Cada vez que se plantea un conflicto de precios en la cadena láctea, salen
voces de dirigentes y productores que denuncian el cierre de tambos como símbolo
de una crisis recurrente que parece llevarse puesto al sector con cada embate.
Es un diagnóstico imposible de rebatir por su veracidad. Más allá de lo poco
simpático que puede ser discutir qué tan grave es la situación, lo cierto es que
el goteo de tamberos que deja la actividad existe y seguirá existiendo.
Según el reconocido Ing. Agr. Miguel Taverna del INTA Rafaela, en el último
cuarto de siglo el cierre de tambos alcanzó un promedio de 2,6% anual, una tasa
que en la última década se había desacelerado al 2,4% pero que el último año
volvió a subir al 3,6%. Algún comunicador que quiera imprimir cierto sesgo
amarillista al asunto podría hasta decir que, con esta tasa promedio y teniendo
en cuenta la cantidad de tambos existentes hace 27 años atrás, se estuvo
cerrando la friolera de dos tambos por día, un verdadero título catástrofe para
una nota.
Es un diagnóstico generalizado que en la mayoría de los casos se trata de establecimientos que no han podido crecer en escala y que terminan cerrando por cansancio y/o por la falta de una nueva generación en la familia que se haga cargo.
Pero el cierre de tambos es una tendencia mundial que en los países más desarrollados y que paradójicamente protegieron con subsidios y ayudas, es aún más dramático. En la Unión Europea luego de casi tres décadas de funcionamiento de un sistema de cuotas que finalizó en abril pasado, el sector primario ha transitado por tremendos cambios estructurales donde el número de tambos ha mostrado una significativa reducción. Las mayores se produjeron en Italia (-81%) y Dinamarca (-85%). En la última década, la mitad de los tamberos británicos han cerrado sus tranqueras y se espera que hacia 2025, quedaran menos de 5.000 productores activos. Paralelamente, el tamaño promedio del rodeo se ha incrementado sustancialmente en todos los países, donde Dinamarca (160 vacas/rodeo) y Reino Unido (123 vacas/rodeo) y Holanda (83 vacas) son los que presentan más escala.
Estados Unidos, que se ha transformado en un flamante exportador de lácteos en los últimos tres años y hoy es el tercer gran jugador, es un ejemplo de este fenómeno concentrador. Según los datos estadísticos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), el 2% de los establecimientos -rodeos de más de 1.000 vacas-, sobre un total de 60.000 existentes es el dueño del 46% de las vacas y explica la mitad de la leche producida. En la otra vereda, el 49% de los farmers americanos con rodeos de menos de 50 vacas sólo explican el 4,2% de la leche.
En la Argentina también ha habido ganadores y perdedores. Los que quedan son
más grandes y más productivos. Hace casi treinta años, el promedio de los tambos
tenía 66 vacas con un promedio de 3.000 litros por lactancia y en la actualidad
el promedio triplica el número de vacas y duplica su producción en relación a
ese período.
Menos tambos, más vacas por tambo y más competitivos son sin duda la fórmula con que hoy se mide el rumbo de los sistemas en la mayoría de los países que quieren ser protagonistas del mercado mundial de leche. Argentina cuenta con un tremendo potencial productivo para duplicar la producción en 15 años. Sólo hay considerar que el 5% de la provincia de Buenos Aires representa el total de la superficie destinada a la leche en Nueva Zelandia, principal exportador mundial de lácteos.
Pero la agenda es mucho más compleja que la quimera de asegurar un precio
justo, estable y rentable. Se necesita otro contexto para que los productores
puedan progresar más allá de los vaivenes de un mercado volátil pero más mucho
más prometedor, que en los últimos treinta años. La cadena láctea tiene claro
que es preciso entre otras cosas reconstruir la confianza entre los actores de
la cadena y entre éstos y el Estado; desarrollar políticas claras que perduren,
eliminando todas las medidas intervencionistas de un Estado que termina
distorsionando el mercado; mejorar la infraestructura; contar con una política
crediticia que brinde financiamiento a largo plazo con tasas adecuadas e
implementar programas de apoyo a pequeños productores, entre otras medidas
estratégicas.
Por ahora cada vez que el escenario económico de la actividad empeora, el proceso de concentración se acelera dejando "fuera de la cancha", a muchos que podrían haber tenido su oportunidad en una Argentina distinta.
Por Alejandro Sammartino