En política internacional, como en otros campos, Macri es un proyecto en construcción cuya mayor virtud es no tener que desaprender aquello que quedó desactualizado.

La elección de su canciller tampoco define una geopolítica, porque Susana Malcorra tiene credenciales en lo que en el mundo diplomático se llama “la rama administrativa”. Era la mano derecha de Ban Ki-moon en las Naciones Unidas, pero nunca fue diplomática de vocación como Ban Ki-moon, quien se graduó en Relaciones Internacionales en su Corea natal y se posgraduó en la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard. La elección de Malcorra –además de contactos internacionales– les aporta a Macri y a Marcos Peña una eficaz ejecutora desideologizada.

El viaje de Macri a Brasil y Chile el mismo día muestra esa página abierta. Fue primero a Brasil para testimoniar que se trata del principal socio de Argentina, pero moderó ese gesto yendo el mismo día a Chile a dejar constancia de que el Mercosur, una alianza del océano Atlántico sudamericano, necesita ampliarse al Pacífico. Los países sudamericanos del Pacífico siempre fueron más pro norteamericanos y en general menos prejuiciosos para votar gobiernos de derecha. Los países sudamericanos del Atlántico, al no mantener pueblos originarios y constituir la enorme mayoría de su población con inmigrantes europeos y africanos, siempre fueron distintos a los países andinos y políticamente más parecidos entre sí. Brasil y Argentina tuvieron vidas políticas y económicas casi gemelas en las últimas cuatro décadas: dictaduras militares, alta inflación, llegada de la democracia, planes de convertibilidad, privatizaciones, llegada del populismo, planes de asistencia social universal, crecimiento del papel del Estado y agotamiento del populismo. A comienzo de los 90 era Argentina la que anticipaba a Brasil con su convertibilidad y privatizaciones, que luego imitaba aquel país. A comienzos de este siglo fue Brasil el que anticipó a la Argentina con los planes y subsidios de Lula y el crecimiento del gasto público con un Estado más presente. El Atlántico Sur es una zona geopolítica que comparte posibilidades y amenazas (aumento y baja del precio de las mismas materias primas que exporta) distintas de las de la zona geopolítica andina. Si el péndulo estuviera volviendo a que la Argentina adelantara a Brasil, el triunfo de Macri en las últimas elecciones aumentaría la posibilidad de que Dilma Rousseff perdiera su presidencia y el Partido de los Trabajadores de Lula entrara en su definitivo ocaso.

Alfonsín entendió la importancia fundamental que tenía Brasil para la Argentina, también Néstor Kirchner, pero no así Cavallo ni los cancilleres de Menem, que fueron siempre más pro ALCA y anti-Mercosur. ¿Tendrá Macri esa mirada?

Cuando en los años 90 todavía era el principal ejecutivo de Socma, la empresa de su padre, Mauricio Macri se quejaba del Mercosur por condenar a la Argentina a “ser una provincia de Brasil”. La experiencia empresarial del grupo Socma con Brasil fue muy frustrante. La firma del Mercosur y luego el acuerdo bilateral automotor privó a Socma de la licencia de Fiat en la Argentina porque ya no se trataba sólo del mercado local, sino que desde Argentina se abastecería interrelacionadamente a Brasil haciendo que los italianos quisieran operar en forma directa sus fábricas en nuestro país.

En Brasil mismo tampoco Socma logró hacer buenos negocios tanto con la recolección de basura en ciudades como San Pablo, Brasilia, Recife y Porto Alegre, de las que se tuvo que retirar, como con el Frigorífico Chapecó, al que llevó a la quiebra, obligando al entonces ejecutivo de Socma y hoy intendente electo de Lanús, Néstor Grindetti, a tener que irse con urgencia de Brasil. Chapecó llegó a tener 5 mil empleados en el estado de Santa Catarina y era la apuesta en el sector alimentario de Socma tras vender Canale.

El viernes, cuando Paulo Skaf, presidente de la poderosa Federación de Industrias de San Pablo (Fiesp) –sus asociados son responsables por casi la mitad de todo el producto bruto de Brasil–, recibió a Mauricio Macri y lo condecoró con la Gran Cruz del Mérito Industrial de San Pablo (sic), omitió cualquier referencia a ese pasado familiar. Skaf preside la Fiesp desde hace más de una década, cuando todavía Socma tenía presencia en Brasil y el hermano de Mauricio –Mariano Macri– vivía en San Pablo cuidando las empresas familiares.

Pero aquel Mauricio Macri de los años 90 dedicado a los negocios puede no ser el mismo que este actual, después de 15 años dedicados a la política. Y la aversión a Brasil, casi futbolera, puede haberse convertido en “aceptación estratégica” del socio natural de Argentina que aún hoy, en su peor crisis en más de medio siglo, sigue siendo la octava mayor economía del mundo y el único país que, junto con Estados Unidos y China, concentra población (más de 200 millones de habitantes), territorio (más de 10 millones de kilómetros cuadrados) y producto bruto (más de 2 mil millones de dólares).

China comparte con Brasil pertenecer al Bric, el club de las mayores economías emergentes. China es hoy el principal socio de Brasil, más que Estados Unidos, porque el total de las exportaciones de Brasil a China superan los 90 mil millones de dólares y el gobierno chino comprometió 53 mil millones de dólares de créditos para el plan de infraestructura en ferrocarriles y caminos de Brasil. Paralelamente, Macri aspira a revisar los dos contratos de centrales nucleares chinas en Argentina por 15 mil millones de dólares y el observatorio espacial de China en Neuquén que firmó Cristina Kirchner, algo que irrita a los chinos. Al igual que con Brasil, hay una intensa historia familiar del padre de Macri con China.

El kirchnerismo hizo del eje Brasil-China la base de su política exterior. Macri aspira a seducir también a Europa, Estados Unidos y la Alianza del Pacífico (esencialmente Chile, Colombia, México y Perú) con una geopolítica desideologizada con foco en lo comercial y las inversiones. Quizás funcione.