Hizo falta otra cadena nacional de Cristina Fernández para que el kirchnerismo pudiera dejar atrás –o al menos intentara– el papelón por la derrota electoral en las primarias de Capital. El lunes, un eterno paréntesis para ellos, se habló casi tanto en el mundillo político y en las redes sociales de la victoria del PRO y la consolidación de Mauricio Macri como de esa celebración esperpéntica e inexplicable organizada cerca del Obelisco por La Cámpora.
¿Se refirió la Presidenta a aquella caída del domingo? Ni la mencionó. Pero colocó sobre la escena toda la batería argumental de esta época que, por los resultados a la vista, parece ir perdiendo consistencia y vigor. Describió el actual progreso argentino, por ejemplo, a partir de que muchos argentinos consumirían ahora más salchichas y jamón. Responsabilizó a los fondos buitre por todas las denuncias de corrupción en su contra. También por las que envuelven a funcionarios del Gobierno. Arremetió contra la Corte Suprema, después de que la semana pasada los cuatro jueces declararan sin validez la designación de un listado de conjueces que los K hicieron sin respetar los mecanismos de la Constitución. Omitiendo los dos tercios necesarios. Para concretar esa acción, la mandataria no tuvo más remedio que violar los habituales ninguneos sobre la inseguridad y el narcotráfico. Ordenó también al ministro Axel Kicillof a concurrir a la Asamblea Anual Ordinaria del Grupo Clarín, en representación del Estado. Cartón lleno.
Si se calibrara adecuadamente el contenido de la agenda que desparramó Cristina en un rato, en un modesto acto en San Martín, podría arribarse a un par de conclusiones: que el fracaso electoral dolió mucho más de lo que enmascararon las celebraciones; que el kirchnerismo carece de algún escudo político protector cuando la Presidenta desaparece.
Todo lo que ocurrió ese anochecer del domingo tampoco respondió a un infortunio casual. Menos todavía la presencia de los presidenciables: como soldados conscriptos desfilaron Daniel Scioli, Florencio Randazzo y Sergio Urribarri, entre otros. El rostro del gobernador de Buenos Aires siempre transmite la incomodidad con mayor transparencia que los demás.
Aquel lote de candidatos, al final, debió hacerse cargo de una pésima estrategia para la campaña en Capital, de la cual fueron en esencia responsables la Presidenta y su hijo, Máximo. En especial, por la nominación de Mariano Recalde como el candidato visible. Si había algo desaconsejable para pretender seducir a los porteños fue el encumbramiento de un dirigente de La Cámpora. Que, por otra parte, figura en las antípodas del estilo y la personalidad de Daniel Filmus. El sociólogo, ahora devenido en secretario de Asuntos Relativos a Malvinas, fue cosechador de derrotas en la Ciudad pero siempre garantizó un piso aproximado por encima de los 22 puntos.
Recalde, con otras seis listas colectoras, ni se aproximó a tal guarismo. Filmus acostumbró además a exhibir un tono de equilibrio. Recalde cae con frecuencia en la onda de arrabal. Las dificultades no concluirían allí: su patrimonio de los últimos años permanece bajo la lupa judicial, tras una denuncia de la legisladora Graciela Ocaña.
Cristina y Máximo se empecinaron porque quisieron contraponer a Recalde con el latiguillo de la gestión macrista, el cual Horacio Rodríguez Larreta recita como la Biblia. El camporista administra Aerolíneas Argentinas. Pero más allá de los millones que gasta en la promoción de las presuntas virtudes de la empresa su administración es muy floja, con erogaciones difíciles de justificar.
En el fondo de ese fracaso habría otras dos razones estructurales. La Cámpora es la única herramienta en la que confía Cristina. Pero no resulta competitiva. Se apreció también en Santa Fe y Mendoza. Para colmo, la Presidenta tampoco ha demostrado un olfato fino para la unción de representantes. Fuera de La Cámpora, alguna vez apostó por Amado Boudou para la vicepresidencia o Gabriel Mariotto para la vicegobernación de Buenos Aires. Así le fue. Esa falta de puntería, en verdad, sería una tranquilidad para Scioli. Hoy no avizora ninguna sombra seria en la interna que se avecina en el FPV. Cualquier atrevimiento de Cristina, en ese sentido, chocaría con dos limitaciones: su insensibilidad y la falta objetiva de tiempo. Claro que, aún con esas dificultades, podría terminar rodeando al gobernador de Buenos Aires de laderos en la fórmula y en las listas de diputados que en lugar de atraer votos, los espanten.
La reaparición de Cristina –la semana anterior estuvo en Rusia– pareció signada por la necesidad de retomar una iniciativa política que después del domingo había quedado en la vereda de la oposición. Sobre todo, la de Macri. Esa necesidad la impulsó a incurrir sin pudores en una parva de contradicciones. Su bandera del desendeudamiento fue enrollada cuando destacó el supuesto éxito de la colocación de bonos en el exterior que hizo Kicillof. El ministro de Economía había expresado en esos mismos días que en el mundo escaseaban los dólares. Fue a la caza de US$ 500 millones y se trajo otros US$ 1.000 millones. El costo sería lo de menos.
La Presidenta se animó a afirmar que esa gestión se consumó a tasas razonables. Casi un 9% anual. Este año Uruguay, Paraguay y Bolivia tomaron deuda con un interés que osciló entre el 3% y el 4%. Al mismo tiempo que el ministro de Economía cerraba trato, Kenya colocó un bono en el mercado de capitales por US$ 750 millones a una tasa de 5,98%.
También estuvo el capítulo contra Lorenzetti. Las críticas de Cristina contra el titular de la Corte Suprema la forzaron a incursionar en el terreno de la inseguridad y el narcotráfico. Lorenzetti pidió políticas de Estado contra ambos flagelos. La Presidenta replicó que en lugar de dar tantos discursos “quienes son los máximos responsables del Poder Judicial deberían brindar mayores recursos y empleados” a los juzgados ocupados en esa tarea.
El enojo pudo tener otros trasfondos. Lorenzetti reiteró que los jueces “están para ponerle límites” a los gobierno de turno. Ese fue el concepto que predominó en la Corte para tumbar la semana pasada la maniobra que los K pensaban pergeñar con los conjueces. Habría algo más: la Presidenta sospecha que el titular de la Corte pudo haber influido en el fallo de la Cámara de Casación, que dos por votos contra uno, rechazó la recusación de Claudio Bonadio en la causa Hotesur. Se trata de la empresa que administra una cadena hotelera en El Calafate de la familia Kirchner. Hay documentación que implicaría a Máximo Kirchner.
La Presidenta pretende enterrar esa investigación como lo hizo con la denuncia del Alberto Nisman. En su relato entraría todo: ahora busca vincular con denuedo al fiscal muerto con los fondos buitre. Los mismos que rastrean cuentas bancarias de ella en el exterior que, según aventuró, nunca encontrarán.