¿O son sectores acomodados e independientes que eligieron evitar las dificultades de la incesante lluvia? En la respuesta a esas preguntas se esconde la posibilidad -o no- de que Daniel Scioli pueda ganar en primera vuelta en octubre. No son las únicas preguntas, pero son, quizás, las más cruciales. Sobre todo después de que el escrutinio definitivo (trámite lento y confuso como pocas veces se vio) acercara a Scioli al 40% de los votos y lo dejara a 8 puntos de Mauricio Macri.
Si fuera parte del conurbano el que faltó, Scioli estaría acariciando con sus dedos una victoria en la primera ronda. La presencia de esos sectores en los comicios del 25 de octubre le permitirían superar el 40% de los votos y alargar su diferencia con Macri a más de diez puntos. Si, por el contrario, fueran núcleos sociales más altos los se quedaron en casa (y fueran a votar en octubre), Scioli estaría condenado a una segunda vuelta y Macri podría seguir soñando con alcanzar la Presidencia en las eventuales elecciones del 22 de noviembre. La posibilidad técnica de conocer dónde estuvo el mayor ausentismo es posible, pero necesita de un análisis profundo que llevará 24 o 48 horas más.
Lo único que se sabe es que hubo una espectacular movilización del aparato peronista de la provincia de Buenos Aires, más entusiasmado, es cierto, por la disputa entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez que por la competencia presidencial. Entusiasmo que sirvió de poco: Scioli sacó más votos que sus candidatos a gobernador. Nunca, como anteayer, ese aparato había sido, además, tan obsceno a la hora de mostrar las trampas de su oficio. Muchísimas boletas de Macri y de Sergio Massa aparecieron tiradas en cunetas de la vasta provincia. ¿Qué porcentaje de votos opositores se quedó en el camino? ¿Fue entre 3 y 4% del total, como afirman dirigentes duhaldistas que conocen esas tretas? ¿O fue menor e insignificante? El actual sistema de votación dejará esas preguntas definitivamente sin respuestas.
El hurto de boletas, con todo, no fue una catástrofe por la intensa movilización de fiscales de Pro, que cumplieron más de lo que prometieron. Todo eso sucedió a pesar del buen desempeño del juez electoral de La Plata, Laureano Durán, y de la secretaria electoral, Belén Vergara, una mujer que pasó su vida controlando las elecciones de la provincia. Durán, un juez nuevo y joven, confirmó a Vergara en su cargo, aun cuando ésta está en condiciones de jubilarse.
Scioli tiene los números a su favor con miras a las primera vuelta, pero las primarias del domingo le dejaron otro resultado que podría amargarle el domingo de octubre. La elección de Aníbal Fernández como candidato a gobernador de Buenos Aires. Hasta ahora, Scioli se había movido en un espacio impreciso en esa provincia, donde no estaba claro si su candidato a gobernador era Aníbal o Julián Domínguez. Aníbal es un mal compañero electoral, porque la acusación que pesa sobre él es que colaboró con el tráfico de drogas. El tráfico, la producción y el consumo de drogas en Buenos Aires son un conflicto enorme, que desespera a los sectores sociales más bajos y atraviesa los núcleos medios y altos de la sociedad. Para peor, Scioli hizo en su provincia una elección más regular que buena para las estadísticas históricas del peronismo.
De todos modos, el oficialismo -todo hay que decirlo- hizo en el país una buena elección, aunque haya sido la peor en comicios presidenciales. Se trata de un gobierno que tiene doce años, que sobrelleva denuncias muy graves de corrupción (que incluye complicidades con el narcotráfico) y que conduce una economía en franca decadencia desde hace cuatro años. Seguramente lo ayudó el aporte del particular estilo de Scioli, pero también a Scioli lo ayudó Cristina Kirchner, que está llegando al final de su mandato con buenos índices de aceptación popular. Los dos están condenados a permanecer atados por las cadenas de la necesidad política.
