Mauricio Macri recibió saludos y felicitaciones de todo el mundo. Menos del Vaticano. El comienzo de su gestión ha estado en boca de todos. No en la de Bergoglio, que no ha parado de hablar desde que es Francisco y que sobre Macri no ha pronunciado una sola palabra.
La excusa es de protocolo y más difícil de creer que Capitanich barriendo calles en Resistencia: un pontífice no llama a un nuevo presidente para saludarlo. Francisco es muchas cosas salvo un Papa protocolar. Llama por teléfono y envía cartas y mails al por mayor. Es inevitable que su silencio con Macri provoque un ruido que no se puede disimular. Que desconcierta y que molesta a muchos.
El Papa atendió varias veces y con consideración a Cristina. La atendió cuando ella hacía campaña y pidió incluso que la cuidemos. Miró hacia adelante: cuando Francisco era Bergoglio la ex presidente se había negado catorce veces a recibirlo y no había querido siquiera visitarlo una vez al año en el Tedeum. Los Kirchner decían del cardenal que era un conspirador y lo acusaban de haber entregado durante la Dictadura a dos curas jesuitas a los militares.
El Papa peronista que habla mucho y con muchos y que no habla con Macri habló también con Scioli. Se enojó o dicen que se enojó con Cristina cuando Cristina puso a Zannini de vice y sobre todo a Aníbal de gobernador. Acaba de fotografiarse en privado con Moreno, que se fue de la embajada en Roma y que humilló y maltrató a medio mundo como secretario de Comercio.
Cuesta encontrarle explicación al enigma con Macri. En la Iglesia dicen que Macri es quien debe tomar la iniciativa. Huele a kirchnerismo que el Papa calle. También que si Macri tuviera que hablar, no lo haga. ¿Qué están esperando? ¿Quién da el misterioso primer paso? No sería sensato especular con una pulseada de egos. ¿O acaso sí?
Quizás exista algún episodio del pasado en que se desencontraran. Más cerca hubo al menos uno y bien claro: en vísperas del balotaje, el asesor de Macri Durán Barba dijo que Francisco no arrimaba “ni diez votos”. Un remedo de Stalin preguntando a los aliados en la Segunda Guerra Mundial cuántas divisiones tenía el Papa.
La construcción de un vínculo maduro entre los dos demanda romper el actual hielo y trascender eventuales recelos. La situación social y la dimensión de los desafíos políticos y económicos que embargan al país y no sólo a Macri lo requieren.
Como la transición es más que el traspaso de mando, pocos, mejor dicho nadie esperaba que el Papa se fuera a anotar en Cambiemos sino, sencillamente, que no cambiara.