¿La de la Presidenta intentando sacarse un muerto de encima para arrojárselo a la oposición por cadena nacional o la del aparato de propaganda oficial queriendo ensuciar la imagen de un ídolo popular solo porqué confesó que le impactó la desigualdad que hay en Formosa?
El jueves pasado, en su cadena número 32 en lo que va del año, Cristina Fernández, además de acusar falsamente a Macri de ayudar a provocar la caída del expresidente Raúl Alfonsín y de insinuar que Scioli puede llegar a transformarse en un traidor, denunció que Jorge Ariel Velázquez, el militante muerto de un tiro en la espalda en San Pedro, Jujuy, no trabajaba para el radicalismo sino para la organización de Milagro Sala. Igual que con la muerte del fiscal Nisman, no envió las condolencias a la familia. Solo se preocupó por quitarse el muerto de encima. Ahora, aunque todavía no se sabe quién lo asesinó, está claro que Velásquez militaba para la Unión Cívica Radical que lleva como candidato a gobernador al senador nacional Gerardo Morales.
Y hace muy pocas horas, representantes del gobierno feudal de la provincia de Formosa, llamaron villero europeizado a Carlitos Tévez, un ídolo popular que cometió el pecado de decir lo que siente y lo que piensa, y al que le afectó muchísimo comprobar la desigualdad que existe en esa provincia.
Primero lo insultó un asesor del ministerio de Justicia, el funcionario Jorge Manuel Santander, desde su cuenta de Facebook. "Lavate la boca para hablar de nosotros, hijo de puta", escribió y enseguida preguntó "¿Cuánto te pagó Macri, podrido de mierda?" Más tarde el mismo gobernador, Gildo Insfrán, en vez de criticar a Santander acusó a Tévez de actuar "guionado". Pero todavía antes, el viernes pasado, el programa de propaganda conducido por Roberto Petinatto y producido por Diego Gvirtz, Duro de Domar, presentó un informe de más de cinco minutos destrozando al delantero que volvió de Europa para jugar en Boca.
Así funciona la máquina de embarrar opositores y matar opiniones del gobierno nacional. Es muy fuerte y muy perversa.
Y no le hace asco a nada.
Se activó a pleno contra el propio Nisman.
Elogiado y apoyado por Néstor Kirchner hasta que se atrevió a denunciar a la
jefa de Estado, lo transformaron en un perverso sexual, un borracho y un
estafador, con el agravante de que el fiscal no se podía defender.
Usaron la misma máquina de picar ídolos contra Ricardo Darín, Juan José
Campanela y Guillermo Francella, a quienes, por diferentes motivos, consideraban
a uno de los suyos.
La prenden y la apagan, según la circunstancia, contra Mirtha Lagrand, Susana
Giménez y Marcelo Tinelli.
Lograron que Enrique Pinti no viniera más a La Cornisa, por temor a ser
perseguido y estigmatizado. Llenaron de miedo a medio país.
Y al otro medio país, le hicieron creer que cada denuncia, cada crítica, cada expediente judicial, forma parte de una campaña del Grupo Clarín y los medios hegemónicos para destruir el proyecto nacional y popular al que presentan como equitativo, incomparable y exitoso.
Es tanto el atraso institucional y de ejercicio pleno del sistema
democrático, que ya nadie espera, ni siquiera, una mínima disculpa de parte de
la Presidenta a la familia de Jorge Ariel Velásquez. Tampoco nadie piensa que
los periodistas y comunicadores a los que el gobierno paga y usa como títeres
tengan la dignidad de decir que se equivocaron, que lo hicieron solo por dinero
o porque no tienen el coraje necesario para decir que no.
Se trata de dos escenas únicas y que acontecieron en la última semana.
Otra vez, para que quede claro: una Presidenta tirándole un muerto a la oposición y el aparato oficial de comunicación queriendo destruir a una figura indiscutida por atreverse a decir lo que piensa.
Ejemplo como estos, solo se pueden encontrar bajo los gobiernos de Franco, de Hitler, de Mussolini o de Stalin, de Chávez y de Maduro, y también durante la dictadura militar más sangrienta de la historia de la Argentina.
No estoy diciendo que este gobierno es una dictadura.
Estoy diciendo que abusa de su poder, como los otros regímenes autoritarios.
Y estos dos hechos, aunque simbólicos, constituyen asuntos más importantes y más serios que la determinación de si son pocas o muchas las reservas en el Banco Central.
Son cuestiones más relevantes que el boom de la compra de pasajes al exterior con tarjeta, que el precio del dólar blue, el déficit de Aerolíneas o la verdadera utilidad del Fútbol para Todos.
Son discusiones más profundas que la curiosidad que generan las estafas de Javier Bazterrica, el nuevo modelo de gigoló Made in Argentina.
Pero cuando el ruido del relato empiece a dar paso al tiempo de la reflexión menos contaminada por el clima de tensión y de amor y odio que genera este gobierno, está época será recordada como una de las más oscuras y de mayor atraso para el mundo de las ideas, la cultura y la opinión.