Los resultados de las mediciones de opinión pública hechas en las últimas horas indican que el miedo no sirvió, hasta ahora, para nada. Ni para ahuyentar a los votantes de Mauricio Macri, que conserva una ventaja de entre ocho y nueve puntos, según la encuesta de Poliarquía que publica hoy LA NACION. Hay otra medición no conocida que registró exactamente los mismos resultados. Tampoco sirvió para desalentar a los votantes de Daniel Scioli, candidato que está siendo maltratado por las noticias que surgen de su propio partido.
En verdad, no existe una sola campaña del miedo. Hay una muy conocida que
instrumenta el oficialismo contra Macri. Pero hay otra campaña que provoca miedo
y que surge del descontrol de la campaña gubernamental. Tiene como protagonistas
desde la Presidenta hasta viejos caciques peronistas, pasando por la corrosiva
creatividad de los jóvenes de La Cámpora. Ya es notable que Scioli conserve los
números que tiene con semejante indiferencia por parte de los suyos.
Según esos analistas de opinión pública, es más importante para la mayoría de los votantes la promesa de un cambio de políticas y de estilo de Macri que el miedo que propaga el oficialismo sobre una eventual presidencia del líder de Cambiemos. "El 80% de los votantes de Macri no cree en las cosas que dice el Frente para la Victoria", aseguró uno de ellos, luego de haberles hecho a sus encuestados la pregunta correspondiente. "Hay una mayoría social que confía en el triunfo de Macri. Esas tendencias son muy difíciles de cambiar cuando faltan pocos días para las elecciones", comentó un analista de otra encuestadora.
¿Y si las encuestas se equivocaran, como en octubre? Vale la pena consignar
la respuesta de uno de esos analistas: "La encuestas se equivocaron en octubre
con los porcentajes porque hubo 1.800.000 votos más que en las primarias, pero
no se equivocaron con el orden en que salieron los candidatos. Dijimos que
primero estaría Scioli, que Macri ocuparía el segundo lugar y que Massa
resultaría tercero. Es lo que pasó. Podría haber ahora una modificación en los
porcentajes en las próximas elecciones, pero es improbable que cambie el orden,
que es lo único que importa en un ballottage. Y todas las encuestas están dando
primero a Macri y segundo a Scioli".
Lo preocupante para Scioli, más que el resultado de esas encuestas, es, sin embargo, la condición inútil de la campaña del miedo, de la que él mismo se prendió. Y de la que, según voceros sciolistas, seguirá aferrado durante el debate presidencial del próximo domingo. Scioli es, al fin y al cabo, una víctima más del kirchnerismo. Doce años significan un tiempo demasiado largo para la paciencia históricamente corta de los argentinos. La única oportunidad cierta de ganar para Scioli hubiera sido un cambio drástico y creíble respecto del cristinismo.
Algunos amigos del peronismo le vienen aconsejando desde principios de año
que tome distancia de la Presidenta, porque ella ya es, le decían, una figura
gastada de la política argentina. Siendo diferente de la fracción gobernante,
Scioli prefirió seguir cercano a Cristina. Sólo escuchó aquellos consejos. En
silencio, sin refutarlos ni acatarlos. El candidato presidencial siente, en el
fondo, que Cristina tiene condiciones políticas superiores a las suyas y que
sería un desperdicio no escucharla o, lo que es peor, enfrentarla.
También es cierto que Scioli es un adicto a las encuestas y que éstas venían marcando que los índices de popularidad de Cristina eran altos. "Lo que Scioli no percibió es que se trataba de una despedida amable de gran parte de la sociedad con respecto a Cristina. Eso era fácil de establecer con sólo medir su intención de votos: los números de imagen positiva de ella se derrumbaban a menos de la mitad cuando se preguntaba si la votarían de nuevo", dice uno de los más serios encuestadores. El error de Scioli fue doble, entonces: creer que la imagen positiva de la Presidenta era igual que su caudal de votos, por un lado, y que, encima, esos votos serían fácilmente transferibles a él.
