Los últimos datos que se conocen sobre los estragos del jueves pasado en el estadio de Boca señalan que la autoría intelectual de esos hechos recaerían en sectores del club afines al gobierno nacional. Desde ya, el objetivo final no es el presidente de Boca, Daniel Angelici, sino el jefe del gobierno porteño y candidato presidencial Mauricio Macri. Macri dejó de ser presidente de Boca hace ocho años, pero Angelici pertenece a su línea interna, es su amigo personal y suele hacer algunas gestiones políticas para el macrismo. La incómoda situación actual de Angelici podría ser fácilmente transferible al propio Macri.
Un escándalo político se superpone con un escándalo deportivo. El autor de la agresión a los jugadores de River, Adrián "Panadero" Napolitano, tiene relación con Roberto Digón, un viejo sindicalista peronista (actualmente cercano al cristinismo) que siempre lideró la oposición a Macri en Boca. Digón aclaró que esa relación se terminó hace algunos años, pero ayer se supo que Napolitano figuraba hasta hace poco como miembro de Nuevo Boca, la organización interna que creó Digón, un viejo dirigente sindical de los tabacaleros.
También se vinculó a Napolitano con Juan Carlos Crespi, un miembro de la actual comisión directiva de Boca, que jugó alternativamente a favor de Macri y en contra de Macri. Crespi es también sindicalista, de los petroleros en este caso, y participó activamente tanto de la privatización de YPF, en los años 90, como de la confiscación de la empresa petrolera dispuesta por Cristina Kirchner en 2012. Su vieja militancia peronista lo coloca más cerca del gobierno nacional que de cualquier otra cosa.
El grupo de Digón en Boca se integra con el ex presidente del club Jorge Amor Ameal (que aspira a suceder a Angelici y que tiene un hijo en las filas de La Cámpora); con Víctor Santamaría (un kirchnerista de la primera hora, presidente del peronismo porteño, patrón del sindicato de porteros y titular del club Sportivo Barracas); Santiago Carreras (un camporista que es senador provincial de Buenos Aires por el Frente para la Victoria), y Mariano Recalde, presidente de Aerolíneas Argentinas y candidato a jefe de gobierno porteño en las elecciones del próximo 5 de julio.
Detrás de Napolitano se esconde, entonces, una densa trama de intereses políticos cuando falta apenas un mes y medio para las elecciones de la Capital, cruciales para Macri. Napolitano hizo declaraciones ayer en las que contó su delito como la travesura de un niño inconsciente (ver suplemento Deportes). No aclaró, sin embargo, cómo pudo ingresar el envase del gas pimienta al estadio a pesar de la supuesta revisación de la policía en la entrada (¿lo revisaron realmente?) ni cómo pudo salir disfrazado, guiado y protegido por dirigentes del club. No se trata sólo de Napolitano, sino de varios barrabravas más, todos inscriptos en los sectores opositores a la actual conducción de Boca. Más allá de la responsabilidad que le toca al propio Angelici (que también existe), está claro que se trató de una vasta operación con intereses más poderosos que un atentado a la estabilidad del presidente de Boca.
El propio Angelici contó públicamente que los barrabravas llegan a los estadios, los días de partidos, custodiados por la Policía Federal, que dispone sus vehículos delante y detrás de los colectivos que trasladan a los violentos hinchas de cualquier club. Llegan más custodiados que los equipos que van a jugar el partido. En los estadios tienen asignado un lugar privilegiado que nadie se atreve a tocar. Los barrabravas cometen delitos no sólo dentro de los estadios, sino también, y sobre todo, fuera de ellos. Crímenes, tráfico de drogas, reventa millonaria de entradas y violencia sin límite ni medida son algunas de sus comunes depredaciones.
Los barrabravas son la mano de obra necesaria de la peor política. En el caso de Macri, el objetivo es doble si lo afectara un escándalo. Por un lado, el jefe porteño quedaría mal parado frente a las primarias presidenciales de agosto si hiciera una mala elección en julio en la Capital. El Gobierno necesita, además, ganar en primera vuelta en las elecciones presidenciales generales de octubre, porque una segunda vuelta sería muy riesgosa para el oficialismo. Cierto o no, el kirchnerismo está convencido de que Macri es el único candidato opositor con envergadura para hurtarle el poder nacional. Es común escuchar a los funcionarios nacionales decir que las posibilidades de Sergio Massa se encogieron ya de una manera irremediable.
El kirchnerismo es un viejo artesano para idear operaciones electorales mediante la divulgación de información falsa. En 2005, poco antes de las elecciones legislativas, el kirchnerista Daniel Bravo denunció que el entonces candidato del ARI Enrique Olivera tenía dos cuentas no declaradas en el exterior. La elección se hizo, a pesar de la enérgica desmentida de Olivera, con ese manto de sospecha sobre él. El banco informó el lunes siguiente a las elecciones que Olivera no tenía ni había tenido cuentas en esa entidad. Cuatro años después, en 2009, Francisco de Narváez fue denunciado por presuntas vinculaciones con el tráfico de efedrina, que complicaba más a los funcionarios kirchneristas que a cualquier otro. No obstante, De Narváez le ganó a Néstor Kirchner en las elecciones legislativas de ese año. Poco después, la causa abierta contra De Narváez fue archivada por la Justicia por falta de pruebas.
El problema irresuelto del kirchnerismo en la Capital (donde está su primer objetivo) es que en las primarias salió tercero y no segundo. Si la situación se repitiera, y si hubiera segunda vuelta, el candidato de la oposición a Macri sería Martín Lousteau y no Mariano Recalde. El obstáculo del kirchnerismo, el primero al menos, es Lousteau y no Macri. Sin embargo, el oficialismo preferiría un triunfo de Lousteau antes que la consolidación de Macri como candidato presidencial. "La Capital podría quedar en manos de Lousteau. La Presidencia no puede quedar en manos de Macri", señalaba un alto funcionario nacional la semana pasada, apenas un día antes de la devastación en Boca.
Macri necesita ganar en primera vuelta en la Capital, porque una segunda vuelta entre Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau podría ser riesgosa. Un triunfo ajustado no lo ayudaría a Macri en su carrera presidencial. Antes de viajar a Europa, Elisa Carrió dejó una frase de ayuda electoral a su nuevo aliado, Macri: "No conozco a Lousteau. No me interesa lo que sucederá en la Capital; sólo me interesa la campaña nacional", dijo. Lousteau nunca le agradeció a Carrió la campaña que ésta hizo por él en la última semana antes de las primarias capitalinas.
Con todo, el enemigo de Macri no está en el espacio no peronista; su adversario desenfrenado se oculta detrás de un barrabrava dispuesto a arruinar un partido para mezclar de la peor manera la política y el fútbol.