e Mirtha Legrand crea que está viviendo en una dictadura, y lo diga abiertamente al aire en un canal de televisión mientras cientos de miles de personas la sintonizan libremente, puede resultar un tremendo contrasentido.
Pero lo que inquieta verdaderamente es la maquinaria persecutoria que se pone en marcha toda vez que algún notable que no comulga con el Gobierno expresa sus críticas en voz alta. El escrache es una de las manifestaciones preferidas de hostigamiento por parte de regímenes autoritarios.
No fue la conductora del ciclo más longevo de la TV local la única en asestarle al Gobierno el descalificativo de "dictadura -que hasta generó un proyecto oficialista de reprobación en el Congreso-. Elisa Carrió también acaba de hacerlo.
La estrella de los almuerzos ostenta un tipo de representación popular, difusa pero legítima, que deviene de su excepcional vigencia durante tantas décadas. Eso supone un aval sostenido por parte de una vasta porción del público que se siente interpretada por ella o la mira hasta para disentir.
Muchas veces, Mirtha Legrand, aun en sus opiniones más discutibles, ha actuado como un fino sismógrafo que expresa temores, reclamos o prejuicios, fundados o no, de distintos sectores de la sociedad.
Por puro instinto, y sin medir consecuencias, les dijo a la cara a Néstor y Cristina Kirchner, en 2003, "se viene el zurdaje" y en 2010 reveló al aire que había intercedido ante el ministro del Interior de la dictadura por la desaparición de una sobrina y su marido. Legrand es espontánea, audaz y, en pos de la permanente repercusión, ella misma se sorprende, a veces, de las cosas que dice. Así como no mide consecuencias, es valiente también para arrepentirse y rectificarse. El público aprecia precisamente eso: sus salidas imprevisibles, sus preguntas sin anestesia y su franqueza brutal.
"Yo creo -opinó ahora- que es una dictadura lo que estamos viviendo. Sacar jueces, poner jueces, porque se les viene encima la noche, eso es absolutamente anormal." Aunque le bajó el tono de inmediato, y habló de "dictablanda", ya era tarde. Los artistas K y 6,7,8, con sus satélites, se le fueron encima.
Según el Diccionariode la Real Academia Española, dictadura es el "gobierno que, bajo condiciones excepcionales, prescinde de una parte, mayor o menor, del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país".
Si se observan los apartamientos de jueces, camaristas, fiscales (uno de ellos muerto en circunstancias todavía no aclaradas) y hasta un procurador general de la Nación para entorpecer las múltiples causas abiertas contra Amado Boudou y la familia presidencial, entre otros funcionarios, más los esfuerzos frustrados de "democratizar la Justicia" que el Gobierno no cesa de intentar, se podría deducir que la palabra "dictadura" sobrevuela ciertas intenciones oficialistas.
Es absurdo que para demostrar todo lo bueno que el kirchnerismo se cree que es siempre traiga a colación lo mala que, efectivamente, fue la dictadura militar. Lo hace porque la comparación con el resto de los gobiernos democráticos surgidos desde 1983 no le conviene ya que ostenta el triste récord de ser el período de mayor sesgo autoritario.
Se podría haber dejado pasar lo que dijo Legrand si se lo consideraba un exabrupto para que el olvido lo diluyera. Sin embargo, el kirchnerismo en bloque salió a pegarle durante toda la semana que pasó.
Aunque es poco factible que Mirtha Legrand atempere sus críticas por el escarnio (más bien, lo contrario), la estelar conductora infiere que ese tipo de demoliciones de prestigios que el Gobierno emprende frecuentemente es un gran disciplinador social para que otros díscolos más timoratos se mantengan cautos y en silencio.
Aníbal Fernández, poco caballero y discriminador, atribuyó los severos comentarios a la edad de la diva. El diputado del Frente para la Victoria Carlos Kunkel, experto en brulotes, se mostró misógino y hasta hizo conjeturas deleznables sobre el vínculo que la actriz mantuvo con su hijo Daniel cuando éste agonizaba. Con más picardía, al menos, se expresó la Presidenta que se excusó de opinar porque no mira el programa.
Aquella estrella de la "vueltita" y de las "rosas rococó rosadas" de la primera etapa de los almuerzos, que parecía frágil y etérea, hoy es de granito monolítico. Legrand superó censuras privadas (Alejandro Romay la echó de un día para el otro por hablar de política) y estatales (Isabel Perón le levantó el programa por causas similares). Hasta les inició un juicio millonario a los militares de la dictadura por un contrato incumplido y se bancó el ninguneo de Raúl Alfonsín que no se interesó -como sí lo hizo Carlos Menem- en que volviera a la TV.
Mirtha Legrand no sólo resiste los embates políticos que ella misma provoca, sino que se sobrepone a los nauseabundos barros televisivos chimenteriles de estas épocas.
Es que, como dijo su hermana melliza Goldi al periodista Néstor Montenegro en su libro sobre la diva: "Chiquita es como un cisne que entra en un lago de petróleo, pulcra, blanca y majestuosa, lo cruza y la vemos salir por la otra orilla, tal como entró, inmaculada".