El otro problema de Scioli es lo que sucede dentro de su propio partido. Si de campaña del miedo se trata, mucho más miedo provoca el pendenciero intendente saliente de Merlo, Raúl Othacehé, que lo que Alfonso Prat-Gay pueda decir sobre el futuro precio del dólar. Nadie sabe cómo Othacehé cayó en los brazos del cristinismo presuntamente revolucionario. El intendente militó en su juventud en las organizaciones peronistas de ultraderecha y antisemitas, aunque también hizo un paseo breve por las tropas de Montoneros. La violencia, en fin, surcó los años de su formación vital.
Othacehé tiene, además, un viejo enfrentamiento con la Iglesia Católica. Primero lo encaró al cura Raúl Vila, al que había conocido en su paso por la izquierda peronista, al que le negó el derecho a meterse en cuestiones sociales. Más tarde, hace pocos años, lo combatió al entonces obispo de Merlo Fernando Bargalló, un hombre de confianza del también entonces cardenal Bergoglio. Una foto de Bargalló con una mujer mayor en una playa de México fue ampliamente difundida en Merlo. La difusión fue atribuida a Othacehé. Bargalló debió renunciar a su cargo tras conocerse esa foto. Bergoglio dijo entonces que, en todo caso, lo que había cometido Bargalló era un pecado, no un delito.
Barones derrotados
Por todo eso, es más creíble el kirchnerista Gustavo Menéndez, intendente electo de Merlo que le ganó a Othacehé, cuando lo acusa a éste de organizar la ocupación de un amplio predio (60 hectáreas) por parte de personas indigentes. Si bien Othacehé hizo una breve escala en el massismo en los últimos tiempos, al final volvió al cristinismo. La Presidenta lo recibió, pero en castigo por aquella deserción obligó a Othacehé a competir con Menéndez, que le ganó.
No es sólo Othacehé. Otros barones derrotados en el conurbano no han llegado tan lejos como el intendente de Merlo, pero están nombrando en la planta permanente a miles de contratados. Es el caso de Malvinas Argentinas, donde su actual intendente, Jesús Cariglino, se subió satelitalmente el sueldo y nombró a 3000 contratados. Cariglino, que militó en la filas de Sergio Massa, fue derrotado por otro kirchnerista, Leonardo Nardini. Podrían ser actos contra la futura estabilidad de la gobernadora electa, María Eugenia Vidal, pero lo son también contra sus sucesores. El peronismo nunca entendió la alternancia como una necesidad democrática. Lo está demostrando. Es lo que sugiere también el conflicto en Concepción, la segunda ciudad de Tucumán, donde un ex intendente kirchnerista acosó con fuego y furia al intendente de Cambiemos que ganó el municipio.
Los jóvenes de La Cámpora, a su vez, no tienen arreglo en el corto plazo. "Ustedes eran pobres y ahora son de clase media", les dicen, para seducirlos, a los habitantes del conurbano, repitiendo un discurso habitual de Cristina. Pero a nadie le gusta que lo llamen pobre y, menos aún, que le recuerden que lo ha sido. Cristina no tiene refutación posible en el altar desde el que habla, pero a sus jóvenes seguidores los corren a gritos por las calles calientes del cordón bonaerense.
Ante semejantes hechos de violencia explícita, verbal o administrativa, la polémica por la futura economía es una campaña del miedo sin sentido ni razón. Tanto Scioli como Macri heredarán una economía al borde del abismo. De la pericia de ellos dependerá que la situación termine optando por la oquedad o por la tierra firme. La sociedad sabe, a su modo, que ninguno puede prometer un paraíso que no existirá en ningún caso.
Tal vez sucedió también que, entre los dos miedos, haya prevalecido en mucha gente el más real y tangible. El miedo por lo que sucede ahora y no por lo que podría suceder. Está influyendo de manera determinante, al mismo tiempo, la fatiga social frente a las mismas caras, a las mismas recetas y a los mismos discursos desde hace demasiados años. Othacehé lleva 24 años en Merlo. Cariglino está en Malvinas Argentinas desde hace 20 años. Cristina Kirchner ocupa un lugar central en la política argentina desde hace 12 años. Falta justo un mes para que todos ellos regresen a casa. Hacen algo que perjudica a Scioli cada vez que se ofuscan, patalean o se resisten a ese final, inevitable y definitivo.