Quedó reflejada en los sorpresivos resultados. Pasados diez días del percance político estaría, tal vez, un poquito peor. No se alcanzan a avizorar sus planes, anda a los bandazos (propuso llamar a las Fuerzas Armadas. para combatir al narcotráfico) y está sometido diariamente a las peleas internas con los kirchneristas, a las propias peleas entre los K y a las decisiones de Cristina Fernández. Estas tampoco lo ayudan porque sólo servirían para acumular rencores en sectores de la sociedad donde el candidato necesita reclutar votos para vencer a Mauricio Macri en el balotaje.
Tomemos un ejemplo. Ayer fue separado irregularmente de la Cámara de Casación el juez Juan Carlos Gemignani. Ese Tribunal debe resolver sobre la constitucionalidad o no del Memorándum de Entendimiento con Irán. Antes había sido tumbado el juez Luis María Cabral, en medio de la guerra que el Gobierno desató con la nominación de jueces subrogantes. Cabral y Gemignani estaban dispuestos a ratificar la inconstitucionalidad del pacto, como la había declarado en segunda instancia la Sala I de la Cámara Federal. La Presidenta ya no corre ese riesgo. El escenario menos favorable para ella sería el de la indefinición. Ese pleito abierto, sin embargo, representaría un peligro si ganara Macri.
El problema con el Poder Judicial, visto el mapa que surgió de las elecciones, habría sido una de las razones –entre una parva– del voto en contra del candidato K. La irrupción del PRO resultó fuerte en los grandes centros urbanos. En toda la región centro del país. Por allí debería hacer algún barrido Scioli para romper el corsé electoral que le impuso el kirchnerismo. Complicado.
El candidato K sigue adentro del laberinto en el que quedó atrapado desde que Cristina, a regañadientes, lo ungió candidato único del oficialismo. No puede con la fortaleza de la figura presidencial. Dice cosas, con timidez, distintas a las que vino diciendo y a lo que hace el Gobierno (la intervención de los militares contra los narcos, el 82% móvil a los jubilados, las retenciones, la baja del impuesto a las Ganancias). Pero nunca logra fijar diferenciaciones sólidas con la mandataria. Ese es un hándicap que le ofrece a su adversario.
La segunda dificultad importante que enfrenta Scioli es su condición de candidato sin estructura ni liderazgo. Un síndrome que padecieron también, en circunstancias de mayor gravedad, Fernando de la Rúa y el ex jefe porteño, Aníbal Ibarra. Nunca pudieron atajar el descontrol en los tiempos de crisis. No son tantos ahora los caciques del Conurbano que atornillaron su poder el domingo 25 y que se desvivan por el balotaje. En especial, porque su intereses están plantados en el territorio. Desde diciembre la jefa será la grácil María Eugenia Vidal. Que viene desprovista de todo compromiso. Sólo en creárselos piensan hoy los caudillos peronistas de Buenos Aires.
Aquel problema de conducción que aqueja a Scioli está al desnudo en las horas en que el kirchnerismo, con poco vuelo, decidió impulsar una campaña sucia. Imponer el miedo apelando al recurso que muchas veces, en otras épocas, blandieron los militares y la derecha recalcitrante a cargo del Poder Ejecutivo. La jocosa advertencia que, ante la posibilidad de un cambio, rezaba que “se viene el comunismo”. Ahora predicen otros fracasos, u otras plagas si Macri entra en la Casa Rosada.
El kirchnerismo estaría incurriendo en una doble mala lectura. Del pasado y del presente. La sociedad parece haber sentenciado que los beneficios del modelo K pasaron. Y no tendría en ese espacio otra oferta tentadora. Sólo la verificación de la muy pobre actualidad económica y social. La votación, por otra parte, habría transmitido la inexistencia de un miedo profundo, del cual el Gobierno pretende sacar rédito.
Ni Scioli ni Macri ayudan para fomentar ese clima. No se trata de un problema de palabras encendidas. Predominarían antes la actitud y la imagen. El candidato K podría apelar a su lenguaje más exacerbado pero su lenguaje gestual lo esterilizaría de inmediato. La sobreactuación tampoco ayuda. Pretender en ese aspecto una obra consumada de Scioli sería parecido a suponer a Macri arengando desde un tablado a las masas en la Plaza de Mayo. Ni una cosa ni la otra.
Aquel manejo de un clima de miedo parece habérsele escurrido de las manos al candidato K. El piquetero Luis D’Elía, el ministro de Salud, Daniel Gollán y un par de intelectuales de Carta Abierta fueron voceros de algunos disparates. Otros habrían pensado más en cobrarse facturas pendientes. Aníbal Fernández cargó contra Vidal y aseguró que la filmaron en una reunión privada (linda historia de espionaje del jefe de Gabinete) anunciando la supuesta eliminación de 50 mil becas en Buenos Aires. La ministra de Economía Silvina Batakis se sumó a ese carro. Scioli frenó la maniobra por una sencilla razón: la gobernadora electa del PRO atraviesa un estado de gracia, dispone de mejor ponderación que el propio Macri. Atacarla ahora sería como dispararse a los pies.
Aníbal no habría cometido un error ni una inocentada. No tiene el menor
interés de resguardar al candidato K, a quien responsabiliza en parte de su
fracaso bonaerense. Scioli la ligó también por el proyectil que lanzó Florencio
Randazzo. Pero el blanco real del ministro del Interior fue Cristina, que lo
privó de participar en las primarias del Frente para la Victoria. Difícilmente
el funcionario llegue en su cargo hasta el 10 de diciembre.
El kirchnerismo deja trasuntar que todavía no ha podido superar el estado de
perplejidad en que lo sumieron los resultados del domingo 25. Tampoco habría de
qué asombrarse: las derrotas políticas calan muy hondo cuando se está en el
poder. Basta para entenderlo con lo que le ocurrió al ahora exultante PRO cuando
ganó con apremio el balotaje en la Ciudad. Asomó mareado. Y hasta Macri perdió
la brújula de la campaña nacional por varias semanas. Dispuso de una ventaja
sobre el kirchnerismo: no estallaron las discordias en público, no hubo ajustes
de cuenta pendientes entre los macristas.
La campaña sucia tampoco constituiría un puente fiable para que Scioli reconstruya alguna alianza con quienes fueron rivales. Un intendente le ofreció escribir una carta a Sergio Massa invitándolo a regresar al peronismo. El candidato K lo paró. El líder del Frente Renovador fue víctima de aquellos ardides en vísperas de las legislativas del 2013 cuando su casa fue violada y robada. Siempre sospechó que Scioli no había hecho nada para impedir o aclarar el episodio. Por esa razón el gobernador de Buenos Aires, dos años después, le pidió disculpas. Probablemente Massa las acepte. Sería más difícil el perdón de su esposa, Malena Galmarini.
La invocación sciolista no llegaría a torcer los planes que Massa tiene en esta coyuntura. Es representante de un caudal de votos (21%) determinante para el balotaje. Pero más allá de su discurso inclinado siempre a la opción de un cambio evitaría cualquier gesto que signifique un rotundo compromiso. Salvo el de ser un reaseguro para la gobernabilidad en Buenos Aires.
Macri sigue en un discreto fluir de contactos con Massa y José de la Sota. Volvió a la campaña suavemente, con una reunión con los qom a quienes Cristina nunca atendió. Esperará el regreso de Vidal de unas minivacaciones para emprender con su tesoro político las dos semanas finales y cruciales de campaña. Mientras tanto el kirchnerismo, con convulsiones y desbordes, le tiende una mano involuntaria.