Pero sí resulta apasionante analizar los distintos escenarios. Está claro, primero, que el próximo presidente no podrá gobernar solo, sin acuerdos y sin negociar con legisladores y dirigentes que no pertenezcan a otros partidos políticos. La era del poder político hegemónico y casi absoluto se terminará cuando la Presidenta entregue los atributos a su sucesor, en diciembre de este año. Ni Mauricio Macri ni Daniel Scioli ni Sergio Massa, podrán gobernar a golpe de decretos, con uso y abuso de superpoderes o del instrumento de la emergencia nacional. Lo que sí se sabe es que tanto Macri como Massa vienen preparando, hace tiempo, un paquete de proyectos de ley para ser aprobados durante los primeros tres meses o cien días.
Entre otros, una salida para detener la bola de nieve de los multimillonarios
subsidios y una ley de prescindibilidad para diferenciar los cargos técnicos y
profesionales de los puestos políticos u ocupados por militantes en las
segundas y terceras líneas de los ministerios y las secretarías. Macri hace
tiempo que siente sobre sus espaldas la responsabilidad de transformarse en el
nuevo presidente. Y por eso no quiere que los preacuerdos con los líderes de la
Unión Cívica Radical terminen condicionando sus decisiones de gobierno.
"Mauricio puede elegir a los mejores de la Coalición Cívica y el radicalismo
para integrar un gobierno coherente y eficaz. Lo que no quiere es tener que
discutir cada decisión política, como si fuera una asamblea de estudiantes
secundarios." Scioli, si al final ganara, tendría, antes de empezar, un problema
adicional: la respiración en la nuca de Cristina, los principales referentes de
La Cámpora, y de los talibanes ideológicos o de negocios como Carlos Kunkel y
Carlos Zannini, por nombrar solo dos apellidos de la decena que conforman el
equipo de los puros del modelo. "Eso es una tontería marca cañón. Daniel, con
paciencia y con saliva, como dice el refrán, se los termina chupando, o
colocando de su lado", me dijo uno de sus principales operadores políticos, que
durante las últimas horas sobreactuó su hipercristinismo. El dice que el
vicegobernador Gabriel Mariotto ya es un hombre de Scioli. Y que hasta el
secretario general de la presidencia Eduardo Wado de Pedro o el ministro de
Economía Axel Kicillof se transforman en "dirigentes responsables" como tienen
que resolver junto con Scioli o altos funcionarios de la provincia "problemas de
gestión".
Lo que todavía no puede resolver Scioli es la verdadera oferta electoral. ¿Quién estará al frente de la campaña, el propio Scioli o la Presidenta, como primera candidata a diputada nacional por la provincia, o un escaño en el Parlasur? ¿Qué cultura política se va a imponer para convencer a los argentinos, la de la prepotencia, el autoritarismo y la pelea permanente contra enemigos reales o imaginarios o la del diálogo, el consenso y la tolerancia que pregona y ejerce Scioli? "La primera tiene un techo del 30% de los votos, y con la segunda podríamos ganar en primera vuelta", vaticinan los optimistas estrategas de campaña del gobernador. Lo que no tiene claro es cómo articular un gobierno cuyo aliado principal, parapetado en un bloque de diputados de entre 50 o 60 incondicionales de Cristina, termine pareciéndose más a la Alianza del presidente Fernando De la Rúa que a un proyecto coherente y de puro sentido común, como el que dice enarbolar Scioli.
Pero dentro del propio macrismo, también parece jugarse una interna ideológica o cultural, como sugieren los que hoy marchan detrás del liderazgo de la candidata a jefa de gobierno Gabriela Michetti. Nadie se atreve a sostenerlo con nombre y apellido, pero cada vez que se les pregunta qué es lo que diferencia a la senadora con el jefe de gabinete Horacio Rodríguez Larreta, cerca de ella argumentan: "La mirada social y sus ideas sobre cómo se debe financiar la política, por ejemplo". Un integrante del equipo de campaña de Michetti deslizó que Gabriela rechazó ayuda política y financiera de dirigentes que dijeron hablar en nombre Massa y también de Scioli. "Eso habla no solo de la lealtad hacia Macri sino de lo que pensamos de la vida y de la política en general", explicó. "Entre Gabriela y Horacio no hay ninguna diferencia real sobre cómo debe financiarse la política. Todos pensamos que debe ser de la manera más transparente posible, igual que se financiaron las últimas campañas donde Gabriela fue la principal candidata o cabeza de lista", explicó una de las autoridades más importantes de la campaña de Rodríguez Larreta, quien no ve ningún invconveniente ético ni político en que Macri apoye públicamente a su jefe de gabinete en detrimento de la senadora nacional. "Ustedes, los periodistas, me hacen reír. Piden políticos más sinceros y honestos y cuando aparece uno que dice lo que piensa, sin importar el costo personal, lo acusan de elegir con el dedo", se quejó.
Más preocupada estaría la inquietante nueva socia de la incipiente coalición, la diputada nacional Elisa Carrió. Ella se declara prescindente de la interna del PRO, pero preferiría mil veces la victoria de Michetti a la de Rodríguez Larreta. Con su habitual ampulosidad, supone que la prevalecencia de una u otro dependerá no solo parte de la cultura política de la Ciudad, sino el futuro de los nuevos negocios entre los gobiernos y los megaempresarios que ya comienzan a acomodarse ante la nueva situación de poder. "El país que viene debería tener más república y menos amigos de negocios. Menos Cristóbal López, Lázaro Báez, Diego Gvirtz y Sergio Spolsky y más empresarios de medios y periodistas críticos, y no oportunistas que se cambian de traje cada dos por tres". Los incondicionales de Carrió siguen soñando con un país donde un día, para ganar una elección, importen más las propuestas y la idoneidad de los candidatos que "la plata que uno tenga para financiar las campañas o los compromisos posteriores con los que ponen el dinero para hacer política". Quizá, para eso, falte todavía demasiado.