La pregunta es de un ex director del Banco Central y no valen respuestas mañosas: “¿Si vos tuvieses dólares, muchos o pocos, a qué precio estarías dispuesto a venderlos?”
Algo rudimentario pero bien específico, el interrogante busca deducir la cotización que podría estimular la oferta de dólares cuando el nuevo gobierno resuelva liberar el tipo de cambio. Para el caso, la respuesta que importa es la de aquellos actores que mueven divisas en cantidad.
Varios ejemplos convierten la pregunta en la pregunta del millón. ¿A qué precio liquidarán los exportadores de soja, maíz y trigo el enorme stock que mantienen retenido, aún con baja o eliminación de retenciones? ¿A cuál vendrían capitales de empresas dispuestas a invertir o ingresaría plata de argentinos colocada en el exterior? Y, al fin, ¿en qué punto estaría el beneficio de la oportunidad?
Dice el ex director del BCRA: “Será valiosa la confianza que Macri y el equipo económico despierten, pero también contará el precio y la oferta que el precio genere”.
Más que probable, seguro que Alfonso Prat Gay tiene un número en la cabeza alrededor del cual giran o van atadas otras variables potentes, como la inflación y las tasas de interés. Quizá sea, además de reservado, un número diferente al que algunos calculan hoy.
Habrá un tipo de cambio libre, pero no un mercado enteramente libre donde el valor surja del cruce entre la oferta y la demanda. Existirá un jugador importante, que intervendrá para impedir disparadas o grandes altibajos: el Banco Central.
Ahí tallarán los dólares que el BCRA logre captar y ahí anclarán su poder de fuego y su capacidad reguladora.
Por eso y por unas cuantas cosas más resulta crucial que el jefe de la entidad sea alguien que provenga del riñón del macrismo, capaz de tocar la misma música que el resto del equipo económico. Federico Sturzenegger, nunca un cristinista como Alejandro Vanoli.
Nadie ignora, ya, que las actuales reservas del Central no le permiten tallar nada. El dúo Kicillof-Vanoli está sosteniéndolas a fuerza de rascar todas las ollas, tal cual lo probó una movida muy reciente: metieron mano en el fondo de garantía de los depósitos, o sea, en la caja que se constituye con aportes de los bancos y protege a los ahorristas de cualquier contingencia.
Según fuentes del sistema financiero, Sedesa, la compañía que administra esos recursos, debió prestarle al BCRA alrededor de US$ 1.500 millones. Lo hizo con pesos propios que, convertidos a bonos argentinos dolarizados en Nueva York, terminaron engrosando las reservas.
Algo semejante pasa cuando la entidad emite pesos para comprar bonos en poder de la ANSeS y del Banco Nación. Solo que en este caso los títulos vuelven al mercado para enfrentar la presión sobre el dólar.
¿Cuántas reservas serían necesarias para intervenir en el régimen de tipo de cambio libre?, le preguntó Clarín a un ex funcionario de Economía.
Respuesta: “Reales, reales, lo mejor rondaría 30.000 millones de dólares. Unos 20.000 millones más que el stock bruto repleto de yuanes, de depósitos privados y de varias especies más que no son propiedad del Banco Central”.
Otros especialistas sostienen que de arranque el plus necesario asciende a US$ 10.000 millones, aunque todos coinciden en que sería riesgoso tirarse a la pileta sin antes tener un respaldo financiero sólido y además líquido.
Los sojadólares representan una alternativa que podría poner a tiro cerca de US$ 5.000 millones. “Otra, dicen en el mercado, es colocar un bono entre bancos y grandes empresas locales por 2.000 millones, a una tasa del 7% anual, dos puntos más baja que los manotazos de Kicillof”. Macristas encumbrados ya han hablado con exportadores y banqueros.
Y así el futuro jefe de la AFIP, Alberto Abad, sea reacio a las moratorias, la urgencia manda: habrá un blanqueo de capitales generoso también apuntado al objetivo de cosechar divisas.
Una vez afirmada esta estructura, llegará la hora de pasar de los contactos más o menos informales a una negociación firme con los fondos buitre. Es obvio que tener buenas armas y menos apuro potencia las posiciones propias. Ayudaría, además, una mano de Estados Unidos.
Ya dentro de la agenda inmediata resalta la decisión de dar de baja al dólar ahorro, un perdedero de plata tan irracional que en lo que va del año le ha costado al Central arriba de US$ 6.300 millones y ha significado privar a las actividades productivas de un recurso esencial.
El telón caerá apenas asuma Macri o con el levantamiento del cepo. E impedirá que entre el sueldo y el medio aguinaldo en diciembre puedan fugarse US$ 800 millones, un lujo asiático cuando urge reforzar reservas que tocan fondo.
De vuelta al precio del dólar, por fuera de cuáles sean las aspiraciones de los potenciales vendedores existe al menos un par de anexos nada intrascendentes por cierto.
Uno es la tasa de interés que acompañará al ajuste cambiario, para evitar que la montaña de pesos que inunda la economía se vuelque a la compra de billetes. Según varios analistas, el piso no debiera ser inferior al 35%, así fuese transitoriamente.
El otro dato es el porcentaje de la devaluación que será trasladado a los precios: algunos calculan la tercera parte, en promedio. Esto representa 10% si la devaluación es del 30 y el tipo de cambio de 13 pesos; más desde luego si va a 14 pesos.
Nada parecido a eso dan las estimaciones de Prat Gay. Dicen que desde hace rato el precio de los bienes que se comercializan en el mercado interno corre parejo al dólar blue y que, por lo tanto, el impacto de la devaluación será limitado.
Cuenta, también, la posibilidad de que el efecto no sea inmediato sino repartido en varios meses. Y el hecho de que personajes importantes del PRO, quizás el propio Macri, hayan pactado moderación con empresarios y supermercadistas importantes en la formación de precios considerados sensibles.
El resultado de estos malabares se verá sobre todo en la inflación de enero y en la de diciembre; medidas, se supone, por técnicos independientes y por un INDEC diferente al desastre que es hoy.
La idea es que hacia febrero haya índices presentables y útiles para contornear paritarias que arrancarán en marzo, con una vigencia inicial que el macrismo piensa achicar a seis meses. La segunda ronda, piensa también, se hará en base a indicadores de precios más bajos.
Y casi ni hace falta agregar la carta del aumento del mínimo no imponible, especialmente atractiva para dirigentes de gremios poderosos. Tampoco, que el presidente electo viene cultivando esas relaciones sindicales hace un tiempo. Como cuadra en alguien que siempre aspiró llegar adonde llegó.
Pero en cualquier caso resultará decisivo acertar con las primeras medidas, porque tienen incorporado nada menos que el ajuste cambiario. No será cosa del equipo económico solamente: cotizarán mucho, muchísimo, la capacidad y la habilidad políticas de Mauricio Macri.