¿Qué estaba haciendo yo el domingo 18 de enero por la tarde? Estaba en una playa con amigos, programábamos una cena y, en nuestra conversación, volvíamos una y otra vez a la situación de la Argentina: la crisis generalizada, las irrisorias y posibles alianzas de los candidatos, la falta de mirada de largo plazo, las espasmódicas respuestas del Gobierno ante situaciones que le aparecían inmanejables, el triste rol de una oposición confusa y especuladora, la inconmensurable quietud de una sociedad ausente y desconfiada, el temor ante el posible retorno de las muertes políticas. Un lugar central en nuestra charla lo ocupaba la repercusión que tendría la denuncia que iba a realizar, horas después, el fiscal Nisman. Y estábamos todos acomodándonos mentalmente en el mejor lugar de la platea, porque se trataba de un hecho inédito, poderoso e imprevisible en sus consecuencias, dentro del maremágnum de hechos institucionalmente graves que se dan en nuestro país y que, a poco de ocurridos, parecieran empezar a volverse normales, como si la sociedad ya se hubiera acostumbrado a ampliar continuamente su capacidad de asombro para poder seguir sobreviviendo. ¿Esta vez también sería así?

¿Qué estaba haciendo Nisman el domingo 18 de enero por la tarde? Las crónicas dicen que estaba corrigiendo notas y acomodando papeles, que algunos de ellos estaban arrugados y descartados en un cesto de basura, que vestía de manera informal bermudas y una remera fresca y, como imagen de la soledad más descarnada, que había sólo un plato y un vaso sucios en la mesada de la cocina. Él sabía que al día siguiente mucho iba a cambiar. La debilidad institucional, las complicidades históricas, el desmanejo de informaciones y las plagas de gobiernos incompetentes quedarían expuestos. ¿Se preguntaba si la Justicia investigaría en profundidad? ¿Temía a la reacción del Gobierno? ¿Confiaba en que la sociedad tomara conciencia? ¿Se pensaba acompañado? ¿Se sentía solo?

El lunes 19 por la mañana atiendo el teléfono; una voz amiga me pregunta: "¿Leíste los diarios? ¿Escuchaste la radio?". Y la muerte explotó en mi oído. A partir de allí las especulaciones, el análisis morboso, la investigación confusa, las conclusiones inconsistentes, los pseudoespecialistas prestos a opinar, el Gobierno sumando insensibilidad y disparate al horror, la sociedad vomitando desconfianza y hastío. Las cloacas del infierno a la vista de todos.

¿Dónde estuve yo a partir de ese lunes? Espantando mis propios recuerdos, apretándome los labios para no gritar, partiéndome de dolor pensando en el dolor de sus hijas, alimentando indignación e impotencia y, sobre todo, preguntándome: ¿por qué lo dejamos solo? Si lo que él iba a anunciar era un choque entre dos planetas, una catástrofe histórica, un antes y un después. ¡Si todos sabemos que un hombre solo no puede! ¿Por qué lo dejamos solo? ¿Dónde estaban sus colegas de la Justicia? ¿Los periodistas siempre alerta? ¿Los sindicatos demandantes? ¿Las academias estudiosas? ¿Las organizaciones de la sociedad civil? ¿Los políticos de la próxima elección? ¿Los empresarios comprometidos? ¿Los credos piadosos? ¿La sociedad? Y, sobre todo, ¿dónde estaba el Gobierno, responsable máximo de su seguridad?

Una vida no vale nada, pero nada, nada vale una vida, escribió André Malraux. Todo lo que existe sólo a través de la vida tiene significación. Todos los que existimos sabemos que es la más absoluta de las realidades y que allí radica nuestro último y más preciado poder. Y no supimos cuidar la vida de quien más expuesto estaba. Nisman debió estar acompañado y protegido. Lo dejamos solo.

¿Qué podríamos haber hecho? El necesario cuidado que requería tampoco puede residir en una sola persona. Es grande la indefensión de todos si no nos pensamos como parte de un proyecto colectivo. Cada uno de nosotros es, tan sólo, uno más si no compartimos una visión que contemple cuidar de uno mismo, de los cercanos y de los demás conciudadanos. ¿Seremos capaces, en este momento de posible inflexión, de embarcarnos en un cambio cultural que exprese que una comunidad democrática reclama, por sobre todas las cosas, el reconocimiento y el cuidado de la vida? ¿Seremos capaces de dejar de lado las patologías destructivas y trabajar juntos con lo bueno y mucho que tenemos? ¿Seremos capaces de promover nuevos liderazgos que unan pasado y futuro en un presente esperanzado?

La autora, abogada, es miembro del Comité ?de Expertos en Administración Pública de las Naciones Unidas