Acostumbrados como estamos a que los políticos festejen con igual fanatismo y algarabía sus triunfos y sus derrotas, se podría suponer que el pasado  día  domingo,  en  horas  de la  noche,  uno  o  dos  de  los  tres  presidenciables  más importantes o  bien  estaban  mirando  otro canal o bien se habían vuelto locos. Es que todos, a su manera, se consideraron ganadores. La euforia,  por  igual,  ganó  a  los  militantes  que  poblaron  el  Luna  Park,  Costa  Salguero  y  Tigre, aseguraron en su informe semanal los analistas políticos Vicente Massot y Agustín Monteverde.

¿Era una manera de no dar el brazo a torcer esa reacción o tenían razones valederas para sacar pecho? En realidad, por motivos muy distintos, ninguno de los candidatos mencionados exageró. Los tres acreditaban argumentos de peso para justificar su alegría.

El gobernador de Buenos Aires en virtud de que, a simple pluralidad de sufragios, fue el más votado y de la misma manera quien las justas deportivas. En el caso del jefe de gobierno de la Capital Federal, en atención a que la distancia que lo separa del FPV  no  resulta  indescontable ni mucho  menos,  y  que el  escenario  del  ballotage se  halla  a  la vuelta de la esquina.

Para el líder del Frente Renovador, por último, debido al hecho de que la polarización tan anunciada brilló por su ausencia y, en consecuencia, sigue en carrera. Quedó en evidencia algo sobre lo cual tanto hemos insistido, a saber: que iba a tener similar peso la diferencia de sufragios porcentual entre uno y otro como la cantidad de votos que cada uno de ellos obtuviera. De lo contrario, no podría explicarse que descorcharan champagne  tanto el que había obtenido 38 %de respaldo de los votantes, como el que había llegado a30 % y el  que  quedó con  20 %.

Si  Scioli  hubiera  alcanzado o  traspasado  la  barrera  de 40 %,  habría quedado tan cerca del mínimo necesario para evitar la segunda vuelta que no hubiese sido raro verlo al frente de sus acólitos, en caravana, brincando alrededor del Obelisco, empapado por la lluvia  que  caía  a  caudales.  Pero  su  alegría  no  se  disparó hacia  un  triunfalismo  desfogado.  De haber Macri orillado 35%, el centro que alquiló para esperar el resultado de las urnas habría sido chico. Sin embargo, estuvo exultante y cauto a un mismo tiempo. En cuanto a Massa fue  medido, consciente de  que  su  rol  protagónico,  en principio, no le alcanzará para instalarse en Balcarce 50.

Cada cual festejó con pleno derecho a hacerlo, pero a partir de ahora cada cual tendrá por delante un desafío de envergadura. De la forma en que puedan y sepan asumirlo y resolverlo dependerá, en buena medida, su performance el próximo 25 de octubre. Esto significa que ninguno de los tres tiene la vaca atada. Ósea, que la definición está abierta, sin que resulte serio adelantar hoy quién será el sucesor de Cristina Fernández. Es entendible que Scioli y Macri alienten más esperanzas que Massa en punto a vestir la banda y empuñar el bastón presidencial el 11 de diciembre, pero ello no quita que en los setenta días por venir los escenarios probables puedan cambiar una y otra vez. Nada se halla predestinado.

¿Cuáles son esos desafíos de los que hablamos? Daniel Scioli debe sumar unos siete puntos, poco más o menos, a los efectos  de  salvar  la tan  temida  segunda  vuelta.  La  diferencia  entre  los  votos  que obtuvo y los que necesitará en octubre parece escasa aunque, en realidad, no son votos fáciles de obtener. ¿Por qué? En virtud de su excelente elección. Obtener 38,4 % de los sufragios es una cuota altísima; y si bien la superará, su problema reside en que cualquier número inferior a 45 % no alcanzará a colmar sus expectativas. Ahora bien, ¿cómo llegar a esa cifra? Más votos propios y del kirchnerismo es imposible que acumule. De aquí, entonces, que deba salir a la caza de los partidarios de José Manuel de la Sota, de Sergio Massa y de Adolfo Rodríguez Saá, básicamente.

Si lo que estuviera en discusión fuese un pleito en donde el peronismo, con distintas variantes,  se  enfrentase  a  una  coalición  no  peronista, sería  cosa  sabida  que Scioli podría contar con los sufragios de los candidatos que también responden al tronco común justicialista.

