Una buena para Macri: la última encuesta presencial en la provincia de Buenos
Aires, encargada por el PRO y que no será difundida a los medios, abarcó más de
1.500 casos y reveló que habría aún un 50% de votantes indecisos cuando faltan
menos de diez días para las PASO. Esto es, que la paliza bíblica que espera
aplicarle el peronismo kirchnerista a Macri en territorio bonaerense, para
sacarle una ventaja indescontable en el resto del país, todavía es una hipótesis
de lejano cumplimiento.
Una mala para Macri: desde hace diez días, cuando se produjo el ajustado
triunfo de Horacio Rodríguez Larreta en el balotaje de la Capital, Macri y sus
principales voceros y estrategas están tratando de explicar de qué demonios se
trata el cambio de discurso que esa misma noche puso en escena el candidato,
reconociendo logros de la “década ganada” kirchnerista. Lo más preocupante fue
que las críticas no solamente llovieron desde el kirchnerismo –lo que era
esperable y esperado, casi un efecto provocado– sino que también se hicieron
escuchar cuestionamientos muy duros adentro.
El avispero macrista sigue hoy alborotado y eso supone una peligrosa
distracción de energías cuando están las PASO a la vista. Los resultados de ese
día van a marcar con trazo indeleble el escenario de la elección presidencial de
octubre. El que llegue mal parado a las primarias difícilmente pueda levantarse
y retomar el ritmo de competencia. Es una carrera sin piedad, en la que los más
fuertes se impondrán en cada rubro puesto a votación.
Macri y su equipo, por circunstancias de las que ellos mismos son parte,
están obligados a correr de aquí para allá cuidando que no se les desajuste
ninguna pieza del complejo mecano político que idearon para conquistar el poder.
Su armado, por diverso, amplio y mucho más débil de recursos que el del
Gobierno, es naturalmente inestable. Sólo una acción enérgica, eficaz y continua
puede mantenerlo funcionando en régimen hasta cada uno de los días decisivos:
PASO, elección general y balotaje.
De atender uno de esos flancos sensibles se ocupó la plana mayor del PRO el
miércoles por la noche, en un restorán a la moda en Puerto Madero. Allí, Macri y
su compañera de fórmula, Gabriela Michetti, acompañados de Marcos Peña y Emilio
Monzó, cenaron con los radicales Ernesto Sanz, Julio Cobos, Gerardo Morales y
Angel Rozas, expresión de las principales líneas internas de la UCR. El plato
principal fue la coordinación de logística y discurso para las PASO, cuando a un
bunker único concurran todas las fuerzas que integran Cambiemos, el frente que
se propone desalojar al kirchnerismo del poder.
Peña, secretario general del Gobierno porteño, es el jefe de campaña y
dirigente más cercano a Macri. Encabezó la planificación y puesta en marcha del
equipo de difusión y reclutamiento macrista en las redes sociales, que por
características y dimensión es una auténtica innovación en la política
argentina. Ahora, en campaña, Peña se ocupa básicamente de las cuestiones de
estrategia y comunicación.
Monzó, ministro de Gobierno de la Ciudad, es el operador político principal
de Macri. No hubo negociación importante con aliados, ni armado electoral en las
provincias, que hayan progresado sin su intervención directa. Monzó se ocupa
ahora de mantener aceitados esos engranajes, por lo general desconocidos para la
mayor parte de la dirigencia macrista, que siente cierta aversión epidérmica por
la política aunque a todos les gusta jugar a la política.
Junto a Peña y Monzó completa la tríada de conducción proselitista el
ministro porteño de Espacio Público, Edgardo Cenzón, hombre de máxima confianza
para Macri. A su cargo está el armado y coordinación de las propuestas
económicas que el macrismo expondrá en la campaña hacia octubre y que, si Dios y
la suerte los acompañan, intentarán poner en práctica desde diciembre en el
Gobierno nacional. Si es así, necesitarán a partir de ese momento de otro Dios y
otra suerte adicionales.
Viene a cuento la descripción de la troika Peña-Monzó-Cenzón porque es allí
donde convergen las quejas y protestas internas por el cambio de discurso de
Macri. Y es allí donde se concentran y sopesan los interrogantes abiertos sobre
el destino final del emprendimiento macrista: su hipotética envergadura nacional
o su eventual, y descorazonante, dimensión solamente municipal.
