Los hechos muestran a un gobierno que acosa a la Justicia, desesperado por blindar el futuro de sus funcionarios; que ya no sabe cómo esconder los escándalos de Amado Boudou ni los sospechosos negocios hoteleros de la familia presidencial; que no supo ni sabe cómo enfrentar el flagelo de la inseguridad, y que busca disimular como sea los graves desequilibrios económicos del país. Paradójicamente, las encuestas favorecen al principal candidato presidencial del oficialismo y hay una creciente corriente de opinión pública que comienza a resignarse a que el kirchnerismo, una vez más, podría salirse con la suya en las próximas elecciones.

Esta creencia pudo palparse anteanoche, durante la cena de Conciencia en La Rural. Hasta algún economista ortodoxo, como Miguel Ángel Broda, advertía, ante quien quisiera escucharlo, que la tendencia estaba cambiando y que la economía podría terminar ayudando al oficialismo. En rigor, estaba señalando que el plan económico electoral de Cristina Kirchner y Axel Kicillof podría dar sus frutos hasta octubre, aunque las consecuencias poselectorales terminen siendo más que dolorosas.

Es que el Gobierno puede darse el lujo de incentivar el consumo y de contener algo el alza de los precios a costa de un creciente atraso cambiario y tarifario. Pero, como señala el último informe de Ecolatina, esto equivale a acumular más "inflación reprimida".

La reelección del proyecto, como le gusta decir a la Presidenta, no parece factible. No hay proyecto que pueda prolongarse en el mediano plazo manteniendo un déficit fiscal que aumenta geométricamente y que se financia con emisión monetaria, atraso cambiario, una presión impositiva que bate récords año tras año, servicios públicos con precios subsidiados, restricciones crecientes a las importaciones y a la compra de dólares, y una postergación indefinida del pago de deudas convalidadas por la justicia norteamericana. Tal continuidad es insostenible, a menos que pretendamos reflejar nuestro futuro en el espejo de la Venezuela de Nicolás Maduro. Pero el tiempismo cristinista puede hacer el milagro de que lleguemos hasta octubre con la sensación de que todo está bien.

Las divisiones en la oposición también alimentan las expectativas sobre un triunfo de Daniel Scioli. La declinación de Sergio Massa, expresada en la seguidilla de deserciones, ha llevado a dirigentes de relevancia de su sector, como Francisco de Narváez y Joaquín de la Torre -aunque el primero fue Alberto Fernández-, a proponer una gran interna opositora. Su concreción parece muy lejana y cualquier negociación contra reloj puede resultar contraproducente. Aun así, en el massismo creen que tienen un argumento para persuadir a Mauricio Macri de negociar: con la oposición dividida, los votos que Massa pierda en la primera vuelta si queda tercero en las PASO, volarán mayoritariamente hacia Scioli, mientras que en un escenario de unidad opositora la ecuación podría cambiar.