Nada se ha movido en la escena electoral desde las primarias del 9 de agosto.
Las cinco encuestas publicadas durante el fin de semana, con más y con menos,
reflejan esa realidad. Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa retendrían
casi los mismos volúmenes de aquella votación. El escrutinio final, conocido 22
días después de concluido el comicio, corroboró el amesetamiento.
Ese paisaje tendría explicación, más allá del vértigo de acontecimientos que
ocurrieron desde aquel domingo 9. La opinión pública tomaría cierta distancia a
la búsqueda de un resuello. El desdoblamiento electoral articuló un calendario
anual prolongado y extenuante para resetear el mapa del poder. En Capital, si
hubiera en noviembre balotaje, podría votarse hasta seis veces. En Santa Fe,
cinco.
De aquellos cinco trabajos (Management, Ibarómetro, González y Valladares,
Areco y CEOP), cuatro muestran el camino de una posible segunda vuelta. Sólo uno
(de la consultora CEOP) le otorgaría, arañando, una ventaja a Scioli de 10
puntos sobre Macri. Pero sin que el candidato K exhiba un aumento significativo
del caudal.
Sobre el presente de Scioli cabrían dos miradas antagónicas. Una,
conformista; la otra, interpelante. Según la primera, con todos los obstáculos
objetivos que viene navegando el gobernador de Buenos Aires, la conservación del
38,69% no sería una mala noticia. De acuerdo con la segunda, cualquier candidato
que saca una ventaja como la que obtuvo Scioli, de inmediato –por el efecto
ganador– debería añadir dos o tres unidades. No sucedió. En ese punto titilan
las luces amarillas en el campamento sciolista.
El gobernador luce hiperactivo. Quizá más que Macri y Massa, aunque la
necesidad de cosechar votos resulte similar para todos. Scioli tiene
incomodidades públicas que sus adversarios tienden a explotar. Pasó con las
inundaciones bonaerenses, que recrudecen ahora en la Cuenca del Salado, y su
viaje a Italia. Con las derivaciones de las bochornosas elecciones en Tucumán.
Con las tiranteces entre pejotismo y kirchnerismo. También, con la propia
relación difícil y cambiante entre Cristina Fernández y Scioli.
El candidato K ha formateado sus recetas para encarar octubre. Está claro que
le apuntaría al voto del peronismo disidente que Massa cosechó junto a José
Manuel de la Sota. Además, al residual del puntano Adolfo Rodríguez Saá. El otro
tópico resultaría más complejo. Scioli pretende perforar alguna capa de los
sectores medios. Ayer señaló con audacia, al hablar en una entidad empresaria de
pequeños emprendedores, que aquel segmento de nuestro país es el que más creció
en la última década en América Latina. Sólo cotejando las estadísticas de Brasil
podría certificarse la debilidad de tal afirmación. Quizás ninguna de las dos
sea estrictamente cierta.
Esa pretensión de Scioli se vio coagulada hasta ahora por su acentuado sesgo
kirchnerista. Cuando empezó el viraje hacia la peronización, estalló Tucumán. El
principal afectado resultó el gobernador de la provincia, José Alperovich.
Mentor de su candidatura. El funcionario que en las últimas horas avaló la
práctica de las maniobras clientelistas como en las peores épocas del fraude de
los conservadores. Que ellos también serían, en esencia.
El gobernador de Buenos Aires resolvió cambiar de un golpe a sus acompañantes
habituales. Se aferró al salteño Juan Manuel Urtubey, el misionero Maurice Closs
y el sanjuanino José Luis Gioja. Urtubey habla sobre la pobreza existente en el
país tomando distancia del paraíso kirchnerista. Closs remarca la necesidad de
ajustes en el modelo económico. Junto a Gioja, admitieron tibiamente que el
actual sistema electoral requeriría modificaciones. No aclararon cuáles. Pero
las irregularidades de Tucumán demandaban alguna gesticulación.
El suave viraje de Scioli hacia la peronización, sin embargo, no alteraría la
estructura de la situación en el espacio pejotista-kirchnerista. Veamos algunos
detalles. La Presidenta consiguió la semana pasada la aprobación del Senado para
la designación de Oscar Parrilli a cargo de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
Estará acompañado por su segundo, Juan Martín Mena. Ambos tendrían mandato hasta
el 2019. Casi todo el período del gobierno que venga. Aquella aprobación se
consumó con los dos tercios. Con el voto de senadores que responden a
gobernadores de provincias que parecieran hoy las caras visibles que secundan a
Scioli.
De la misma manera, aunque con mayoría simple, Cristina logró que el Senado
aprobara la creación de la Agencia Nacional de Participaciones Estatales en
Empresas (ANPEE). Un ensayo para consolidar la presencia de acciones estatales
en empresas privadas.
Esa contradicción interna no auguraría una campaña apacible dentro del
heterogéneo espectro oficialista. También abriría interrogantes sobre la
gobernabilidad futura, si Scioli triunfa y ocupa la Casa Rosada.
La mejor novedad para Macri podría ser, según aquellos trabajos de opinión
pública, la casi mayoritaria retención de los votos que en las primarias
acompañaron al radical Ernesto Sanz y a Elisa Carrió en el espacio de Cambiemos.
Aunque también se vislumbraría una dificultad para romper el techo del tercio de
votos que lo arrime a la posibilidad del balotaje.
El macrismo, quizás por consejo de Jaime Durán Barba, insiste con la idea de
la polarización. Aunque al ingeniero le habría calzado bien aquella foto junto a
Margarita Stolbizer y Massa para reclamar transparencia electoral con la vista
colocada en octubre. Tal vez parezca osado, pero al líder del PRO le habría
agradado a esta altura más la proximidad de la mujer de Progresistas que la del
candidato del Frente Renovador. Supone que el voto de Stolbizer tendría una
inconfundible raíz radical. Y podría migrar en parte hacia su fuerza.
Macri estaría hasta ahora cómodo con la estrategia de la polarización. Scioli
se estaría prestando a ella pese a que sus necesidades radicarían en los votos
del peronismo disidente que, sobre todo, se cobijan en las comarcas de Massa. El
gobernador de Buenos Aires, desde que terminaron las PASO, centró su mensaje en
contra del líder del PRO. Lo criticó por su papel en las inundaciones y con
motivo de las protestas populares que estallaron en Tucumán tras las anomalías
en los comicios. Ni una vez se lo escuchó hablar contra Massa.
El candidato del FR es, de los tres expectantes, el único que se ocupa
simultáneamente de sus dos adversarios. Luego de aquella foto junto a Macri,
arreciaron sus críticas contra el PRO y su supuesta ausencia de planes para
enfrentar los flagelos principales, en especial en Buenos Aires: la inseguridad
y el narcotráfico. Aunque en esa embestida, de manera irremediable, los senderos
se bifurcan. El mismo sayo acostumbra a colgarle Felipe Solá, en la Provincia, a
Aníbal Fernández, el candidato de Cristina y acompañante de Scioli en la
campaña.
Massa disfrutaría, como Scioli y Macri, de no haber sufrido una sangría en las primeras semanas pos electorales. También, de conservar los votos del peronismo disidente. Una herramienta crucial para pensar en crecer. O para transformarse en el gran árbitro.