Las críticas que más se escuchan, según cuentan a Clarín dirigentes del
corazón político del PRO, se refieren a que no se está encontrando el modo
adecuado de explicar en qué consiste el cambio de discurso. Este giro argumental
macrista incluye defensa de los planes sociales empezando por la Asignación
Universal por Hijo, la postura de mantener a Aerolíneas Argentinas bajo control
estatal y lo mismo con YPF.
El problema sería que, en el intento de construir un discurso contra el miedo
de sectores populares a la llegada de Macri al Gobierno, se pueda terminar
edificando un argumento confuso que no diluya temores y agregue incertidumbre
entre los votantes propios o afines. Hay acá un problema de fondo, pero también
un interrogante en las formas en que esta estrategia se despliega –básicamente a
través de intervenciones públicas de Macri– y hasta del momento elegido para
hacerlo, la noche de un triunfo porteño más estrecho de lo esperado.
“Corremos el riesgo de terminar diciendo lo mismo que Cristina y Scioli y no
explicar qué es lo que vamos a cambiar, incluso de lo positivo que ellos
pudieran haber hecho”, se espanta un dirigente del PRO con altas funciones
ejecutivas.
Sus angustias van más allá. Defiende el cambio de discurso y lo define como
“necesario” porque apunta a una franja social y económica cuyo voto, así sea
parcial, es imprescindible para ganar la elección. Pero dice que el mismo Macri
deja dudas sobre la convicción con que defiende algunas de sus “nuevas” ideas,
en particular en el caso de Aerolíneas.
Hay un par de preguntas para hacerse. Por ejemplo: ¿Y si el cambio de
discurso funciona?
La política lo rechaza, pero ¿los votantes ajenos a los que Macri apunta lo
rechazarán igual? Son dudas razonables, todavía sin respuesta.
En tanto, dirigentes del PRO bufan por la decisión táctica de no salir a
confrontar con dureza con el adversario. “Nos pasó con Lousteau en Capital y
ahora no podemos salir a pegarle a Kicillof”, se quejan.
Claro que el ministro de Economía y ahora candidato a diputado a veces se
pega solo, como con sus desafortunadas expresiones sobre el impuesto a las
Ganancias y los alquileres, y las forzadas desmentidas. Casi puede verse la
estampida de votos de clase media huyendo después de esas declaraciones. Apenas
si hubo, ayer, una réplica irónica de Macri a Kicillof.
Se ha señalado, con razón, que Macri ha sido hasta acá poco agresivo con
Cristina y con Scioli. Aunque esta semana se despachó con una estocada profunda
sobre los dos a la vez, cuando dijo que Scioli había sido pieza importante en el
apartamiento del juez Claudio Bonadio de la causa Hotesur, asunto judicial sobre
presunto lavado de dinero que sensibiliza especialmente a la Presidenta y a su
hijo Máximo.
¿Habrá sido un disparo perdido de Macri o la primera entrega de un discurso
más duro y un ataque claramente personalizado? Otra duda. El correr de los días
dará la respuesta.
Contra la naturaleza orgánica y planificadora de Macri, que no en vano es
ingeniero, el clima en el PRO es definido, en estas horas, como “desorganizado,
con tensión y muchos nervios”. Tanto que el influyente Nicolás Caputo,
empresario poderoso y además amigo y consejero del candidato, llamó a dirigentes
de la primera línea para pedirles que aseguraran la armonía interna de aquí a
las PASO. Que lo que sea necesario discutir podrá discutirse después.
La encuesta nacional más fresca que maneja el PRO le está proyectando para
las primarias alrededor de 38% de intención de voto a Scioli, contra un 30% de
Macri a lo que se sumaría un 4% que lograrían Sanz y Elisa Carrió. Dirigentes
macristas suponen que esos 4 puntos de diferencia del kirchnerismo sobre
Cambiemos quizás terminen siendo algo más. Se dibujaría igual un escenario
alentador para ellos, sin definición tajante hacia la elección general.
El lunes Macri decidió reunir a su gabinete ampliado. Esto es, todos los
dirigentes con capacidad de hacer mover la rueda política y electoral. Les va a
reclamar el máximo esfuerzo. A todos. No se descarta que en el envión mayor de
la campaña sean incluidos de lleno Rodríguez Larreta y el vicejefe electo, Diego
Santilli. Los dos ya tienen agendadas de aquí a las PASO una visita por día a
municipios del Conurbano.
Macri tratará de convertir la bronca de estos días en fuerza efectiva de trabajo, disolviendo las amarguras improductivas que se van rumiando por los rincones de la interna. Algo es seguro: no tiene derecho a quejarse. Nadie llega a presidente caminando sobre pétalos de rosa.