El  odio o rechazo  que  genera  el  kirchnerismo complica las posibilidades del gobernador bonaerense de captar unas voluntades que, al margen de  sus  observancias  ideológicas,  siguieron  a  De  la  Sota,  Massa  y  Rodríguez  Saá por  estar situados en la vereda de enfrente del oficialismo. Scioli podrá tomar alguna distancia de los K pero  nunca  sacarse  de  encima  a  Carlos  Zannini ni a Aníbal  Fernández.  No osará criticar  a Cristina Fernández ni se animará a adelantar medidas económicas distintas de las ejecutadas por Axel  Kicillof.  En  resumidas  cuentas: deberá  seducir  a  unas  tribus antikirchneristas  desde  una posición incómoda.

La idea, extendida entre  no  pocos  comentaristas  y  mucha  gente de  que, con  De  la Sota fuera de juego, el 6,4 % de votos que obtuvo el gobernador mediterráneo en las PASO seránuna suerte de bocatto di cardinale para Scioli, no es necesariamente cierta. Téngase en cuenta que la mitad de los votos del cordobés los obtuvo en su provincia, donde el FPV salió tercero lejos y Massa obtuvo 10 % de los sufragios. Macri, en cambio, apenas perdió por cuatro puntos frente  al  hombre  fuerte  del  estado  mediterráneo.  En  tren  de  conjeturar,  tiene  sentido  imaginar que  esos  votos  estarán  en  octubre  más  cerca  de  Macri  que del  FPV y  el  FR.  La  condición necesaria  para  que  Scioli  sume  siete  puntos  más  es  que  haya  una  fuga  en  su  favor  de  los massistas  y  delasotistas.  Si  el  fenómeno  del voto  útil no existiese el 25 de octubre, Scioli estaría condenado a dirimir supremacías  con Macri en noviembre.

La condición suficiente, si hubiese ese trasvasamiento,  sería que  esos  sufragios  decantasen  más  en  favor  del  FPV  que  de Cambiemos. Lo cual no está escrito en ningún lado.  En todo caso, tiene que ganárselos primero. El  desafío  que  se  recorta  en  el  horizonte  macrista  resulta  directamente  proporcional  a  su  capacidad  de  entender  que  Cambiemos  no  es  el  Pro. Macri  no  tiene  por qué asumir el papel de par respecto de Ernesto Sanz y de Elisa Carrió. Al mismo tiempo,  no  puede  ser  un  jefe  absoluto.  Sólo  estará  en  condiciones  de  ganar  con  base  en  una coalición que se extienda a la gente que no lo votó. Si acaso no lograse retener los seis puntos que  le  sumaron  el  radical  mendocino  y  la  jefa  de  la  CC,  tendría  los  días  contados.  Ello  sin decir que también deberá esforzarse en una tarea de seducción de cara a quienes se inclinaron el domingo por De la Sota y Rodríguez Saá. Contra lo que opinaban muchos, sus problemas no se  encuentran  tanto  en  la  provincia  de  Buenos  Aires que requiere ser tentado, halagado y reconocido para no ceder a la tentación sciolista.

Fuera de lo expresado, solamente le queda a Macri rezar para que el candidato del FPV no llegue a 45 %. ¿Y Massa?  Junto a José Manuel de la Sota fue capaz de bracear contra la corriente que hasta un par  de meses  atrás amenazaba tragárselo,  romper  la polarización  y seguir en carrera. A diferencia de sus contrincantes, sus posibilidades de  meterse  en  un  eventual ballotage son hoy remotas.  Más  allá  de  las  especulaciones  que pudieran tejerse al respecto, primero se le hace menester conservar los votos de su compañero mediterráneo y los propios. Tiene delante suyo, pues, dos tareas formidables: convencer, por un lado, a los cordobeses que representan lo mismo o algo muy parecido al actual gobernador de esa provincia; y por otro evitar que su tropa evite el encanto del voto útil.  Si  lo  lograse  todavía  necesitaría  quitarle a Scioli y a Macri entre diez y quince puntos para tener alguna chance.

No hubo un triple empate aunque son tres los que conservan posibilidades  de  triunfar.  No  hubo  polarización  el  domingo; aunque  no  puede descartarse  que  la  haya  en  octubre. La  voluntad  de  la  gente  en  el  cuarto  oscuro, y  no las  negociaciones entre los candidatos en danza, será el factor decisivo susceptible de determinar si Scioli es presidente en octubre o si habrá una segunda vuelta que, a no dudarlo, será para alquilar balcones.