Hasta la semana pasada, quien trataba de prever el horizonte para fin de año, encontraba dos escenarios políticos posibles. Uno más pro-mercado y otro, menos pro-mercado. Pero ambos, de una forma u otra, con la proa hacia el mercado.
Los dos se presentaban –aunque en muy diferente grado- más amigables el mercado. Con esta vapuleada palabra nos referimos al espacio –no físico- de encuentro entre fuerzas que pujan por establecer los precio de los productos, mediante transacciones. Así, en tal espacio se fijan los ingresos de cada uno de los actores de la economía.
Es cierto que, en determinadas ocasiones, ciertas transacciones deben quedar sometidas a algún tipo de intervención. También lo es en aquellos casos donde los productos son de uso público, es decir para todos, como es el caso de la seguridad, la salud o, incluso, de la educación escolar.
Pero intervenir en las transacciones del trigo o del maíz o de la soja, parece un acto de irracionalidad infantil.
Obviamente, para los políticos, cuyas manos se encuentran sujetas por la politiquería y el oportunismo, la intervención puede ser muy racional en términos de sus propios y particulares intereses.
La cuestión es que con la designación del precandidato a Vicepresidente de la Nación por el Frente para la Victoria, el panorama ha cambiado. Y mucho.
El mercado, en la acepción así establecida, queda en la mira del fusil oficial. Y al mismo tiempo, la posibilidad de que buena parte de los precios sean determinados desde un escritorio central ha crecido. A imponer precios (por ende, ingresos).
Al vaivén de las encuestas y de las expectativas, la inestabilidad de corto plazo ha comenzado a crecer y los comportamientos de tipo preventivos (que tratan de cubrirse de riesgos futuros) a aumentar.
La siesta, poco profunda pero siesta al fin, se ha terminado.
Por eso, el dólar informal tiende a retomar –aunque por ahora tímidamente- una senda alcista y, en consecuencia, las autoridades tienden a retomar viejas prácticas de tipo policial para contener tales movimientos.
Para lo inmediato, es probable que el cuadro se haga mucho más inestable. Hasta la semana pasada, la perspectiva de que sea quien fuera el que gane la racionalidad iba a crecer convertía el presente en un ambiente relativa tranquilidad. Porque había que esperar. Había esperanza.
Ahora….no sabemos.
Porque los decisores se atemorizan frente a la eventualidad de un gobierno presidido por una suerte de conservador populista, pero secundado por quien representa la profundización de las políticas actuales. Es decir: más irracionalidad, más intervención, menos libertad.
El ambiente de negocios, donde la agricultura juega un papel de relevancia, es ahora mucho más oscuro.
Con el viento de cola, más parecido a brisa que a otra cosa, y el oscuro panorama interno, quienes operan en la cadena agrícola deberán luchar por su supervivencia.
¿Demasiado escepticismo? Puede ser; el tiempo dirá.
¿Alguna herramienta a sugerir para afrontar la situación? Sí: el lobby….
Mucho de cierto hay en aquello de que “el que no llora, no mama”. ¿No?