El kirchnerismo, en su mejor versión peronista, empieza rápido a mudar de ropa ante las exigencias de la transición que conduce al relevo del poder. Aquel cambio no se expresó, solamente, en la consagración de Daniel Scioli como presidenciable único del Frente para la Victoria que dispuso la propia Cristina Fernández. También, con el coro de históricos detractores K del gobernador que en 24 horas se convirtieron en sus exégetas. A tres días del cierre de listas, aquel disfraz de ocasión empezó a adquirir un estilo y un color bastante más intenso: de modo inesperado el jefe del Ejército, general César Milani, solicitó su pase a retiro. Algo que nunca hubiera hecho sin la solicitud presidencial.
El militar cumplió con exactitud dos años en el cargo. Fue designado en junio de 2013 cuando la Presidenta ordenó la renovación de las cúpulas de las Fuerzas Armadas. Con el tiempo pudieron descubrirse varias cosas: que las modificaciones en las tres armas fueron fogoneadas especialmente por el interés de empinar al general; que ese ascenso respondió a la necesidad de Cristina de acentuar su responsabilidad en las tareas de inteligencia interna; que dicha necesidad derivó de la seria crisis en la ex SI (Secretaria de Inteligencia) después de la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán.
Milani podía convertirse en una mochila insostenible e incómoda para la campaña de Scioli y de la tropa kirchnerista que puebla las listas de legisladores. Posee demasiados frentes abiertos. En especial, la desaparición en 1977 en Tucumán del conscripto Alberto Ledo. Milani suscribió, por entonces como oficial de inteligencia, un acta en la cual hizo figurar a la víctima como supuesto desertor. También se recuerda la detención y presuntas torturas a dos hombres en La Rioja, para la misma época. Por último, una causa por enriquecimiento ilícito debido a su crecimiento patrimonial, en apariencia, injustificable.
Ninguna de las cuestiones es nueva. Pero el kirchnerismo asumió siempre la defensa a capa y espada del hasta ayer jefe del Ejército. El primer día de mayo de este año el mismo Scioli, al ser entrevistado por un periodista de La Nación, habló de Milani como al militar que veía artífice “del reencuentro del Ejército con la sociedad”.
Quizás el de Milani constituya apenas el primero de una serie de giros que el kirchnerismo se vea forzado a producir en las próximas semanas para amoldarse a la campaña que viene, con un postulante que no representaría cabalmente sus principios ni sus sentires. Pero al que habría que sumarse, por su popularidad estable, para intentar la permanencia en el poder. Basta para entenderlo, con la acrobacia observada el lunes en La Plata. La Comisión Provincial por la Memoria presentó su informe anual sobre la situación en las cárceles de Buenos Aires. El texto fue, como siempre, muy crítico de esa realidad. Subrayó, entre infinidad de anomalías, que hay cerca de 35 mil personas detenidas ahora mismo en comisarias, calabozos y centros de menores. Todos los años el kirchnerismo utilizó esa exposición para cuestionar políticamente al gobernador. Los kirchneristas brillaron ahora por su ausencia. La Comisión debió relatar su informe en una sala semi vacía.
La salida de Milani ofrecería otra variedad de matices interpretativos. El general no era un militar que respondía sólo a Cristina. También a Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico devenido en candidato a la vicepresidencia. Allí no se terminarían los vínculos. Un oficial de inteligencia, el general Luis Carena, es jefe del Estado Mayor Conjunto. También de fluida llegada a Zannini. En suma: el ahora candidato, con la anuencia presidencial, habría aceptado resignar alguna de sus piezas clave en el sistema de poder para empezar a facilitarle el camino a Scioli. Que también es el suyo.
Nadie sabe, a ciencia cierta, si el relevo del militar fue concertado puntualmente entre ambos o respondió sólo a una iniciativa de Cristina. Pero estaría claro que varios temas pendientes –incluso, aseguran, de orden económico– habrían sido conversados por Scioli con Zannini en el primer encuentro que sostuvieron en su oficina del Banco Provincia, en Plaza de Mayo.
La permanencia de Milani pareció siempre de elevado costo interno y externo para la Presidenta. Profundizó la brecha, por ejemplo, dentro de los organismos de derechos humanos. Agudizó también interrogantes políticos sobre los motivos reales que hicieron de aquella cuestión una bandera central de la era kirchnerista. Y brindó pasto abundante a la oposición.
Pero el criterio de Cristina sobre el ejercicio de la autoridad y del poder esterilizaron hasta ayer cualquier intento de modificación. La transigencia sería para ella una señal debilidad. ¿No lo es ahora? Resulta distinto: le restan sólo seis meses de Gobierno y ha edificado una trinchera para cubrir la retirada.
El conflicto con el militar, por otra parte, amagaba extenderse a otros campos de sensibilidad alta. La oposición hacia rato que apuntaba a Milani por el espionaje interno. Pero la diputada Elisa Carrió dio una vuelta nueva a esa rosca cuando denunció al ex jefe del Ejército como vinculado a la muerte del fiscal Alberto Nisman. Mencionó una supuesta conexión con Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete, y Sergio Berni, el secretario de Seguridad, por haber “ablandado” la custodia en la zona de Puerto Madero donde vivía Nisman. Ese trámite esta ahora en manos del fiscal Guillermo Marijuán, que ordenó un par de medidas de prueba.
Un interrogante que puede empezar a recubrir la campaña sería develar el comportamiento que podría caberle de ahora en adelante a la oposición. El desplazamiento de Milani no constituiría un elemento menor. En términos políticos, aunque no judiciales, podría leerse como un reconocimiento de la razón a los dirigentes que siempre lo objetaron. Pero tampoco esa razón debería levantarse como una cortina de humo impenetrable capaz de tapar todo lo demás.
¿En que quedará el sistema de espionaje que el general manejó varios años?. ¿Quién podría manipularlo desde ahora?. ¿Cómo explicar el aumento del presupuesto para la inteligencia militar desde el 2012 en desmedro de lo concedido a la SI?. ¿No habría que exigir, por otro lado, una rendición de los fondos reservados que manejó esa dependencia del Ejército?. ¿Qué está sucediendo con la nueva Agencia Federal de Inteligencia (AFI) conducida por Oscar Parrilli? El funcionario se garantizó un conchabo: será candidato al Parlasur por su provincia, Neuquén.
Cristina, Scioli y Zannini podrían presumir que corrido el general del centro de la escena el incordio político desaparecería. Tal vez, utilicen idéntica estrategia con otras cuestiones que los agobian. Amado Boudou quedará en pocos meses a la intemperie pero alguna de sus causas podría disparar novedades judiciales en medio de la campaña.