Córdoba.- En todo el mundo, por distintas causas, los árboles autóctonos son cada vez menos. No sólo desaparecen, también se mezclan con otras especies del mismo género y van perdiendo pureza específica. Para preservarlos hay guardianes y buscadores que intentan conservarlos. En el país, estos guardianes trabajan en el Banco Nacional de Germoplasma de Prosopis (BNGP), un reservorio de semillas de algarrobo y otras especies del género.

Fundado en 1985 en la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad Nacional de Córdoba, es el único banco de especies forestales nativas de carácter nacional. Cuenta con más de 2000 árboles cosechados, individualizados, referenciados geográficamente y discriminados por especie.

Sus expertos recorren el país desde La Pampa hasta la Puna, incluyendo Chaco, Formosa y Entre Ríos, en colaboración con equipos técnicos del Área de Extensión Forestal del Ministerio de Agricultura de la Nación, del Inta y de otros organismos provinciales y nacionales de la zona de recolección. Exploran y recolectan material germoplásmico que después es acondicionado y conservado en el Banco, lugar desde donde se venden y donan semillas con distintos fines.

La directora del BNGP, Graciela Verzino, explica a La Nacion que el objetivo es conservar la diversidad que existe de las especies del género Prosopis que, en Argentina, cuenta con 28 de las 44 especies que hay en el mundo. La definición de qué especies eran prioritarias conservar se hizo en 1988 en función de sus usos. "Todas tienen en común que son estructuradoras de los ecosistemas donde están -agrega la especialista-. Se utilizan para leña y carbón, en la industria maderera, para alimentación humana y animal y para producción apícola. Además aportan a la fertilidad porque fijan nitrógeno atmosférico".

Salvar las especies puras

Verzino dice que, por sobre todo, son especies emblemáticas, de gran importancia para los habitantes locales, aborígenes y criollos. Jacqueline Joseau, profesora adjunta de Silvicultura y directora del Vivero Forestal Educativo, apunta que cuando un hábitat se altera -ya sea por un sismo, un alud, por la agricultura, inundaciones o incendios- cambian las condiciones y las especies puras no sobreviven, perdurando sólo las mezclas, que se adaptan a estas nuevas condiciones.

A través del proyecto Silva, instrumentado con fondos del Global Environmental Facility (GEF) a través del Proyecto Forestal de Agricultura de la Nación, los equipos individualizan rodales (bosques) puros, detectan los mejores individuos (que deben ser entre 15 y 30), eliminan los enfermos o muertos y generan convenios con los productores para que los conserven.

Por los acuerdos, el BNGP le compra las semillas (que son inscriptas en el Instituto Nacional de Semillas) a los dueños de los campos. "Tienen que tener un rédito porque esa tierra podría tener múltiples usos, pero la preservan", dice Joseau. Todo el material obtenido es analizado para certificar su calidad. Por año, se cosechan entre 200 y 1000 kilos de frutos, o de 200.000 a un millón de semillas.

Para su conservación, el BNGP guarda las semillas a 18° bajo cero, temperatura a la que pueden superar los diez años de duración. Hay suficientes para que puedan crecer entre 160.000 y 800.000 plantines por año, cuenta Verzino. Una parte de la cosecha anual se vende con fines de producción y otra se dona para investigación o para escuelas que arman viveros.

Excursiones de investigación

Las especies con las que cuenta el Banco, entre otras, son caldén, churqui jujeño, itín y algarrobos negro, blanco y dulce. Todas se caracterizan por adaptarse a regiones áridas y semiáridas, de suelos pobres. Durante años fueron claves en el esquema de sustento de los pueblos originarios.

El trabajo que desarrolla todo el equipo no es sólo preservar in situ a los árboles, sino que permite contar con un reaseguro en el banco de semillas. En el Vivero Forestal Educativo de Silvicultura, se producen plantines de estas especies para abastecer la demanda regional.

No sólo se realizan viajes para identificar los rodales (cada ejemplar se numera con una chapa en el tronco o con pintura visible) sino que se recorren cientos de kilómetros para cosechar las vainas. El Banco cuenta con los equipos necesarios para procesar los frutos.

En cada viaje se identifican nuevos ejemplares, de los que se toman muestras de follaje y frutos que son analizados por su morfología y composición genética para constatar su calidad y utilidad para la propagación de los árboles.

A nivel nacional se desarrolla el Programa del Algarrobo desde hace dos años. Surgió para promover sus plantaciones mediante acciones orientadas tanto a la puesta en valor y protección como al desarrollo de sus potencialidades productivas, en un marco de sustentabilidad ambiental y equidad social.