Cristina le edificó un techo a Scioli que ya nadie sabe si está en el 40% de los votos. La desafiante, y a veces provocadora, campaña de Massa estorba el potencial crecimiento de Macri. Cuando faltan dos semanas para las elecciones presidenciales, éstas se han convertido ya en las más imprevisibles desde las de 2003. Lo único cierto es que se está comprobando la vieja afirmación de casi todos los encuestadores: un 60% de la sociedad exhibe una definitiva fatiga del kirchnerismo.

El límite de Scioli, hasta ahora inexpugnable, es el que le impide acceder a los votantes independientes de los sectores medios de la sociedad. Scioli viene buscando sin suerte a esos votantes desde la misma noche de las primarias de agosto. Sabe que nunca tendrá asegurado el triunfo en primera vuelta sin tres o cuatro puntos porcentuales provenientes de esos segmentos sociales.

El gobernador no encontró la forma de distanciarse de Cristina (o no la quiere buscar), y ésta no hizo nada para ayudar a su candidato a liberarse de su tutela. Al contrario, es evidente que la Presidenta saborea los actos ostensibles de dependencia política por parte de Scioli. Vale la pena tener en cuenta un dato esencial: el 60 por ciento de los que dicen que nunca votarían a Scioli aseguran que gobernaría Cristina si el candidato de su partido ganara la presidencia. Scioli tiene dos semanas para demostrar que no será así o, al menos, para señalar las diferencias que existen entre él y Cristina.

La mayoría de los encuestadores (incluida la medición de Poliarquía que hoy publica LA NACION) indican que Scioli corre el riesgo de no llegar al 40 por ciento de los votos. No llegó a esa cifra en las primarias de agosto, en las que obtuvo el 38,7 por ciento de los votos nacionales. El margen de ese riesgo puede ser pequeño, pero cualquier margen es grande para semejante riesgo. Si ningún candidato sacara el 40 por ciento de los votos, los dos más votados deberían ir a segunda vuelta sin importar la diferencia que hubiera entre ellos. Desde ya, no se trataría sólo del drama político y personal de uno o dos candidatos, sino de un problema sustancial para la política por venir. Terminarían compitiendo en el ballottage dos candidatos muy debilitados.

Macri no logra tampoco superar el caudal de votos que consiguió en las primarias. El jefe porteño modificó en los últimos días una campaña que estuvo signada más que nada por la rutina y la grisura. El contraste con la campaña de Massa resultaba perdidoso para él, sobre todo porque Massa se desprendió de las inhibiciones desde que salió tercero en las primarias. Promete meter presos a los corruptos (sin aclarar que los jueces son los únicos que pueden disponer de la libertad de las personas) o que llevará a las Fuerzas Armadas a los barrios pobres para combatir el narcotráfico (sin tener en cuenta que la Armada no puede a veces mantener los barcos flotando en el agua y que la Fuerza Aérea carece de aviones hasta para entrenamiento). Sólo interpreta la melodía que vastos sectores sociales quieren escuchar. Sea como fuere, Massa logró torcer una idea histórica según la cual las sociedades no votan a quienes salieron terceros en elecciones primarias o en las encuestas.

Es cierto, de todos modos, que en las últimas 72 horas las mediciones telefónicas comenzaron a registrar un crecimiento de Macri, que las encuestas presenciales no pudieron verificar por su propia y lenta dinámica. De hecho, la encuesta de Poliarquía se cerró el martes pasado y las novedades telefónicas comenzaron a producirse en la tarde del miércoles. Es habitual que un porcentaje de la sociedad decida su voto (o lo cambie) durante la última semana previa a las elecciones. Dramático proceso en situaciones como la actual, cuando uno o dos puntos pueden decidir muchas cosas. Es demasiado pronto para establecer si comenzó a funcionar el voto útil. ¿Qué es (o qué significa) el voto útil del que tanto se habla? Significa que un sector del electorado, que vacila entre Macri y Massa, se volcaría por el candidato con más posibilidades de acorralar al oficialismo, aunque no sea el que más le guste. Macri es, por razones obvias, el profeta más interesado en propagar la necesidad del voto útil.

