La ciencia económica existe por la sencilla razón que los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas. La economía no es otra cosa que optar permanentemente. ¿Destino mis escasos recursos a comprar el bien A o el bien B? ¿Ahorro o compro un servicio o una mercadería? ¿Ahorro para invertir en algún emprendimiento industrial o para comprar un bien de consumo durable? Las opciones que se les presentan a la gente son infinitas y los recursos escasos. Cada día las personas tienen que optar comprando o dejando de comprar. Y si compran, eligiendo si compran el bien A o el bien B. Esta es la cruda realidad y la razón por la cual no vivimos en el paraíso terrenal. Sencillamente porque no existe ese mundo sin escases de recursos.

En una sociedad libre la gente va optando y definiendo que quiere comprar de acuerdo al valor que le otorga a cada bien. Si compra una computadora en vez de un televisor es porque valora más la computadora que el televisor y, al mismo tiempo, valora más la computadora que el dinero que está entregando a cambio de la computadora. A su vez, el que vende la computadora a un precio determinado, es porque valora más el dinero que está recibiendo que la computadora que está entregando. En todo intercambio también hay valores subjetivos que entran en juego.

Lo que hay que resaltar es que los precios son el resultado de valoraciones subjetivas de millones de personas que interactúan todos los días en forma pacífica. Llevan a cabo actos voluntarios de intercambio.

Es cierto que muchas veces las personas se arrepienten de haber realizado determinada compra o acto económico porque luego descubrió que no resultó ser la opción económica más conveniente. Sin embargo, esa persona llevo a cabo el acto económico con la información que tenía en ese momento. Actuamos, entre otras cosas, con la información que tenemos en el momento de hacer la transacción, pero nadie tiene toda la información que está dispersa por el mercado. Si una persona tuviera toda la información que está dispersa en el mercado, siempre sería económicamente exitosa. Creer que existe una persona así es como pretender ganar a las carreras de caballos con el diario del lunes. ¡El diario del lunes no lo tiene nadie! Y menos los ministros de economía.

Pero lo más importante es tener presente que en cado acto económico hay una expresión subjetiva de valor.

Bien, cuando el estado interviene en la economía, lo hace para cambiar la asignación de recursos que definió la gente en un contexto de libertad. En otras palabras, en el fondo los burócratas están cambiando las valoraciones de la gente o mejor dicho las ignoran. Este es el dato central a tener en cuenta. Cuando el burócrata cambia la asignación de recursos está sustituyendo los deseos de cada uno de nosotros. Él manda como un dictador sobre los deseos de millones de personas y, por supuesto, dispone de menos información que cada consumidor. ¿Por qué? Porque cada consumidor sabe de qué recursos dispone y cuáles son sus prioridades. En base a esos datos actúa. El burócrata desconoce de qué recursos dispone cada uno de los millones de consumidores y también desconoce cuáles son las prioridades de cada uno de esos millones de consumidores. Por lo tanto, como decía antes, una persona en particular puede tomar una decisión económica equivocada, pero lo hace con la información que disponía en ese momento. El burócrata no dispone de ninguna información. Actúa sólo en base a sus caprichos y por eso siempre se equivoca. Es solo un acto de soberbia pretender asignar los recursos desde un escritorio en el ministerio de Economía. O, si se prefiere, es la soberbia típica de los fascistas que imponen por la fuerza sus puntos de vista, que siempre están equivocados porque van contra la voluntad de las personas.

Pero esos actos de soberbia también reflejan escalas de valores que difícilmente la sociedad comparta y solo tiene que acatarlos por el monopolio de la fuerza que dispone el burócrata que se los impone.

La semana pasada, cuando Cristina Fernández inauguraba el centro cultural Néstor Kirchner, quedaba en evidencia un acto de expresión de valoraciones de la presidenta. De acuerdo a la información periodística, dicho centro cultural habría terminado costando unos $ 5.000 millones. Las opciones de Cristina Fernández eran dos: a) construir dicho centro cultural o b) subir el mínimo no imponible para mejorar el ingreso real de la gente que trabaja. Optó por expoliar a la gente que trabaja y continuar con su proyecto de hacer un centro cultural que, por cierto, tiene bastante de vanidoso al haberle puesto el nombre de su esposo.

Claro, el lector podrá decir que con $ 5.000 millones anuales, no se soluciona el problema de ingresos de la gente. Pero si a esos $ 5.000 millones le sumamos los $ 1.400 millones anuales que cuesta Fútbol Para Todos, los $ 7.500 millones anuales que gasta el Congreso con su estructura de 16.000 “empleados”, los U$S 250 millones que pierde Aerolíneas Argentinas o los 2 millones de empleados públicos adicionales que hay a nivel nacional, provincial y municipal, vamos llegando a un número en el que quedan en claro los valores del gobierno kirchnerista. Valores que nos dicen que para ellos es preferible quitarle la mayor parte posible a la gente del fruto de su trabajo y asignarlo con un criterio de conveniencia política. El objetivo es nivelar a la mayor parte de la sociedad hacia abajo, quedando solo unos pocos ricos, que normalmente son funcionarios públicos y amigos del poder.

En síntesis, cuando la semana pasada veía inaugurar el centro cultural Néstor Kirchner y al mismo tiempo las protestas de los empleados por la carga tributaria que soportan, la conclusión es categórica: por el monto del gasto público y en cuánto gastan, se conocen los valores de los gobernantes. Y esos valores reflejan que puede más su vanidad que las necesidades de la gente.

Fuente: Economía para Todos