El proyecto de cada uno es distinto. Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa saben que el destino de ellos depende de un puñado casi insignificante de votos que puede volcarse hacia un lado u otro en los diez días por venir. Podría darle a Scioli un triunfo en primera vuelta o someterlo a la necesidad de una segunda ronda con Macri, que es lo que Macri quiere. El proyecto de Massa es otra cosa; su horizonte está más lejos en el tiempo. Esa distancia no le impediría, sin embargo, ser un protagonista eventualmente clave el domingo 25 de octubre.
El principal problema de Scioli es que el kirchnerismo no lo suelta. Justo en
el momento en que el candidato oficialista necesita liberarse de la protección
de Cristina Kirchner para seducir al voto independiente, el gobierno en
funciones lo notifica de que debe hacer las cosas como pontifica un dogma
cristinista no escrito. Axel Kicillof puede darse el lujo de aceptar una
negociación con los fondos buitre, pero no Mario Blejer ni Juan Manuel Urtubey,
que son los voceros de Scioli. Ése es el conflicto esencial de Scioli: las cosas
que bordean la heterodoxia cristinista sólo pueden ser ejecutadas por los
funcionarios de confianza de la Presidenta.
El debate no sólo es interesante por su contenido, sino también por los problemas que prenuncia. ¿Hará el cristinismo lo mismo si Scioli accede al gobierno? ¿Lo objetará públicamente como lo está haciendo ahora? ¿Tratará de complicarle los trámites parlamentarios? En lugar de callar para que los argentinos se olviden de esos interrogantes, el cristinismo se dedica a agregar más preguntas a las viejas preguntas. "Ningún presidente delega su poder y Scioli no será una excepción", dicen cerca de Scioli. El gobernador Maurice Closs, muy cercano a Scioli, confirmó públicamente esa teoría. La cuestión de fondo consiste en que el cristinismo tiene una capacidad inigualable para difundir sus discusiones, mientras al sciolismo sólo le queda el limitado recurso del trascendido.
Mensaje cifrado
Scioli ha desarrollado un arte notable para escapar de esas encerronas. Ayer
se reunió con Dilma Rousseff y con Tabaré Vázquez, dos presidentes que no
frecuentan a Cristina Kirchner o que lo hacen, cuando están obligados a hacerlo,
con desgano. La lejanía es especialmente certera en el caso del presidente
uruguayo, que padeció la agresiva política del kirchnerismo durante la disputa
por las fábricas de pasta de papel en la costa de Uruguay. Ésa es la manera de
Scioli de mostrarse distinto del cristinismo, con gestos sutiles, con actos casi
imperceptibles, con mensajes a veces cifrados a la sociedad. Su señal implícita
es que un eventual gobierno suyo les dará a las relaciones exteriores la
importancia que Cristina no les dio. Que lo entienda quien lo quiera entender.
Macri es el mayor propagador de voto útil. ¿Para qué votarlo a Massa si un ballottage sólo será posible entre él y Scioli? ¿Para qué, si la división del voto opositor sólo beneficiaría a Scioli? ¿Por qué no votar al menos malo y no al que algunos sectores sociales consideran el mejor, pero con escasas o nulas posibilidades de acceder a una segunda vuelta? Escribió su letanía en Facebook y la repitió en la televisión y en la radio. De alguna manera, tanto él como Massa aceptaron que todavía no tienen asegurada esa segunda ronda con la que sueñan los dos. De la misma manera, también Scioli admitió implícitamente que no tiene garantizado el triunfo en primera vuelta. Los tres semejan una moneda en el aire, sometida a la suerte indispensable de la política.
A Macri le salió, además, un contendiente al margen del sciolismo y del
cristinismo, aunque abreva en ambos afluentes. Es Cristóbal López, dueño y señor
de los casinos del país, el empresario más cercano al kirchnerismo después de
Lázaro Báez. López le pidió formalmente a Macri ampliar sus negocios del juego
en la Capital. Macri reaccionó mal. Siempre creyó que los empresarios
kirchneristas buscarían sólo preservar lo que consiguieron, no aumentarlo. Le
rechazó el pedido de ampliación y, encima, le advirtió que un eventual gobierno
suyo pondrá bajo la lupa a todos los casinos del país. Desde entonces, los
medios de comunicación de López, televisión y radio, se dedican a denostar a
Macri, a difundir encuestas falsas y a hacer denuncias sobre él o su gente.
Consecuencias de la democratización de la palabra que pregonó el cristinismo con
la ley de medios.
Cuando la segunda vuelta vacila entre 3 y 4 puntos porcentuales, cualquier cosa puede influir en el resultado. Macri encontró lo que él considera un antídoto contra las conspiraciones de López. Recurrió a su mejor nueva amiga Elisa Carrió, quien hizo, con su especial capacidad para moverse con el discurso y los medios, un llamado dramático a votar por Macri. Para Carrió la opción no es política ni ideológica: es Macri o el narcotráfico. Inventó una metáfora llamativa: el voto a Margarita Stolbizer, dice, es "el voto Poncio Pilatos", aludiendo a los que se lavan las manos dejando tranquila su conciencia ideológica. La posición de Carrió no es nueva. Siempre consideró a Stolbizer un estorbo en la construcción de una solución electoral no peronista.
Diferencias personales
Massa jugó su última y más importante carta cuando el lunes desafió a Macri a un debate entre ellos dos, sin Scioli. Macri le contestó con displicencia, casi con despectiva indiferencia. Dijo que él debatirá sólo con Scioli, que no debate con nadie antes de la segunda vuelta. Punto final para la propuesta de Massa. Cuando se trata de Massa, en las palabras de Macri hay siempre cierto encono personal. Sucede lo mismo cuando Scioli habla de Massa. Un poco de satisfacción personal y otro poco de especulación política hay en Scioli cuando le hurta a Massa exiguos dirigentes de su espacio. Algo debe cometer Massa para que sus rivales de la política sientan por él emociones más profundas que la mera competencia.
El proyecto de Massa empezará el 25 de octubre o el 22 de noviembre, al revés de los otros dos. "Sabemos que no entraremos al ballottage, pero queremos sacar la mayor cantidad posible de votos", se confiesa un massista leal, uno de los pocos que lo rodean. ¿Para qué libra entonces semejante pelea? Massa imagina dos escenarios. Uno sería el de la derrota de Scioli. Confía que, en tal caso, el peronismo entrará en una crisis terminal y que una renovación será inevitable. Massa se propondrá como jefe de esa renovación. ¿Y si ganara Scioli? Lo mismo, porque el ex intendente de Tigre confía muy poco (o nada) en la capacidad de gestión de Scioli. Su gobierno entraría en crisis rápidamente, asegura, y el peronismo se colgará de su saco.
Nadie sabe si Massa perjudica más a Scioli que a Macri. Hay un voto antikirchnerista que no quiere votar a Macri por razones ideológicas. Y hay un peronismo antikirchnerista que vota a Massa porque Scioli no tomó distancia del kirchnerismo. Massa les roba votos a uno y otro, mientras camina en una dirección que nadie sabe si lleva a algún lado.