Hubo un motivo muchísimo más triste en la localidad jujeña de San Pedro. El joven Ariel Velázquez, que agonizaba desde la noche anterior a las primarias, cuando una patota que pertenecería a la agrupación Tupac Amaru lo baleó en la puerta de su casa, perdió la vida ayer. Velázquez tenía 22 años y estaba afiliado al radicalismo. Unas horas antes de ese ataque nocturno, mientras repartía boletas partidarias, había tenido un encontronazo con la clientela de Milagro Sala. Eduardo Fellner, el gobernador de la provincia, no condenó ayer el asesinato. Sus funcionarios lo atribuyeron al robo de un celular. Tampoco Daniel Scioli, que lleva a Sala como quinta candidata de su lista para el Mercosur.

El extremo al que llegaron las deformaciones de la política en Jujuy, con esta irrupción letal de la violencia, convierte en anecdóticas las miserias de Tucumán. Allí apenas se discute si en los comicios habrá fraude. Los de hace dos domingos son un mal antecedente. La mesa 1441 de Famaillá se hizo famosa. Scioli ganó por el 105% de los votos. Fue una señal de alarma. La fiscalización acaso sea la gran novedad de la disputa provincial. El radicalismo, que postula a José Cano contra el kirchnerista Juan Manzur, movilizará a jujeños, correntinos, catamarqueños y formoseños para controlar, como se decía en el siglo XIX, "la pureza del sufragio".

No será la única diferencia entre un domingo y otro. El próximo fin de semana el PJ tucumano no llevará a su máximo caudillo, José Alperovich, en la papeleta. El gobernador ya compitió como candidato a senador hace once días. Pegado a él, Scioli obtuvo 493.000 votos: 59.000 más que la Cristina Kirchner de 2007 y 33.000 menos que la de 2011. Esta vez en lugar de Alperovich estará Manzur, ex ministro de Salud de la Nación, a quien sus amigos reprochan cierta falta de carisma y sus adversarios, cierto enriquecimiento llamativo.

Opositores

Enfrente de Manzur estarán los principales líderes de la oposición, que no figuraron en las primarias nacionales. Son el radical Cano y su candidato a vicegobernador e intendente de San Miguel del Tucumán, Domingo Amaya. Estos dirigentes dejaron pasar la elección anterior: rivalidades radicales y alguna reticencia de Amaya, un peronista de izquierda, a buscar votos para Mauricio Macri.

Macri recorrió ayer la provincia con Ernesto Sanz. También interviene Sergio Massa, que apoya a Cano, aliado suyo en el intento de incorporarse a la coalición opositora.

Macri coincidió con Scioli en Tucumán. El gobernador de Buenos Aires tiene una relación estrechísima con Alperovich. El vínculo nació en 2003, cuando el tucumano integraba el Senado presidido por Scioli. Alperovich estuvo, con el mendocino Francisco Pérez, entre los primeros gobernadores que se pronunciaron a favor de la candidatura de Scioli. Dos valientes: todavía Cristina Kirchner no había dado el visto bueno. En el caso de Alperovich, esa autonomía está justificada. A comienzos del año pasado, la Presidenta avisó a su esposa, Beatriz Rojkés, con apenas horas de anticipación y sin anestesia, que no sería titular del Senado. La temperamental "Betty", que estrenaba ajuar para la solemnidad, debió emprender, rodeada de un séquito maledicente, una resignada vuelta a casa. Para mayor humillación, la reemplazaron por Gerardo Zamora. Un santiagueño.

Scioli retribuyó la apuesta de los Alperovich. Viajó varias veces a la provincia y envió también a su mujer, Karina Rabolini, sumergida de lleno en la campaña. Como los dueños de casa, como los Kirchner, Scioli imprime cada vez más una dimensión matrimonial a su carrera. Rabolini participó de actos multitudinarios con "Betty" Rojkés y levantó la mano de Manzur como "el candidato de Daniel". Llamativa versatilidad la de Rabolini: una extrañísima mixtura, según la hora, de Jackie Kennedy con Chiche Duhalde.

Las encuestas en Tucumán son muy dispares. Se da por descontado que el oficialismo arrasará en el este desamparado y clientelar. El oeste está en disputa. Y la capital es una incógnita: Cano debería hacer una diferencia considerable para desplazar al peronismo.