Macri no ha perdido la seguridad de que será presidente; Scioli tampoco. Cualquiera de los dos se encontrará con el país de Cristina. Un país con una economía que sobrevive con respirador artificial, pero, al mismo tiempo, habitado por una sociedad que no percibe una crisis económica. La fórmula (una sociedad inconsciente de la crisis) es la peor para administrar la política, porque las necesarias decisiones que deberán tomar serán siempre incomprendidas. Aun los críticos del cristinismo se han acostumbrado a las ventajas efímeras del populismo.

Un debate que rodea ese futuro próximo sucedió en los últimos días cuando políticos y economistas discutieron sobre qué harán con los holdouts (o fondos buitre). Todos los economistas razonables saben ya que no habrá posibilidad de diseñar un futuro sin un acuerdo con esos fondos. Dos voces inconfundiblemente sciolistas (el gobernador Juan Manuel Urtubey y el economista Mario Blejer) señalaron que sin ese acuerdo será imposible acceder a los mercados financieros internacionales. Es decir, al crédito externo que, según Blejer, amortiguaría los efectos del impostergable ajuste de la economía.

El infaltable Aníbal Fernández comparó en el acto a Urtubey con Macri, lo que, según la teología del cristinismo, significa un flagrante acto de apostasía. Aníbal es un político que cuenta con buena información; sabe, por lo tanto, que Urtubey representa las ideas de Scioli y que el gobernador salteño estaba hablando en nombre del candidato presidencial de su partido. Tampoco es Aníbal un político con ganas de pelearse con Scioli; de hecho, Aníbal fue un sciolista furtivo, casi clandestino, cuando todavía la candidatura presidencial del oficialismo no se había resuelto. No demos más vueltas: Aníbal salió a descalificar los anuncios de acuerdos con los holdouts por orden de Cristina y no por vocación propia.

Scioli escapó de esa ratonera por un camino lleno de incomprensibles imprecisiones. "Mi prioridad no son los fondos buitre, sino el empleo de los argentinos", dijo. Nada. Ni desmintió a sus portavoces ni los respaldó. A su lado, se pavonearon luego asegurando que acordarán con los fondos buitre después de desplumarlos con una quita de entre el 30 y el 40 por ciento de la deuda. Pero ¿será posible hacer semejante poda? Esos fondos recibieron el viejo apelativo de buitre por lo que son y por lo que hacen, pero tienen en sus manos una sentencia firme de la justicia norteamericana. Se podrán negociar con ellos los plazos y las tasas de interés, pero no el capital de la deuda, resuelto ya por los tribunales norteamericanos. El discurso que no contempla esa realidad, tan antipática como inmodificable, expresa sólo el teatro y la distracción.

Tanto Blejer como el macrista Federico Sturzenegger tienen razón cuando anuncian que podría llegar mucho dinero del exterior en créditos. La razón se torna relativa cuando no cuentan toda la historia. No habrá lluvia de dólares sin un acuerdo con los holdouts, sin una política de reducción del monumental déficit fiscal, sin una modificación del tipo de cambio, sin una política seria para combatir la inflación y sin la reconstrucción de las destruidas estadísticas nacionales.

La deducción es muy sencilla. ¿Quién le prestaría dólares a un gastador compulsivo? Cristina Kirchner heredó un Estado con un superávit del 4% sobre el PBI y entregará uno con un déficit que podría llegar al 8%, según los últimos cálculos. Con palabras más directas: Cristina aumentó el gasto fiscal en un 12% del PBI. Además, la Argentina registra un crecimiento cero desde 2012. Lord Keynes escribió la teoría de que el Estado debe intervenir en los momentos de crisis para ayudar a la economía a levantarse de sus parálisis, pero nunca dijo que debía tirar el dinero por la ventana, sin ton ni son.

La película sobre la política argentina no concluirá el 25 de octubre ni el 22 de noviembre, el domingo de una posible segunda vuelta. La parte más crucial y conflictiva (y, por eso, más fascinante) comenzará el día después.