No son pocos los dirigentes que empiezan a temer que las internas abiertas,
simultáneas y obligatorias del 9 de agosto (PASO) puedan envolver en un
verdadero escandalete a Buenos Aires. Entre aquellos temerosos no hay sólo
macristas y radicales. También desconfía el Frente Renovador de Sergio Massa. Lo
más sorprendente: en la hilera de esos desconfiados sería posible descubrir a
Aníbal Fernández. El jefe de Gabinete fue quien desató la ofensiva más dura
contra el juez electoral K Laureano Durán, que había decidido limitar la
cantidad de boletas que los partidos podían tener en cada mesa de votación. La
Cámara Nacional Electoral se apresuró a revocar aquella determinación.
Nada se descubre cuando se asegura que Buenos Aires será crucial en agosto y
en octubre. Allí reside algo más del 38% del padrón nacional. Pero ese volumen
no diría todo sin una imprescindible desmenuzación: el peso del Conurbano,
cuantitativo y político, no es similar al del interior del territorio. Un
fenómeno que se acentuó en los 90 de la mano de la corriente duhaldista.
Las sospechas, tal vez, no se hubieran agigantado tanto si Cristina Fernández
hubiera conseguido dos objetivos que, junto a la admisión de Daniel Scioli como
candidato K exclusivo, desnudarían sus falencias como constructora. En sus ocho
años en el poder no logró perfilar un candidato kirchnerista en Buenos Aires
propio, presentable y con votos. A último momento la Presidenta pretendió echar
un manotazo y cambiarle a Florencio Randazzo el casillero de presidenciable por
el de gobernador. El cumplimiento del ministro del Interior de su compromiso
público (“Si no soy candidato a presidente no seré nada”, reiteró) desbarató
esos planes presidenciales.
La puja entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez por la candidatura a
gobernador sirvió para que los timbres de alarma se activaran también en la
oposición. El macrismo había hablado hasta el cansancio sobre la importancia de
fiscalizar la votación en Buenos Aires: pero del dicho al hecho hay siempre un
largo trecho. María Eugenia Vidal, la candidata a gobernadora del PRO, y
Gabriela Michetti, ladera de Mauricio Macri en la fórmula, advirtieron en sus
recorridas por el Conurbano profundo y misterioso que las trampas podrían ser
infinitas si no existiera una adecuada vigilancia. Los secretos nacieron de
gente humilde ligada a los aceitados aparatos que poseen los intendentes.
Vaya otra casualidad. Aníbal Fernández estaría lidiando contra un problema similar al de sus enemigos macristas. Hay muy pocos intendentes que se solidarizan con el jefe de Gabinete. Lo prefieren a Domínguez. La única ventaja que Aníbal le arranca a los macristas es la posibilidad de utilizar fondos y estructuras del Estado nacional.
Resulta impresionante, de verdad, la cantidad de publicidad que el jefe de
Gabinete desparrama en la Provincia. Sus votos potenciales podrían llegar a ser
en agosto los más caros.
Al titular de la Cámara de Diputados tanto despliegue también le llama la
atención. No es que él mismo no lo tenga: pero intuye que habría un soporte
económico adicional para el jefe de Gabinete que vendría del kirchnerismo. De su
propio “circulo rojo”. ¿Por orden de Cristina? ¿Por qué podría considerar a
Aníbal un cancerbero más eficaz para Scioli que Domínguez? ¿Al estilo de Carlos
Zannini? Esos interrogantes martirizan a Domínguez.
El titular de la Cámara de Diputados viene remontando el déficit principal:
su bajo conocimiento en Buenos Aires pese a haberse desempeñado, alguna vez,
como ministro de Felipe Solá. Su proximidad a Scioli lo beneficia, aunque el
gobernador, por lógica, intente mostrarse equidistante en el combate bonaerense.
