Los ojos de la política y de la opinión pública estarían a esta altura menos en la campaña que en la transición. Difícilmente en los días que restan Daniel Scioli pueda conmover con alguna novedad sobre Mauricio Macri. Lo mismo, aunque en sentido opuesto, le ocurre al candidato del PRO. La última tenida entre ambos fue el debate del domingo en la Facultad de Derecho que, en torno a los contenidos del futuro dejó muy poco. En eso hubo equilibrio. El pequeño desbalance en favor de Macri habría sucedido sólo por el lenguaje corporal y la imagen. El impacto de la televisión suele ser decisivamente ése.
Los problemas asomarían ahora en otro terreno. La herencia que Cristina Fernández le dejará a su sucesor. Será la misma para Scioli o para Macri. También figura el tránsito de la cesión del poder en Buenos Aires. El sciolismo sabe que la nueva mandataria es María Eugenia Vidal. El proceso está en marcha, aunque la inminencia del balotaje del domingo lo entorpecería.
Scioli consiguió que en la recta final de la campaña la Presidenta resigne el centro de la escena. No ha habido en los últimos días ni cadenas nacionales ni intervenciones públicas. Un alivio para el candidato. Pero cuestiones controvertidas del ejercicio de su poder ocurren de todas formas. En especial, la premura con que Cristina se encarga del desembarco de militantes en la estructura del Estado. Se ha designado el octavo embajador –ahora en Ucrania-- en apenas 25 días. Llamativo para un Gobierno que ha tenido en mas de una década desprecio por la diplomacia. Bastaría para entenderlo con explicar una cosa. Hasta no hace mucho la Argentina exhibió una docena de embajadas vacantes en el exterior. Algunas en Europa.
Las designaciones ligadas a las relaciones exteriores están lejos de ser las únicas. Ni siquiera las más numerosas. Mediante una tarea metódica y silenciosa –con publicaciones en el Boletín Oficial-- la Presidenta ha consumado en las tres últimas semanas cerca de 5 mil nombramientos. El cálculo estricto se hace difícil porque suceden por goteo. Ayer se supo, por ejemplo, de un llamado a concurso para cubrir 1.100 cargos en el Hospital Posadas. Ya se produjeron ingresos masivos en Economía, Planificación, Cancillería, Justicia, el PAMI y medios oficiales ligados al sistema de comunicación.
Semejante ofensiva podría merecer varias interpretaciones. Ninguna favorable a los intereses de Scioli. Sergio Massa fue el primero en advertir hasta el 25 de octubre sobre la existencia de tal descontrol. Macri tomó la posta con moderación desde que entró en la carrera del balotaje. “El Estado no puede convertirse en un aguantadero de La Cámpora”, disparó. Los camporistas son siempre los beneficiados de la decisiones presidenciales.
El tema sería inconveniente para la agenda de campaña del candidato K. Incluso para el mensaje de supuesta autonomía que empezó a esgrimir desde que la tendencia electoral le alumbró desfavorable. Scioli machaca con la independencia de su futuro posible gobierno. Uno de los argumentos que repitió en el debate fue que Macri pretendía discutir con aquellos que se van y no con quienes estarían por llegar. Como para trazar una frontera entre él y el kirchnerismo. La realidad relativizaría su posición.
Aquellos masivos nombramientos en el Estado inducirían a conjeturar otro par de cosas. La pretensión de Cristina de condicionar a su candidato si, al final, llega a la Casa Rosada. O también, alguna desconfianza implícita sobre sus posibilidades reales de triunfo. El enquistamiento camporista en el Estado sería, en ese caso, un bastión de resistencia contra Macri. No resultará sencillo para el líder del PRO, si le toca gobernar, desovillar esa madeja.
El macrismo tiene destinadas ahora sus baterías en otros campos. Desde ya, la campaña. También la transición en Buenos Aires que conquistó el 25 de octubre. El principal distrito electoral será la viga maestra del PRO para empalmar con la administración en la Ciudad y apuntalar también, si ganara el balotaje, la administración nacional.
Esa transición tendría por el momento oscilaciones. Habría disposición política del sciolismo para allanar las cosas. En especial, voluntad política. Aunque surgirían áreas en las cuales se podría progresar con mayor facilidad que en otras. El ministro asesor del gobierno provincial, Gustavo Ferrari, informa a los representantes macristas sobre el encuadramiento jurídico y legal de la gestión presente. El cargo está llamado a desaparecer en el organigrama que cavilaría Vidal.
Quizás, también, la jefatura de Gabinete que desempeña Alberto Pérez. Cobraría mayor dimensión política el ministerio de Gobierno cuya titularidad sonaría cantada: correspondería a Federico Salvai, legislador porteño del PRO, hombre de extrema confianza de Vidal. El dirigente es el esposo de Carolina Stanley, la ministro de Desarrollo Social de la Ciudad. No les aguardaría, tal vez, una época de convivencia sencilla. Porque la mujer permanecería en la Ciudad junto al intendente electo, Horacio Rodríguez Larreta. La distancia, de todas formas, no sería obstáculo insalvable para Salvai.
Se trata de un atleta amateur acostumbrado a bajar tiempos en los grandes maratones. Participó hace pocos meses en la travesía de los Andes, corriendo tres días. Entrenó casi cinco meses antes de sacarse el gusto de transitar los 42 kms de la envidiable de Manhattan. Aunque la demanda política de Buenos Aires, tal vez, podría dejar esos récords en un álbum de recuerdos.
Otro sector que avanza en la preparación del traspaso entre sciolistas y macristas está ligado a la seguridad. Cristian Ritondo, responsable a priori del área, tiene origen peronista y conoce los rincones mas turbios del conurbano. Es amigo, incluso, de algunos de los barones. De los que se fueron y de otros que retuvieron el poder. Mantiene línea abierta permanente con Alejandro Granados, el ministro de Seguridad de Scioli e intendente recién reelecto en Ezeiza.
Los enigmas, sin embargo, no lograrían dilucidarse sobre la economía. Silvina Batakis, la ministro, demuestra interés. Pero las cifras concretas de la situación macroeconómica de la provincia aún no asoman. Hernán Lacunza, un economista de Macri postulado para reemplazarla, tenía estimado en $ 15 mil millones el déficit bonaerense. Se estaría desayunando, con información filtrada en los pliegues sciolistas, de que podría trepar al doble. Llovido sobre mojado. Los macristas se enteraron que la gobernación poseería un retraso de entre 9 meses a un año en el pago de los proveedores del Estado. Vidal asumirá el 10 de diciembre y acepta con plena conciencia que para abonar el aguinaldo y los salarios de fin de año deberá recibir un abundante aporte de fondos del Gobierno central. Scioli y Macri deberían estar aprestando ya mismo sus billeteras.