La dirigencia política empieza a perder su inhibición. Observa lo que está observando todo el país: que la muerte de Alberto Nisman parece destinada a integrar sólo el frondoso calendario de las trágicas recordaciones argentinas. Ninguna novedad, por cierto: el 82% de los ciudadanos descreyó desde el primer día de la posibilidad de un esclarecimiento, según las encuestas de hace más de un mes y medio.
La historia del fiscal que se suicidó o lo mataron continúa retumbando como noticia por el mundo. Una página del periódico El País, de España, el último domingo. Una edición completa de un conocido programa de la televisión estadounidense, de la cadena CBS News. El relato es simple y detonador del interés: se trata del hombre que denunció por presunto encubrimiento terrorista a Cristina Fernández y al canciller Héctor Timerman, a raíz del atentado en la AMIA y el pacto con Irán. Que apareció sin vida en el baño de su departamento un día antes de brindar un informe en el Congreso que se auguraba escandaloso.
En la Argentina esa gravedad, política, institucional y social, se diluye en una interminable nube de peleas intestinas que va desenfocando la atención popular. El Gobierno contra el Poder Judicial; acusaciones y recusaciones; una de las partes querellantes, la de la ex esposa del muerto, Sandra Arroyo Salgado, muy crítica de la investigación de la fiscal Viviana Fein; las partes querellantes, incluso, enfrentadas entre sí. El abogado Maximiliano Rusconi, defensa de Diego Lagomarsino, el técnico informático que le prestó el arma a Nisman, estaría convencido de que Arroyo Salgado querría desplazar la causa del fuero ordinario al Federal. En suma, empezar todo de nuevo. Quizás constituya, de verdad, un contratiempo. Aunque no se puede ignorar que el afán actual por develar el misterio de la muerte no logró ningún resultado. Falta apenas una semana para que se cumplan los dos meses de la tragedia y la ausencia de alguna certeza resulta llamativa. Los peritos oficiales no saben si el fiscal se disparó detrás de la cabeza, en una postura incómoda, o si alguien terminó por ejecutarlo. Los peritos de la jueza Arroyo Salgado han sido, en cambio, categóricos: se habría tratado de un homicidio con alteración, incluso, de la escena del crimen. En el medio, mucho humo y confusión. Se buscan pistas en amigas y supuestas novias de Nisman, pero se repara poco en el papel general de la custodia o en el desborde dentro del departamento de la víctima no bien se descubrió la desgracia.
Aquel perceptible desenfoque con el tema no sería patrimonio exclusivo de la sociedad. El Gobierno mete la cuchara sólo para inducir el rumbo de la investigación, en contra del espía Jaime Stiuso o del mismo Lagomarsino. También para castigar cualquier intervención de Arroyo Salgado. La oposición también se llamó a silencio después de las primeras semanas en las cuales pareció preocupada. Debió refutar las teorías kirchneristas sobre un intento de desestabilización del cual el fiscal muerto, según esa visión, habría sido uno de sus motores.
Quizás obedezca sólo a una casualidad, pero nació del oficialismo el primer tirón para correrle el telón imaginario al caso Nisman e instalar las disputas de la carrera electoral. Irrumpió la competencia entre Daniel Scioli y Florencio Randazzo por la candidatura a presidente en el FPV. Esa competencia estaba pero aún carecía de fuego. Lo encendió Cristina cuando decidió que el sciolismo no presentara candidato en Capital. Allí la Presidenta consagró al titular de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, y permitió además la figuración de ciertos “progresistas” inofensivos. Está claro que para ella el sciolismo no lo es.
El gobernador de Buenos Aires agachó, como siempre, su cabeza. Pero decidió lanzar a alguno de sus espadachines al campo de batalla. La consigna sería, “duro contra Randazzo”. Un espíritu belicista desconocido en Scioli.
Ocurre que el ministro de Interior y Transporte, subido a los vagones chinos, habría empezado a transformarse en el posible candidato del cristinismo rancio. De La Cámpora y otras yerbas. La idea tendría dos metas. Derrotar al gobernador bonaerense en la interna, chance que hoy asoma lejana. O envolverlo para que, en caso de ganar, quede con poco o nulo margen de maniobra. Tal vez el camporismo exagere. Scioli podría aceptar esas reglas de juego sin una refriega tan visible. Sólo con buenos modales.
Nadie supo nunca que Alberto Pérez, el jefe de Gabinete del gobernador, fuera un hombre tan aficionado a la lectura. Justo en este momento, parece, andaba leyendo el libro Argenleaks, del periodista Santiago O’Donell. Perez descubrió dos perlas para castigar al ministro. Sus reuniones en la embajada de EE.UU., en pleno conflicto con el campo, cuando instaba reservadamente a una negociación. Su encuentros con periodistas del Grupo Clarín –como si se tratara de un delito– para pedirles que “lo cuiden”.
Hace semanas que Randazzo se encarga de cuestionar a Scioli por su doble
estándar. ¿Cuál? Hacer pública su fe cristinista aunque, en la mirada del
ministro, resulta funcional a las corporaciones y los grupos mediáticos.
Entiéndase el Grupo Clarín.
Pareciera claro que los mensajes de Scioli y de Randazzo irían en idéntica
dirección y en búsqueda de un único puerto: la bendición de Cristina. Le hablan
a ella. En ese trayecto empedrado, a lo mejor, omitirían referir a las
cuestiones que inquietan a la sociedad. Se atraparían en la agenda de la secta
cristinista.
El encontronazo entre ambos preocuparía más al gobernador que al ministro. Scioli trabaja su proyecto presidencial desde el 2011, aliviado cuando la derrota en las legislativas del 2013 puso freno a cualquier ilusión re-reeleccionista de Cristina. Randazzo se subió al tren de la competencia después, pensando más en Buenos Aires que en la Casa Rosada. Pero la orfandad de potables cristinistas lo colocó en la carrera.
Scioli continúa aferrado al pejotismo. No hay señales de fuga entre los gobernadores leales. Pero el modo en que declinó a su candidato en la Capital (Gustavo Marangoni) habría despertado dudas en muchos intendentes. “¿Así nos va a defender?”, preguntaron en las últimas horas.
Los tiburones podrían empezar a frecuentar ya esas aguas encrespadas. El más hambriento sería Sergio Massa. El aspirante del Frente Renovador tendría techo para ofrecerles a aquellos alcaldes dispuestos a cambiar de bando. Tampoco le vendría mal algún desertor a Mauricio Macri. La Provincia es entre los territorios electorales importantes el que asoma más árido para él. Aquel proceso de supuesto trasvasamiento resultaría aún lento. Massa y Macri están más atentos a un espectáculo cercano: la Convención radical del sábado próximo. Los líderes del PRO y del FR aguardan ansiosos para ver quién podría llevarse la mejor tajada. La expectativa quizá supere la realidad. Los radicales nunca han sido amigos de las grandes explosiones. La Convención podría ser apenas el primero y no el último punto del recorrido opositor para construir una alternativa. Pero sobre ella se posarían todos los ojos de la política, incluidos los del poder. Podría significar muchas cosas después de 31 años de democracia y 14 de la última gran crisis.