Un abismo separa el desahogo con el que el kirchnerismo encara un mes decisivo del calendario electoral con las complejidades que enredan aún a la oposición. El miércoles deberán presentarse las alianzas definitivas; diez días más tarde las listas de los candidatos. La explicación sobre aquella diferente comodidad es sencilla: Cristina Fernández resuelve en nombre de todos en el oficialismo; Mauricio Macri, Ernesto Sanz, Elisa Carrió, Sergio Massa y Margarita Stolbizer parecen obligados a cavilar matemáticamente cada paso. Carecen de margen de error para enfrentar al acaudalado partido del Estado.
La Presidenta anticipó la semana pasada sus propósitos. Estuvo en Mendoza y dejó pagando al gobernador Francisco Pérez. Bajó a su candidato de la lista de senador y colocó a Anabel Fernández Sagasti. Es la joven camporista que conduce la Comisión de Juicio Político en Diputados. La misma que dio impulso a la investigación médica sobre la salud de Carlos Fayt, el juez de la Corte Suprema a quien el Gobierno pretende tumbar. No le hizo falta viajar a Misiones, en cambio, para que se cumplieran sus deseos. El gobernador Maurice Closs encabezará la nómina de diputados nacionales. Lo secundará un integrante de La Cámpora y más abajo un dirigente que adhiere a Florencio Randazzo en la interna del Frente para la Victoria.
El ensayo en aquellas provincias se extenderá en el resto del país. No hay ningún gobernador peronista, con excepción de José Manuel de la Sota, que ponga trabas al plan presidencial. El gobernador de Córdoba hace rato que emigró del kirchnerismo. El mayor enigma sería ahora para ellos develar el destino que Cristina imagina para ella misma en el diseño electoral.
Ni los kirchneristas más puros saben de qué se trata. Aníbal Fernández arriesgó que la mandataria no sería candidata en octubre. La diputada Diana Conti sostuvo lo contrario y algo más: que si el futuro presidente fuera K la conducción política continuará en manos de Cristina.
El hermetismo y la desorientación resultan tan ostensibles que empezó a circular como rumor intenso la idea de que, al final, la Presidenta no sería candidata. ¿Por qué razón? Su presencia en las boletas de Buenos Aires como diputada o representante del Parlasur podría encerrar dos riesgos. Que obtuviera menos votos que Daniel Scioli y muy lejos del 54% que la colocó como la mandataria más votada en 31 años de democracia. Se sabe que no le gusta regalar los oropeles. La apuesta, por otra parte, acentuaría una polarización que ya está tomando forma.
Esos argumentos se estrellarían contra otra evidencia. ¿Cómo haría Cristina si se destapa alguna de las causas de corrupción que la involucra, de modo directo o indirecto? Su posible candidatura estuvo siempre ligada antes a la obtención de fueros que al imperio de no ser confinada al ostracismo. Le costará mucho al presidente que venga desembarazarse con facilidad de la centralidad que ha ganado la mandataria. Aquellos fueros la protegerían de un eventual arresto, pero nunca del desfile por los Tribunales. No se trata de un detalle menor aunque los antecedentes espantarían fantasmas: es cierto que Carlos Menem cumplió semanas de cárcel en la quinta de un amigo; nunca el Congreso, sin embargo, se avino a considerar su desafuero por la condena de siete años en la causa del tráfico de armas a Croacia y Ecuador. ¿Hubo acaso una expresión corporativa –a la que el kirchnerismo asegura combatir– de la clase política más pura que esa?
Mientras dispone de un menú electoral generoso –que incluye la banca del Parlasur cuya vigencia se prevé para el 2020– Cristina pone un ladrillo sobre otro para su resguardo en el llano. El Senado, por ejemplo, dio media sanción a varias leyes que consolidarán el poder de la procuradora general. Alejandra Gils Carbó ya anunció que continuará en su cargo, cualquiera sea el signo del gobierno venidero. También recibió aprobación la ley que concede seis años a los jueces subrogantes designados por el kirchnerismo con mayoría simple. Tiene pensado seguir machacando contra la Corte Suprema para conseguir alguna vacante o corroerla frente a la opinión pública. Gils Carbó se acaba de sumar a la cruzada.
Esa marcha en apariencia victoriosa desnuda también algunos costados débiles. El fiscal Carlos Stornelli rechazó el pedido para que la causa Hotesur (empresa que administra una cadena de hoteles de la familia Kirchner) pase del juez Claudio Bonadio a manos de tribunales de Santa Cruz. Hay otro par de presentaciones en idéntico sentido que todavía falta resolver. También volvió a preocupar a la Presidenta la muerte de Alberto Nisman. En medio de una marea de equívocos y contradicciones la investigación por la tragedia se encaminaba hacia el cierre con la hipótesis del suicidio. Pero algunas revelaciones periodísticas, nuevas pericias informáticas, la irrupción de la jueza Fabiana Palmaghini y el antagonismo de los expertos médicos alteraron el rumbo de la fiscal Viviana Fein. No sólo se puso en jaque la idea de que Nisman se quitó la vida. Se conjetura además sobre la participación de espías argentinos en combinación con agentes iraníes. Podrían desmadejarse hilos del estallido que Cristina provocó en la ex SIDE y de la letra secreta del Memorándum de Entendimiento con Irán por el atentado en la AMIA.
