“Combinamos la cría con la agricultura de tal manera que ambas se
complementan y potencian perfectamente bien, en el campo y en la gestión, porque
le volcamos el mismo esfuerzo y la misma tecnología a cada una”, contó a Clarín
Rural Marcos Blúa, de Agropecuaria Blúa, una empresa familiar que en plena zona
núcleo desarrolla un sistema de cría bovina intensiva (CBI), apalancado por la
conversión de granos y forrajes (verdeos y pasturas)
Cuarta generación de ganaderos, hoy en Chañar Ladeado, al sur santafesino,
los Blúa apuestan a una complementariedad entre la cría, recría, engorde y la
agricultura, en una zona donde los rendimientos de soja alcanzan los 5.500 kilos
por hectárea, o más, los maíces pueden superar los 12.000 kilos y cada hectárea
vale 20.000 dólares.
En el caso de esta firma, todo ocurre en 500 hectáreas de suelos con alto
potencial agrícola donde vacas, crías y vaquillonas rotan entre verdeos de
invierno (avena y raigrás), pasturas de alfalfa y se consume la producción de
maíz para la terminación a corral de los terneros.
En la ajustada combinación de pasturas se destaca un 15% de la superficie con
alfalfa (77 hectáreas) y el resto está ocupado por maíz y soja. Y sobre rastrojo
de los cultivos de verano se siembran los verdeos invernales.
Con este manejo, en el campo de los Blua hay índices ganaderos dignos de la
eficiencia. Logran tener una carga de 500 vacas en 77 hectáreas, 96% de preñez y
90% de destete, un combo que permite producir casi 2.300 kilos de carne por
hectárea ganadera. Todo, en un sistema de siembra directa que ya lleva 30 años
de labranza cero.
Desde el año 1900, aproximadamente, la familia Blúa fue variando sus
actividades productivas entre cría, recría, invernada pastoril y feedlot, con
los tradicionales cultivos agrícolas de la zona, como trigo, soja y maíz, aunque
actualmente sólo quedan soja y maíz de primera.
“¿Por qué si la agricultura puede no va a poder la ganadería?”, recuerda
Marcos Blúa, que ese fue el disparador para que junto a su padre, Raúl,
decidieran a fines de los ’90, dejar atrás la invernada de novillos y apostaran
por una cría profesional de alto rendimiento.
“Hace unos veinte años, para los invernadores, la compra-venta se hizo
imposible y detectamos como una debilidad que nuestra actividad dependiera de la
compra de terceros porque vendíamos los novillos y teníamos que reponer la cría,
perdiendo plata en el momento de esa operación”, recordó Blúa. Por otra parte,
agregó que, además, el campo quedaba vacío en algún momento del año porque esa
relación de precios novillo/ternero era muy negativa.
“Empezamos con 3,5 vacas por hectárea ganadera y hoy duplicamos esa cantidad
lo que nos permite tener más terneros”, cuenta Raúl Blúa. Y añade que para ellos
la vaca que no queda preñada sale del sistema y así, con esta presión de
selección, alcanzaron a tener vacas de cría con hasta 16 pariciones.
La apuesta del sistema de cría de la firma es lograr una ganadería tan
eficiente como la agricultura, con una utilización inteligente de los rastrojos.
Por eso, desde que nace, el ternero tiene un seguimiento exhaustivo. Se pesa, se
“caravanea” y se desparasita. Los machos se castran y todos los datos se vuelcan
en una planilla. Los terneros no se encierran hasta los 180-200 días,
priorizando el manejo sanitario.
Durante el encierre se le suministran vacunas respiratorias, clostridiales y
de queratoconjuntivitis y nuevamente se desparasitan. Un plan sanitario
adecuado, junto con una buena alimentación y las prácticas de manejo amigables
(cuidado del animal en la manga, sombra, agua limpia y fresca) son fundamentales
para mantener en buen estado a los animales.
“Cuando los terneros cumplen 100 días de vida –cuenta Blúa- se comienza con
un “creep-feeding” en comederos automáticos en el mismo lote donde están”. Allí
se les suministra un 12% de núcleo vitamínico concentrado y 88% de maíz entero,
con un porcentaje de proteína de entre 15% a 18%.
De esta forma se logra un promedio de aumento de peso al destete entre 0,8 a
1,1 kilos diarios.
Pero además, se logra un buen estado de las madres porque el ternero deja de
lactar y come alimento balanceado, así como también se adapta el rumen de la
cría a una dieta a base de concentrados. Cuando los terneros pesan entre 200 a
220 kilos se destetan por balanza.
Esto ocurre, aproximadamente, a los seis meses de vida. El promedio de la
conversión de alimento en carne en el feedlot es de 4,9 kilos de alimento
balanceado para producir un kilo de ternero. Y el producto final son terneros
bolita (livianos para consumo interno) que tienen, en promedio, al momento de
venta, 300 días de vida y un peso promedio de 330 kilos.
También desarrollan el negocio de recría de compra. Adquieren terneritos de
130 kilos en mayo y lo engordan en raigrás solamente hasta octubre cuando logran
los 230-240 kilos y los encierran a feedlot.
Otro de los aspectos al que los Blúa le dan mucha importancia es a la
genética. Los toros se compran por sus índices productivos, bajo peso al nacer,
alta capacidad de servicio y buenos índices de crecimiento. “No reparamos tanto
en caracteres estéticos”, apuntó Marcos Blúa.
Las terneras también tienen trazabilidad interna. Ellas se eligen por su bajo
peso al nacer -no más de 33 kilos-, que hayan tenido un crecimiento mayor a 0,90
kilos diarios al destete y que sus hermanas o hermanos anteriores no hayan
pesado más de 34 kilos al momento del nacimiento. Las terneras de reposición
comen alimento concentrado hasta los 230 kilos. Después pasan a las pasturas y,
gracias a tratamiento nutricional diferenciado, todas alcanzan la pubertad muy
temprano.
“Se entoran o inseminan desde los 11 a 14 meses con un peso de 380 kilos”,
contó Blúa. Funcionan especialmente bien como madres y es notable su
mansedumbre.
Las reservas
El manejo del forraje es clave y para ello en el campo de los Blúa también
hay un manejo ajustado.
Cada lote se divide en seis parcelas que se pastorean durante siete días cada
una. En verano, en las pasturas más nuevas, sobra pasto. Para hacer un
aprovechamiento óptimo del recurso, este remanente se transfiere al invierno en
forma de heno o rollos.
“Estos rollos son la reserva para la salida del invierno, cuando todavía las
pasturas no expresan su máximo potencial”, explicó Marcos Blúa.
De abril a septiembre, por otro lado, dependiendo de la calidad del rastrojo
con avena cada hectárea puede recibir a una o dos vacas. De septiembre hasta
abril siguiente, se hace el pastoreo en lotes de 40 hectáreas de pasturas de
base alfalfa (la permanencia es de siete días por parcela). Esto da como
resultado una carga instantánea de 40 vacas con sus crías por hectárea.
La cría bovina intensiva requiere de capacitación y conocimiento aplicado, pero también pasión y dedicación porque el trabajo se extiende a lo largo de los 365 días del año. Estas cualidades agro-ganaderas están en la sangre de la familia Blúa.