La estrategia del gobierno frente al caso Nisman camina en dos direcciones muy claras. La descalificación y el apriete a los fiscales que convocaron a la marcha en memoria de Nisman, por un lado, y la construcción mediática de un gobierno acosado por servicios de inteligencia y por intereses supranacionales, por el otro. Podrá hablarse de un gobierno insensible ante una muerte simbólica y enorme (que lo es), pero debe admitirse también que se trata de una conducción propensa a insistir en el error político. Es el Gobierno, en última instancia, el que incita a la sociedad antikirchnerista a concurrir masivamente a la marcha de los fiscales. El apotegma "conmigo o contra mí", que es la principal bandera del kirchnerismo desde su fundación, podría esta vez promover una derrota significativa para Cristina Kirchner.
Da la impresión, por momentos, de que era Antonio Stiuso, el jefe de facto de la ex SIDE hasta diciembre pasado, el verdadero articulador de las políticas del oficialismo. Desaparecido Stiuso del sistema cristinista, el Gobierno parece un simple peatón desinformado y aturdido por la vorágine de las cosas. Desmintió cosas que resultaron ciertas. Promovió sospechas sobre Nisman que la propia investigación judicial descartó poco después. El jefe de Gabinete, la segunda figura en la conducción de la administración, resultó incinerado por un acto tan agresivo como autoritario, como fue el gesto de romper dos páginas del diario Clarín. Una de las principales figuras del cristinismo más puro, Diana Conti, desapareció luego de que prometiera enfrentar a Nisman "con los tacones de punta" horas antes de que encontraran muerto al fiscal.
La única maña que no ha perdido es darle a la sociedad datos falsos. Voceros y funcionarios oficiales repitieron en los últimos días que los fiscales marcharían en reclamo de justicia. No había manera más astuta de dejarlos en ridículo. Alguien llegó a que decir que es tan desopilante como si los comisarios hicieran una marcha en reclamo de seguridad. Resulta, no obstante, que los fiscales nunca convocaron a una marcha en reclamo de justicia. Repitieron mil veces que lo hacían en memoria del colega extrañamente muerto. Es un acto de homenaje, no de reclamo. De lo único que los fiscales están seguros es de que Nisman murió por la denuncia que hizo contra la Presidenta, haya sido un suicidio inducido o un homicidio.
Párrafo aparte merecen ya los exámenes toxicológicos. Han pasado más de tres semanas sin que se conozcan los resultados. Ningún resultados, ni los preliminares ni los definitivos. En las últimas horas se anunció que la semana próxima se harán públicos esos datos. La semana próxima coincide con la marcha de los fiscales y tal vez hasta coincida con el día de la manifestación. ¿No estarán preparando los que llevan en la práctica la investigación (Policía Federal, Prefectura, Gendarmería) una noticia escandalosa? Las versiones se acumulan y todas se originan en las oficinas el Gobierno.
Ayer se conoció también, después de la segunda y definitiva prueba, que en las manos de Nisman no había huellas de pólvora ni de plomo. Según expertos en balística, ese resultado es casi imposible en un suicida que disparó un arma. La pistola, dicen, libera un cartucho y un gas después del disparo y ese gas empapa la mano. Es cierto que los rastros son más o menos intensos de acuerdo con el calibre del arma, pero siempre hay rastros, afirman. Tampoco encontraron en la pistola restos de ADN de su dueño, Diego Lagomarsino, a pesar de que éste dijo públicamente que manipuló el arma varias veces delante de Nisman, pocas horas antes de su muerte, para enseñarle cómo manejarla. Lagomarsino contó también que en su casa maniobró con la pistola mientras juntaba las distintas partes del arma. Es imposible, afirman los expertos, que el ADN de Nisman haya borrado el de Lagomarsino; en todo caso, los dos datos genéticos se habrían mezclado y provocado, tal vez, cierta confusión en los investigadores. Nada de eso sucedió. Simplemente, desapareció el ADN de Lagomarsino.