La muerte de Nisman sigue generando brotes en el exterior. Habrá el jueves en Washington un seminario dedicado al fiscal, su muerte y su denuncia sobre Irak. La convocatoria tiene un título sugestivo: “La Argentina política: sangre, sudor y lágrimas”. Lo promueve el Hudson Institute, ligado a los republicanos, y la poderosa organización judía B’nai B’rith. Washington supo antes que la opinión pública argentina sobre el encuentro que Cristina mantuvo en su última visita a Moscú con el ex topo de la CIA y de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), Edward Snowden. La conducta de ese ex informante ha sido tipificada por EE.UU. como “acto criminal”. Similar al trato que la Presidenta decidió dar aquí al cesanteado espía Jaime Stiuso, oculto al parecer en el Estado de La Florida. Stiuso es una sombra amenazante para el Gobierno por el pacto secreto con Irán y la muerte de Nisman.
Llama la atención que la oposición asome desperdigada frente a una cuestión de semejante gravedad. La diputada Patricia Bullrich (PRO) sacudió el trabajo parsimonioso de la fiscal Fein. Margarita Stolbizer insiste en hurgar la trama del pacto con Irán. Carrió hace lo suyo, con su estilo. Pero los principales candidatos están ahora absorbidos por la demanda electoral. Lo demás pasaría alrededor de ellos como un carro. Massa vive horas dramáticas. No hay torniquete que frene la sangría en el Frente Renovador. Se le pueden adjudicar al diputado de Tigre graves errores después de aquel gran triunfo en las legislativas del 2013 que tronchó la eternidad de Cristina. Pero su actualidad serviría también para desnudar el increíble estado indigno de la política argentina. El resonante episodio del diputado Ricardo Lorenzo (Borocotó), cuando en 2005 dejó la banca del PRO para saltar al FPV, quedó convertido hoy en un poroto. Esa acrobacia es moneda común y los peronistas no serían exclusivos adalides. El retorno del diputado Darío Giustozzi al FPV, luego de describir por años los desbordes kirchneristas, resultaría un emblema. Pero la semana pasada tocó el turno a un filoradical, José Eseverri. El intendente de Olavarría fue autor en la primera semana de mayo del comunicado con el cual el FR expulsó a José Cariglino, alcalde de Malvinas Argentinas que transó con el PRO. “Todos aquellos que vinieron al Frente Renovador a morder un carguito, pensando más en sus intereses que en el destino del país, no es que se van del FR. Nunca estuvieron porque no entendieron su sentido ni su espíritu”, redactó de puño y letra. La advertencia alcanzaba también al entonces titubeante Giustozzi. La semana pasada Eseverri se abrazó al camporista y secretario de la Presidencia, Eduardo de Pedro. Partió. Y se encontró con Scioli.
Las PASO estarían, a este ritmo, demasiado lejos para Massa. El diputado intentó abrir las puertas del PRO. El macrismo quiso rapiñarle alguno de los intendentes leales que le quedan para apuntalar a María Eugenia Vidal en Buenos Aires. Massa parece dispuesto a continuar en la pelea como un tapir. Mantiene el acompañamiento de De la Sota para la interna. Pero dejó caer al postulante en el distrito principal, Francisco De Narváez. ¿Por qué? ¿Para qué? Quizás algo pueda develarse en su rueda de prensa del martes. ¿Disputará al final la gobernación y dejará al mandatario cordobés como aspirante presidencial?
Macri también está rodeado de interrogantes. Jaime Durán Barba insiste con la “pureza” del PRO. Aunque esa “pureza” no signifique un anabólico político para disputar la crucial Buenos Aires. La insistencia del ecuatoriano no obedece a un capricho. El macrismo trabaja con una encuesta nacional de 3.500 casos, realizada por la consultora Isonomía, que apunta tres cosas: Macri estaría hoy tres puntos arriba de Scioli; las expectativas sociales mechan la continuidad con el cambio, pero este último reclamo tendría mayor peso; por ende, sería inconveniente cualquier acercamiento con Massa.
En una semana será la elección en Santa Fe donde su delfín, Miguel del Sel, ganó la interna por media uña. Sonaría imprescindible repetir la victoria para llegar con impulso a la votación en Capital y crear un clima electoral propicio de cara a las PASO. Pero la campaña en aquella provincia se ha puesto áspera y la disputa no sería sólo con el gobernante socialismo: terciaría el FPV, con el diputado Omar Perotti.
Macri debe definir además su compañero de fórmula. Allí la “pureza” no está en debate. Sí, en cambio, la dilucidación de una vieja interna. El sistema macrista promociona al secretario de Gobierno, Marcos Peña. Su nombre asomaba casi sellado hasta que otra vez entró en juego Gabriela Michetti. La elección pondría al candidato entre aquel sistema o los votos.