¿La Argentina es un país mayoritariamente peronista o es, en cambio, mayoritariamente opositor al peronismo? Ambas cosas se pueden afirmar con los mismos datos. Un 60% de la sociedad votó por variantes peronistas si se suman los resultados de Scioli y de Massa. Un 60% votó contra el peronismo kirchnerista si se suman los votos de los partidos opositores al Gobierno. Sea como sea, Scioli tiene claro que no puede correr el riesgo de la segunda vuelta. Es probable que en esa ronda tienda a abroquelar más el voto antikirchnerista que el peronista, que también tiene sus franjas muy críticas de los Kirchner.
Si bien se mira el mapa electoral, no hay una división entre pobres y ricos que votan por el peronismo o por el antiperonismo, sino entre ciudadanos independientes del Estado y los que necesitan del Estado. Las mejores elecciones del oficialismo en el conurbano las hizo en los distritos más pobres, donde un porcentaje monumental de sus ciudadanos requiere de alguna asistencia del Estado para sobrevivir. El otro gran aporte de votantes al oficialismo provino de las provincias del Norte, también las más pobres del país, donde habitan los ciudadanos más dependientes del Estado. Esas provincias son, en muchos casos, feudos que controlan una maquinaria perfecta de asistencialismo y votos cautivos. Es lo mismo; una cosa tiene que ver con la otra.
Contra esas certezas deberá enfrentarse Macri en octubre. El domingo encontró en la provincia de Buenos Aires una aliada más que una protegida en María Eugenia Vidal, la candidata más votada en el mayor distrito electoral del país. Con 41 años, tiene fama de funcionaria eficiente, tenaz y honesta. Lleva dos años recorriendo la provincia, casi sin que se note, y logró encaramarse poco a poco sobre un sistema político bonaerense tan eficaz como corrompido.
Es probable que no sea Macri el que termine arrastrando a Vidal, sino que ésta lo ayude a juntar a Macri votos presidenciales. Una vieja leyenda macrista dice que el mayor favor que Macri le hizo a Horacio Rodríguez Larreta fue mandarla a Vidal a la provincia. "Vidal lo arrasaba a Horacio si hubiera competido en la Capital", aseguran. "También de la suerte vive el hombre", suele replicar Rodríguez Larreta.
Macri tiene, a su vez, un deber de agradecimiento con sus dos socios en la coalición, Ernesto Sanz y Elisa Carrió. Aunque los porcentajes de éstos fueron módicos, le permitieron al líder de Pro pasar del 24% de los votos a más del 30%. La diferencia entre un porcentaje y otro es abismal mirada en clave política.
Revisar el discurso
Si Macri quiere polarizar, que es lo que quiere, deberá rever su discurso. Él teme, si se endureciera, que la gente pobre lo abandone temerosa de perder los beneficios sociales. No se trata de eso, que es un porcentaje menor dentro de los descontrolados gastos del Estado. Se trata de hablar más, y con más énfasis, del narcotráfico, de la inseguridad, de la corrupción y de la crispación social. Si Macri elude el camino de convertirse en una opción clara y diferente al kirchnerismo, corre el riesgo de que Massa conserve sus votos y evapore la posibilidad de la polarización.
A propósito, Massa es otro que tiene un deber de agradecimiento con De la Sota; el aporte de casi siete puntos que éste hizo a la coalición le permitió a Massa escapar de los escasos 14 puntos que sacó por sí solo. ¿Qué pasará con los votos de Massa en octubre? ¿Los conservará? ¿Los verá diluirse frente al candidato opositor con más posibilidades de ganar? Eliminado De la Sota de la contienda, ¿adónde irán los muchos votos de Córdoba que sacó el actual gobernador de esa provincia? Córdoba tiene una sociedad mayoritariamente antikirchnerista e históricamente cercana a Macri, pero el gobernador electo, Juan Schiaretti, se comprometió a apoyar a Scioli si perdía De la Sota. Esos votos cordobeses son un misterio. Massa tiene, por su lado, que sobreponerse con éxito al rutinario exitismo de la sociedad, poco proclive a votar por los que cree que perderán. Un desafío inmenso.
Scioli está ahora más cerca que en la madrugada del lunes de ganar en primera vuelta. Ésa es una certeza. La otra certeza es que la elección de octubre podría acomodar y reacomodar los votos de tal manera que los resultados de anteayer no terminen pronosticando nada. En eso confían Scioli y Macri. Los dos tienen frente a sí la posibilidad de cometer el acierto o el error.