A ver si de una vez por todas se ponen las pilas: si Cristina quiere pelear, si declara la guerra, si invita a bailar el tango de la discordia, ¡nada de llevarle la contra o, peor, ignorarla! Es espantoso lo que está pasando: todo un gobierno, el nuestro, desplegando la infantería contra la Casa Blanca y el Departamento de Estado, y la Casa Blanca y el Departamento de Estado ni se dan por enterados. Un horror.

En este rincón, Cris tiene los guantes puestos, tira golpes al aire y da saltitos de calentamiento. Pero en el rincón de enfrente no hay nadie. Gringos, no sean crueles y despiadados: póngale a alguien. Tírenle un subsecretario de Asuntos Protocolares, el vocero de un legislador de Carolina del Sur, un cónsul honorario...; tírenle un comunicadito de cuatro líneas, un mísero tuit. Algo tipo: "El gobierno de los Estados Unidos rechaza por improcedentes las declaraciones de la señora Presidenta de la República Argentina, Cristina Elizabet Fernández de Kirchner".

¿Tanto les cuesta tirarnos ese caramelo?

Cuba, la Venezuela bolivariana, la Bolivia de Evo, el Ecuador de Correa y tantas otras izquierdas de la región han construido una identidad y han justificado su existencia por oposición al Tío Sam. Cómo puede ser que a nosotros nos nieguen cinco minutos de tensión diplomática. Nadie les pide que desplieguen los marines o que apunten hacia aquí sus ojivas nucleares. Nadie pide que llamen a una reunión urgente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para evitar una escalada bélica. Sólo queremos un mínimo gesto de discordia, un ceño fruncido, algo, alguito.

Fracasó la Presidenta en armar el diferendo. También fracasó don Héctor Timerman, lo cual es terrible porque él sólo es bueno para romper (o para arreglar con el régimen de los ayatollahs, que es otra forma de ruptura): sabe que para ser un canciller que trabaja por la paz y la amistad entre los pueblos hacen falta condiciones que la madre naturaleza, poco generosa, no le ha dado. Fracasó Aníbal Fernández, que quizá, para ser más eficaz, debería haberse metido con la DEA. Entonces me involucré yo, por supuesto con la autorización de Cristina. Llamé al Departamento de Estado, hablé con John Kerry y le plantee que era un escándalo lo que estaba pasando. Que no podían ignorar olímpicamente a una presidenta -viuda, además- que fue reelegida con el 54% de los votos. Que somos el país del Papa y de Messi. Que de acá salió la reina de Holanda. Que River va a jugar las finales de la Copa del Mundo en Tokio. Que Manu Ginóbili la viene rompiendo desde hace años en la NBA. Que Del Potro ganó el US Open. Que somos famosos por la inflación. Que tenemos jueces de prestigio internacional como Oyarbide. Que a los argentinos nos encanta Miami y hacemos unos tours de compras impresionantes. En fin, que no merecíamos este desprecio. Le pedí por favor, casi arrodillándome, que aceptaran al menos una pequeña disputa. La respuesta muestra la dureza de corazón de esa gente. Me dijo: "Es que no sabemos ni de qué está hablando la señora, la señora..., la señora... [era obvio que la estaba googleando], la señora de Kirpner [ni sabía pronunciarlo]. Tengo entendido que le queda poco de mandato, ¿no? Quizá quiera ganar las tapas de los diarios gracias a nosotros. Sabrás disculparme, Charly, pero Medio Oriente está en llamas, Rusia está atacando en Siria, el mundo se sacude y además tenemos todo lo de Cuba. ¿Cómo pretende la señora de Karner [cada vez peor la pronunciation] que nos ocupemos de ella? Si llego a plantearle el tema a Obama, hay serios riesgos de que, en castigo, me mande a buscar agua a Marte".

Qué desilusión. Corté la llamada sin despedirme. Y le aconsejé a Cristina: "Repliegue las alas, señora. Los gringos no la dejan volar".