Mauricio Macri se enfrenta hoy a dos alternativas: sentarse a rezar para que Daniel Scioli no llegue al 45% de los votos en las elecciones del 25 de octubre o buscar un trabajoso y difícil acuerdo con el Frente Renovador que derive en un renunciamiento histórico de Sergio Massa en aras del triunfo de la oposición.

Dirigentes macristas parecen contentarse con la ilusión de que, entre las dificultades económicas que podría atravesar el país en los 72 días que restan hasta los comicios y el abrazo del oso de Aníbal Fernández, a Scioli no le será fácil alcanzar los votos necesarios para imponerse en la primera vuelta electoral. La mayoría de los hombres de Macri sabe, sin embargo, que se trata de una apuesta muy arriesgada y que, para peor, no depende de ellos mismos. Es, en efecto, de una apuesta demasiado peligrosa frente a una fuerza política que maneja el aparato del Estado nacional y la gran mayoría de las provincias.

Nadie puede decir hoy que el candidato del Frente para la Victoria tenga la vaca atada. Tanto las inundaciones en la provincia de Buenos Aires como su inoportuno viaje a Italia cuando muchos bonaerenses estaban con el agua hasta el cuello dieron cuenta de que quien más desgaste puede sufrir de aquí a octubre es Scioli. Su gestión, más que nunca, debe contemplar mecanismos de relojería para evitar que, en su camino hacia la Casa Rosada, no se le cruce un Cromagnon.

No puede tener la vaca atada alguien que, como Scioli, sabe que para captar votos independientes debe tomar algo más de distancia de Cristina Kirchner, pero que no tiene mucho margen para anticipar medidas económicas muy diferentes de las adoptadas por el gobierno nacional. Su nada sencilla tarea es seducir a electores no kirchneristas desde una posición embarazosa.

Aun así, Scioli conserva la chapa de favorito. Porque conseguir los aproximadamente siete puntos que le faltan para ganar en la primera vuelta y evitar el ballottage dista de ser algo imposible.

Hay un dato para el sciolismo que suena desafiante. Cuando se postuló por primera vez a la gobernación bonaerense, en 2007, ganó con el 48% de los votos; cuatro años después, fue reelegido con nada menos que el 55%. El domingo pasado, como candidato presidencial, sólo cosechó el 40% de adhesiones en su provincia. Es, sin duda, una señal de desgaste del oficialismo, tanto a nivel nacional como provincial. Pero desde la visión siempre optimista de Scioli puede ser interpretada de otra forma: concretamente, como un indicador de que su techo electoral en el mayor distrito del país es bastante más que el 40%.

Para Macri y para Massa aún no ha llegado el tiempo de la acción. Todavía es tiempo de reflexión.

El tigrense sabe que como postulante a presidente ha obtenido un 20% menos de votos que los logrados en 2013 como candidato a diputado nacional en el distrito bonaerense. Y no puede descartar la traición de algunos intendentes del conurbano ni que parte de los votantes que le sumó José Manuel de la Sota elijan otro destino.

Por su lado, Macri tiene como única certeza que, dejando todo como está, en octubre, se asegurará el segundo puesto. Y podría confiar en llegar al 35% de votos, para que Scioli sólo pueda ganar en primera vuelta alcanzando los 45 puntos. Pero el jefe de gobierno porteño no puede estar seguro de que Scioli no conseguirá esta cifra mágica.

La actitud posterior a las PASO en el massismo ha tenido rasgos contradictorios. Massa abogó de entrada por discutir políticas de Estado con Macri y Margarita Stolbizer, en lo que pudo ser interpretado como un puente de plata hacia un entendimiento electoral de mucho más vuelo. Días después, Felipe Solá dio a entender que no había arreglo posible y despidió al macrismo con un sonoro "jódanse".

¿Pero qué podría ocurrir si, tras sentarse en torno de una misma mesa, Macri y Massa descubriesen que tienen más coincidencias programáticas que diferencias?

Los dos principales candidatos de la oposición, en distinta medida, afrontan un problema que está en ellos resolver y que, como decía Einstein, no podrá ser solucionado con el mismo razonamiento utilizado para crearlo. Deberían recordar también otra frase de Einstein: "La imaginación es más importante que el conocimiento".