Domínguez, para los días finales de campaña, estaría rumiando una decisión con
la idea de torcer definitivamente el rumbo que mostrarían las encuestas: aceptar
o no una invitación para asistir al programa de Marcelo Tinelli. El conductor no
lo piensa llevar a Aníbal con quien lo distancia el manejo del fútbol. El jefe
de Gabinete se opuso, a su turno, que Tinelli ingresara en el negocio de la
televisación de los partidos. Ahora coloca piedras en el camino que pretende
transitar Tinelli para llegar a la cima de la AFA.
Domínguez deshoja aquella margarita. Por un lado lo seduce la idea de llegar
desde la pantalla a millones de ciudadanos del Conurbano que de otro modo no
podría contactar. Pero choca también contra un viejo precepto suyo: el de evitar
la farandulización de la política.
Con Aníbal Fernández, para incomodidad de Domínguez, estaría sucediendo otra
cosa singular. Amén de una supuesta mano cristinista, congregaría también las
preferencias de prácticamente todo el arco opositor. Esas simpatías quedaron al
descubierto, por ejemplo, en un plenario del Frente Renovador. Varios
dirigentes, entre ellos el intendente de Malvinas Argentinas, José Cariglino
pusieron el eje en fortalecer la acción en Buenos Aires para quebrar la
polarización entre Scioli y Macri. Massa fue más audaz. Instó a sus militantes a
que cuiden la boleta de Aníbal. ¿Por qué razón? Porque parte de la premisa que
el jefe de Gabinete tiraría hacia abajo las chances de Scioli en octubre para
ganar en una primera vuelta. “Con Felipe (por Solá) lo podemos tumbar”, se
entusiasmó. Quizás no haya dicho todo. El tigrense conjetura que, en el peor de
los casos (si fuera víctima de una polarización), la macrista Vidal también
podría estar en condiciones de jaquear a Aníbal. La mujer de Morón hace
diariamente sus tareas: al final de las extenuantes recorridas bonaerenses
repasa las actualizaciones de las encuestas de su equipo. Sonríe cuando observa
que Aníbal continuaría liderando los números en la interna del FPV.
El macrismo celebró ayer cuando María Servini de Cubría hizo lugar a la
demanda de Cambiemos (PRO, UCR, Coalición) para que se puedan mudar a fiscales
de otros distritos a la brava Buenos Aires. La ayuda reforzaría la tarea
artesanal que en la Provincia viene realizando el PRO. Una artesanía cara, sin
dudas.
El macrismo abrió una inscripción de fiscales por Internet. Ya tendría
reclutados los 40 mil que harían falta para los 135 distritos. Ese volumen se
integra con 35 mil más otros 5 mil fiscales generales. Cada controlador cobrará
unos $ 500 por mesa fiscalizada. Eso implicaría un gasto que oscilaría entre los
$ 15 y $ 20 millones.
La recolección sería apenas una parte de la tarea. El resto consistiría en
descubrir la fiabilidad de las personas. Hay de todo en la viña del Señor.
Peronistas que se ofrecen por un día de trabajo. También sindicalistas, tal vez
de los gremios de Hugo Moyano. Se hace un chequeo por teléfono con cada uno de
ellos. Recibirán el pago sólo luego de que sea verificado el trabajo. Los
fiscales generales serán los encargados de recorrer cada mesa para detectar
posibles anomalías, sobre todo la falta de boletas. Deberán reponerlas en cuotas
para no exponerse a que algún vivillo pueda hurtarlas todas de un saque. Sean 25
como había determinado el juez Durán o 350 como habilitó la Cámara.
La ingeniería podría adquirir valor si la campaña del macrismo en Buenos
Aires fuera dotada de otra intensidad y otra sustancia.
Quizás los últimos días de campaña, pese a las recomendaciones en contrario del ecuatoriano Jaime Durán Barba, tengan algunos grados de temperatura más que la habitual en los dirigentes amarillos. Podría abandonarse la marcada condescendencia con Scioli que imperó hasta ahora. La primera señal, en ese aspecto, la habría dado Macri: ayer responsabilizó al gobernador por la separación del juez Claudio Bonadio de la causa Hotesur, que investiga irregularidades en una cadena hotelera de la familia Kirchner. Los próximos días develarán si tal novedad se transforma en regla.