Se conformó con prometer un nuevo estilo. Esa propuesta contrasta con el modo en que los Kirchner, Cristina sobre todo, ejercieron el poder.
Es lógico: Macri se sostiene en gran medida en un consenso negativo respecto
de sus antecesores inmediatos. Sin embargo, hubo gestos y palabras que
insinuaron que la innovación pretende ir más allá. Que lo que comenzó es un
ensayo de ruptura con algunas convenciones generales para manejar la vida
pública.
Frente a la Asamblea Legislativa, Macri fue más Macri que nunca. Declaró, como viene haciendo desde que ingresó a la política, la cancelación de toda épica.
Y lo hizo por la negativa: no a la mistificación discursiva, no al
providencialismo caudillesco, no a la acumulación de poder por la vía del
conflicto. Reivindicó la independencia judicial con una fórmula que atrapa las
dos caras del problema: a los jueces ansiosos por ponerse un nuevo yugo les
aclaró que esta vez "no son bienvenidos si quieren ser instrumentos nuestros".
También prometió ser implacable con la corrupción. Como Menem, como Kirchner, en
el mismo lugar, en la misma escena. El compromiso ha quedado tantas veces
incumplido que su repetición parece más una audacia que un lugar común. Las
precisiones programáticas no fueron más que las de la campaña. Pobreza cero.
Lucha contra el narcotráfico. Diálogo para reconciliar a los argentinos.
Macri podría haber definido su propuesta en los términos estrictos de la tradición liberal. Es decir, un consenso que no se construye sobre contenidos sino sobre reglas. En otras palabras: kirchnerismo a la menos uno. Pero habría sido un alarde conceptual. Y la pretensión del nuevo presidente es que su administración sea vista como un conjunto de especialistas abocados a ofrecer soluciones específicas a problemas tangibles.
Ese mensaje, que ya estaba sugerido en el diseño del gabinete, es también el
espejo invertido de los últimos 12 años. Los Kirchner interpretaron el gobierno
como el triunfo del deseo sobre el saber profesional. Si se presionaba como
correspondía, donde correspondía y a quien correspondía, aparecería el gas donde
no lo había, o bajarían los precios que tendían a aumentar. Macri ensayará el
ejercicio opuesto. La receta de los expertos se legitimaría por sus resultados
hasta generar un consentimiento vinculante. Los Kirchner apostaron a que la
política doblegaría a la técnica. Macri confía en que la técnica salve a la
política.
Sería incorrecto pensar que es un experimento ideado por un nuevo líder. Es la sociedad argentina la que está experimentando. Al cabo de un ciclo en el que el poder fue concebido como una hegemonía redentorista, capaz de absolver las miserias del presente en una utopía que está siempre por llegar, el país parece haber optado por la eficiencia tecnocrática. Puso el gobierno en manos de un partido nuevo, que es el eje de una coalición en construcción. Y reemplazó a una heroína bastante sobreactuada por un ingeniero retraído frente a la muchedumbre, que no sube al trono entonando un cantar de gesta, ni radica su propuesta en una genealogía. Éste fue el mayor contraste entre las palabras de Macri y las interminables arengas de su predecesora: quedó suspendida la obsesión retrospectiva. Después de una larga década en la que el poder manipuló el pasado para dominar el presente, el nuevo mandatario inició su período con un discurso sin referencias a la historia. Su mensaje careció de Rosas o Perones; tampoco tuvo un Néstor; ni siquiera un Alfonsín que cobije a los socios radicales. El único homenaje fue a Frondizi, un precursor cuyo ecumenismo está facilitado por carecer de descendencia. Macri tampoco habló de coalición. Ni del gobierno de un partido. Lo suyo es un equipo y un DT. Más allá, con pocas mediaciones, está la gente.
Esta presentación es, en sí misma, una estrategia política. Acaso la más adecuada para alguien que carece de mayoría en el Congreso. Y cuyo caudal electoral debe ser, en gran medida, fidelizado. Parte de la base social en la que se sostiene Macri está amalgamada por el rechazo al kirchnerismo. Él tiene, es verdad, una ventaja: Cristina Kirchner está poniendo lo mejor de sí para que esa plataforma se mantenga. Pero no alcanza. Las declaraciones de neutralidad partidista frente a la Asamblea fueron el marco de un programa cuyos primeros pasos son la reunión de hoy con los ex candidatos presidenciales, y el almuerzo de mañana con los gobernadores. Además de una virtud, la conciliación es una necesidad.
Por eso la dirigencia de Cambiemos indaga los signos de la interna peronista. El boicot que organizó la ex presidenta indignó en el propio partido. Dirigentes que estuvieron en silencio, como Carlos Ruckauf, por ejemplo, condenaron que hubiera "legisladores que no asistieron a la jura, sin respetar la voluntad popular". El sabotaje superó lo previsto. Dilma Rousseff aterrizó después de estar sobrevolando una hora el aeroparque porque Agustín Rossi, el ex ministro de Defensa, se fue sin firmar la exclusión aérea. Debió hacerlo el jefe de la Aeronáutica.
Macri y sus colaboradores saben que la armonía general depende de la fragmentación del adversario. Por eso celebraron la rebelión del PJ. Entre los gobernadores que asistieron a la inauguración estuvo, por ejemplo, la fueguina ultrakirch-nerista Rosana Bertone. Hubo diputados del Frente para la Victoria de Jujuy, La Rioja y Tucumán. Y los senadores tucumanos José Alperovich y Beatriz Mirkin.
En ese paisaje federal los dirigentes del oficialismo destacan al salteño Juan Manuel Urtubey, influyente en el Noroeste y sobre todo en Catamarca, donde su primo Dalmacio Mera Figueroa es vicegobernador. Además de amagar con una secesión, Urtubey tiene para Cambiemos otra cualidad: es el rival de Sergio Massa. El equipo de Macri quiere reducir la dependencia de Massa, sobre todo en Diputados. La razón es práctica: Massa enfrentará al Gobierno como candidato a senador bonaerense dentro de dos años. La relación con él alternará los abrazos con las puñaladas. Massa, astuto, acordó con María Eugenia Vidal el control de la Legislatura bonaerense sin comprometerse en el orden nacional.
El duelo entre Massa y Urtubey por el liderazgo poskirchnerista atrae por su simetría. Massa adelantó un alfil en tierra de su rival: el intendente de Salta, Gustavo Sáenz, fue su candidato a vice. Urtubey planea la jugada recíproca, pero su socio, Julián Domínguez, se demora. Sigue paralizado por el terror a la ex presidenta.
La necesidad de relanzar la economía es otro factor que puede contribuir a la gobernabilidad. Será el tema del almuerzo con los gobernadores. El presidente porteño pretende que se lo reconozca como un federalista. Por eso incorporó a los líderes provinciales a la administración del Plan Belgrano de infraestructura, que conducirá el radical José Cano.
Los mandatarios que se encontrarán con Macri sufren, con distinta intensidad, angustias financieras. Alfredo Cornejo, por ejemplo, recibió Mendoza con un déficit de $ 8000 millones. Y el rojo que acusa Vidal en Buenos Aires es de $ 42.000 millones. El malestar cambiario podría facilitar un diálogo con proyecciones sobre el Congreso. El retraso del dólar y las retenciones asfixian a las economías regionales. Estas dificultades heredadas son el tejido del nuevo sistema de poder. Se entiende, entonces, que la vibración de la épica haya sido reemplazada por el tono menor del tecnicismo.