Las elecciones tucumanas son reveladoras porque condensan, como una reducción a escala, muchas peculiaridades de la vida pública a escala nacional. El régimen de los Alperovich replica hasta el grotesco al de los Kirchner. A José Alperovich se le reconoce ser el primer gobernador que, desde 1983, paga los salarios sin demora. Igual que los planes sociales. Su provincia disfrutó durante largos años de la bonanza en los precios de los cítricos y el azúcar, dos cultivos que ahora están en crisis. Beneficiario como pocos de las transferencias discrecionales del Tesoro nacional, dispuso del presupuesto más caudaloso, en términos relativos, de los últimos 70 años. Estos méritos y ventajas contrastan con la gestión calamitosa del antecesor Julio Miranda. La paradoja es sorprendente. Alperovich fue el ministro de Economía de esa gestión, cuando Tucumán ganó celebridad por el escarnio de la desnutrición.

Sobre la base de este contraste, Alperovich constituyó en la cuna de Alberdi un sistema de poder obsesivo y centralizado. Sus dos propósitos principales fueron el control de la Justicia y de la prensa. Al primer objetivo contribuyó Massa: como titular de la Anses facilitó los recursos para que el gobernador pudiera ofrecer un retiro con el 82% móvil, que vació los tribunales. Esa dulce decapitación permitió la designación de unos 60 magistrados. Con la prensa hubo un procedimiento similar. Alperovich capturó Canal 10, que era de la Universidad, y formó una red de radios casi monopólica, gracias a una liga provincial de "cristobalópez". Hubo una colina que no pudo conquistar: la centenaria Gaceta de Tucumán, "mi verdadera oposición", como él repite.

Alperovich cubrió la provincia de obra pública. Pero los costos desataron grandes discusiones. Por ejemplo, cuando en Salta se extendió una autopista de cuatro carriles iluminados, hubo que pagar $ 10 millones el kilómetro. En cambio, en Tucumán salió $ 14 millones para dos carriles, a oscuras. Los funcionarios explican que en la provincia hay que realizar un gran movimiento de suelos. Lo mismo debe haber pasado con la edificación de la Legislatura: el metro cuadrado costó $ 8000 pesos, $ 3000 más que el del hotel Sheraton, construido al mismo tiempo. Un detalle que tal vez explica todo: el mejor amigo de Alperovich en Buenos Aires es Julio De Vido. Otro removedor de suelos.

El unicato de Alperovich controla 42 de los 49 legisladores provinciales. Y 16 de los 19 municipios. Durante su mandato se crearon cientos de partidos provinciales, que acoplan sus listas a las del oficialismo. Así se alcanzaron fenómenos extravagantes. Por ejemplo: en Tafí Viejo habrá 1680 postulantes para 12 bancas de concejales. Casi todos van colgados de la boleta de Manzur. El financiamiento de esos ejércitos de candidatos sale de la caja del Estado.

En ropa interior

Este estilo de liderazgo se refleja en una estética. El gobernador de Tucumán se ha hecho famoso por presidir el gabinete a primera hora, en su domicilio y en ropa interior. Es gracioso que de las deliberaciones participa, por decirlo de algún modo, "la Maggie", su mascota. A veces aparece "Betty", la primera dama, despotricando por las denuncias que aparecen en "el diario": "Manga de vagos, con todo lo que les dimos y ni siquiera nos defienden...", vocifera. Nadie se da por aludido. Ni la perra. Mientras su sucesión es un misterio, Alperovich sólo parece preocupado por su medio de transporte. En los últimos años recorrió el país en un Learjet para seguir a Atlético.

Los comicios del domingo son el desenlace de un duelo de años. El odontólogo Cano fue el primer fiscal del sanitarista Manzur. Lo acusó de montar un Indec de la desnutrición. Según él, Manzur desterró ese flagelo cambiando los parámetros estadísticos. Es un reproche que también recibió en su combate contra la gripe A, cuando se sumó a Cristina Kirchner: según sus detractores, contabilizó como positivos los casos dudosos, por lo que la peste tuvo un retroceso milagroso. Ahora Manzur debe lograr otro prodigio. Con menos dinero, perpetuar la herencia del caudillo. Eligió un eslogan simpatiquísimo: "Sigamos cambiando". Ni a Scioli se le ocurrió semejante ambigüedad.