En ese contexto de extrañezas y dudas, el Gobierno lanzó una brutal ofensiva contra los fiscales convocantes. Ya lo había hecho el lunes la presidenta de Justicia Legítima, la jueza María Garrigós de Rébori, quien acusó y descalificó a todos los fiscales que quieren recordar a Nisman. Justicia Legítima es casi una dependencia de Alejandra Gils Carbó, precisamente la jefa de los fiscales. Ayer, el apoderado del Partido Justicialista, el diputado kirchnerista Jorge Landau, los apretó de la peor manera: serán recusados, anticipó, todos los fiscales y jueces que vayan a la marcha, porque el Gobierno sabrá que tienen una opinión formada sobre los gobernantes. Esto es: el que vaya a la marcha habrá firmado su afiliación a la oposición, su adscripción al ejército enemigo del cristinismo. La marcha es un enemigo que se avecina peligrosamente.
La amenaza no tiene ningún respaldo jurídico. Si la convocatoria es a un acto de homenaje a un muerto, en silencio y sin banderías políticas, no se da ninguno de los requisitos que impone el Código Procesal Penal para recusar a jueces y fiscales. "La Constitución reclama imparcialidad y no ausencia de sentimientos", abundó el abogado Ricardo Monner Sanz. El cristinismo ya intentó atemorizar a los fiscales con los rutinarios "carpetazos" (que vienen de la ex SIDE) y no lograron nada; ahora los amenazan con sacarles las causas. Varias de ellas son explosivas para el Gobierno. ¿Irán a parar esas investigaciones a los fiscales de Gils Carbó?
La otra línea estratégica del Gobierno es convertirse -cómo no- en víctima. ¿Víctima de qué o de quién? De los servicios de inteligencia, repiten los funcionarios después de que lo insinuara la propia Presidenta. Ha cambiado la conducción de los servicios de inteligencia, pero no esos servicios. Ellos fueron los que hicieron repetidas operaciones mediáticas contra políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas en los once años kirchneristas. También contra medios periodísticos, como los sufrió LA NACION en su momento. La injusta inculpación a la directora de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, de que sus hijos eran hijos de desaparecidos fue también obra de los servicios de inteligencia.
Este periodista fue centro también de una intensa campaña de descalificación en medios oficialistas con datos falsos y manipulados que proveía la ex SIDE. Un ex ministro de Kirchner, Gustavo Beliz, debió abandonar el país, en un virtual exilio temporal, después de enfrentarse con esos servicios y con su jefe de facto, Stiuso. El kirchnerismo usó al espionaje para intentar la destrucción moral de sus adversarios, enemigos o críticos. No puede desconocerse la habilidad del oficialismo para transformarse ahora de victimario en víctima.
El diseño de la estrategia consiste en mostrar a los fondos buitre como consejeros de Nisman y en aliados, por lo tanto, de todos los que reclaman por su muerte y piden que se investigue su denuncia. La mención del cristinismo a los servicios de inteligencia incluye, desde ya, a la CIA y al Mossad, el servicio secreto israelí. Como corresponde a un ego monumental, la conspiración contra Cristina Kirchner debe reunir a los más importantes protagonistas del mundo. Stiuso es, para esa mirada narcisista, sólo una herramienta necesaria de una confabulación de magnitud planetaria.
Cristina valora los gestos. Hizo un papelón cuando se mostró en una circunstancial silla de ruedas para provocar la solidaridad social en medio de la crisis por la muerte política más imponente de la democracia. Ayer apareció sin maquillaje, a cara lavada. Justo ella, que siempre dijo que nunca dejó el maquillaje desde la adolescencia. "Nací pintada como una puerta", se la escuchó decir. Pero eso gesto intentó, sin suerte, mostrar a una mujer común, asediada por enemigos homéricos. Sin embargo, ningún maquillaje ni amenaza ni apriete esconde un dato político fundamental: Nisman sigue siendo el peor enemigo, aun después de muerto.