite en todas las dependencias oficiales. Gabriela Michetti está anonadada por la deudas en el Senado que posee un presupuesto millonario. También, por los informes de sus asesores sobre el personal que se presenta cada día solicitando la asignación de trabajo. Muchos de ellos ni siquiera concurrían al Congreso.
Las vigas del régimen que se acaba de ir eran, por lo visto, precarias. Sostenidas casi únicamente por la omnipresencia de Cristina. Va quedando un amontonamiento de personal conchabado en su época sólo para militar. O la terca resistencia de kirchneristas. El ministro de Ciencia y Técnica, Lino Barañao, no la pasa bien con su continuidad. Camporistas de su área de trabajo, fanatizados, han instalado un rumor intenso que califica de “traidor” al funcionario. En algunos medios de comunicación del Estado, periodistas militantes que recién ahora declaman republicanismo prometen estirar su prédica en barrios y plazas. Más teatro que régimen, de verdad.
Macri resolvió encarar el ordenamiento de aquella difícil situación consciente de sus carencias: la falta de control en Diputados y en el Senado. Viene recurriendo, como sistema, a los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). Algunos, más prolijos y necesarios que otros. El mecanismo implica asumir facultades propias del Parlamento. El kirchnerismo, como si no hubiese sido autor de la historia prepotente que escribió, denuncia presunto fascismo o dictadura. El diputado Máximo Kirchner debería someterse a varios hervores antes de ingresar al Congreso.
Su padre, el ex presidente, fue el mandatario que más DNU dictó, en promedio, en los 32 años de democracia. La estadística resulta reveladora. En cuatro años y medio firmó 270, a una media de 60 por año. Uno cada seis días. Carlos Menem redondeó 545 pero en diez años y medio de poder. Uno cada siete días. Cristina no necesitó tanto de aquellos DNU porque, sobre todo a partir del 2011, dispuso de la comodidad de la escribanía del Congreso.
El kirchnerismo –en especial Cristina, en sus ocho años– siempre dijo que el ex presidente recibió un país en llamas. Como modo de justificar, tal vez, todas sus conductas. Es cierto que la situación estaba mal, pero Eduardo Duhalde había empezado a encarrilarla, tras el caos del 2001, durante su emergencia. Macri recibió en apariencia una realidad más normalizada. Pero rompiendo la cáscara se desmitifica tal cosa. De todos modos la excepcionalidad de los DNU en ningún caso deberá convertirse en un hábito.
Macri también pretende hacer uso inmediato de la expectativa que generó su ascenso al poder. Según un informe del consultor Hugo Haime, ese número ha escalado al 68% de la opinión pública. Un 62% aprueba su gestión y sólo un 20% la desaprueba. No son números para encandilarse porque se trata de las dos primeras semanas de gestión. Pero el macrismo no les quita el ojo. Tampoco a otras cosas. En especial, a la percepción social sobre el peronismo. El gigante disperso con el cual el Presidente debe lidiar en la oposición. Aquel trabajo de Haime denuncia otro par de cosas para no soslayar. Cristina está en el llano con un 40% de valoración positiva. No significa de votos. Un 32% de los encuestados opina que el PJ debería seguir respondiendo a las órdenes de la ex presidenta. Un 57% sostiene, en cambio, que tendría que alejarse. Ese forcejeo se aprecia en el campo de batalla.
Ese campo es el Congreso. Tierra yerma todavía para el macrismo, que a partir de febrero deberá comenzar a gobernar también con diputados y senadores. El peronismo-kirchnerista parece en ambas Cámaras libanizado. Pero con ciertas señales inquietantes: los halcones K en Diputados, que actúan por golpe de teléfono de Cristina, asoman dispuestos siempre a imponer sus condiciones.
Se observa en los grandes detalles. Las negociaciones con el macrismo. También en los pequeños. Días pasados el titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, programó una reunión con el vicepresidente primero, el peronista José Luis Gioja. Le costó hallarlo. Lo rescató en una oficina de dos por dos en el anexo del Congreso, sobre la calle Combate de los Pozos. Un auténtico sucucho. El varias veces gobernador de San Juan le confió que había sido raleado por los ultra K del edificio principal. Monzó se propuso encontrarle un sitio más confortable.
Ese clima beligerante dentro de la oposición más fuerte no resulta un buen augurio para el Gobierno. La primera prueba en el crepúsculo del verano podrá ser la convalidación o no de los DNU con los cuales Macri puso en marcha su gestión. Habría otro peligro en ciernes: que los más resonantes puedan judicializarse, como Sabbatella lo ensaya con la intervención en la AFSCA. La Justicia es casi siempre una geografía impredecible.
El primer fracaso del macrismo con la oposición sucedió la última semana con la integración de la Comisión Bicameral encargada de analizar los DNU. Se trata de 16 integrantes, divididos en mitades por diputados y senadores. El oficialismo se quedó con la mayoría en la Cámara Baja (cinco) aunque uno de ellos, como prenda de acuerdo, fue cedido al Frente Renovador. En la Alta, la partición fue de cuatro y cuatro.
Los senadores habían hecho un trato. Serían avalados los DNU de Macri a cambio de que el ex titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, fuera aceptado para conducir la Auditoría General de la Nación (AGN). Todo parecía estar encaminado hasta que estalló la rebelión. Hubo una admonición de diputados ultra K en el Senado. Con las voces marranas de Diana Conti y Juliana Di Tullio en la primera línea. Con el aval también del jefe del bloque del FpV, Héctor Recalde. Y la sombra inocultable de Máximo Kirchner y de Cristina. “Nosotros no vamos a aceptar ningún acuerdo que hagan ustedes”, dispararon a los senadores. Miguel Angel Pichetto, el eterno jefe, explotó.
La ruptura provocó varios desaguisados. Elisa Carrió y Margarita Stolbizer desparramaron acusaciones sobre Echegaray para impedirle que asuma en la AGN. El intendente de Resistencia y vice del PJ, Jorge Capitanich, envió una carta documento a Monzó intimándolo a designar al ex jefe de la AFIP. La integración de aquella Comisión Bicameral quedó en el limbo.
¿Qué podría ocurrir con los DNU con los cuales Macri apuntala hasta ahora su gestión? La no conformación de la Bicameral no les restaría validez. Para tumbarlos, tanto Diputados como el Senado deberían expedirse en contra. El macrismo está obligado a hacer malabares en ambas Cámaras para que esa posibilidad se desvanezca. Las primeras semanas del Presidente se deslizan sobre un camino de cornisa.