En filosofía y economía es común distinguir las afirmaciones normativas de las positivas. Las primeras implican un juicio de valor: lo que debería ser. Las segundas son una caracterización de la realidad: lo que es, o probablemente será. Por ejemplo, pienso que el peso debería depreciarse este año, pero probablemente pase lo contrario. Del mismo modo, pienso que el próximo gobierno debería revertir el atraso heredado, pero creo que probablemente haga sólo una corrección menor.
Para no confundirnos, hay que distinguir entre tipo de cambio nominal (la cotización del peso) y tipo de cambio real (la cotización del peso, ajustada por inflación). Por lo general, cuando los economistas hablamos de tipo de cambio y depreciación, asumimos que se trata de su versión real, la única relevante para la competitividad de nuestros productos.
En la Argentina, la depreciación nominal es inevitable. Con una inflación superior a 30%, sin depreciación nominal nuestro costo de vida subiría en relación al mundo entre 25 y 30% por año, y acabaríamos importando todos nuestros consumos, o prohibiendo todas nuestras importaciones. Por eso, no sorprende que el país encabece el ranking global de depreciaciones nominales, un titular ganchero pero que no dice mucho de nuestra competitividad o nuestro poder adquisitivo.
En la Argentina, la depreciación real es una decisión política. Con dos excepciones, en el primer semestre de 2009 y en enero de 2014, el Gobierno decidió apreciar la moneda para contener la inflación. Sin ir más lejos, en los últimos 12 meses la depreciación nominal fue de 8%, bien por debajo de cualquier medición de inflación, incluyendo la oficial. Y, probablemente, suceda algo parecido en 2015. De ser así, el próximo gobierno heredará un tipo de cambio real apenas 25% por arriba del nivel que tenía en diciembre de 2001, antes de la Gran Devaluación.
Hasta aquí, lo positivo
Hablar de atraso cambiario implica pasar a lo normativo, ya que supone pensar que este tipo de cambio real es perjudicial para la economía y debería estar más depreciado.
Podríamos argumentar, por ejemplo, que, sin freno a las importaciones y con un crecimiento de la demanda, en 2016 importaremos más de lo que exportamos. Este déficit comercial, el primero desde la caída del uno a uno, puede compensarse con entrada de capitales o emisión de deuda. De hecho, eso esgrimen los que sostienen que, recuperando acceso al financiamiento externo no habría atraso sino equilibrio cambiario -confundiendo, a mi juicio, equilibrio económico y equilibrio de mercado-. Pero el financiamiento es un recurso transitorio: el capital que entra en algún momento sale, como aprendimos en los 90.
DESINCENTIVO A LA PRODUCCIÓN
Además, aun si fuera posible financiar transitoriamente el déficit externo, la apreciación cambiaria castiga nuestras exportaciones no agropecuarias, favorece las importaciones y, más en general, desincentiva la producción local y el crecimiento.
Y, si el tipo de cambio apreciado no es creíble, alimenta la demanda especulativa de dólares, a costa de la inversión y la actividad, como sucedió en los últimos años. La apreciación cambiaria es la madre de las corridas.
¿Por qué creo entonces que el próximo gobierno hará sólo una corrección menor?
Veamos. En la Argentina pocas medidas son tan impopulares como una devaluación. Como tendemos a fijar el tipo de cambio, nuestras devaluaciones suceden en tiempos de crisis. Esta asociación entre devaluación y crisis las hace políticamente odiosas, alimentando la tendencia a fijar.
Y así de vuelta al comienzo. A principios de 2016, si la demanda vuelve a crecer y las tarifas y el peso dejan de atrasar, la inflación estará cerca de 40 por ciento. Aun asumiendo que el Gobierno logre llevarla debajo de 30%, una corrección cambiaria necesitaría una depreciación nominal en el año del orden de 50%, idealmente al inicio del mandato, para anclar expectativas.
Esta mala prensa se potencia con la percepción de que la devaluación beneficia a los inversores dolarizados, lo cual es evidentemente cierto: cuanto más atraso se acumula, mayor es la especulación y mayor la ganancia financiera con la corrección. Nada mejor que una flotación administrada para recortar las ganancias especulativas. La apreciación es la madre de las especulaciones.
Por último, está el problema del traslado a precios de un salto en el dólar que, al elevar la inflación, comprometa el programa monetario que el próximo gobierno necesita implementar con urgencia.
Ante el riesgo, probablemente se priorice la inflación.
Vale insistir con esto: la apreciación no es un tema financiero sino de desarrollo. La Argentina no crece y vuelve a endeudarse, Necesita un programa de crecimiento, y la competitividad precio será uno de sus insumos.
Hoy está de moda decir que no hay que corregir la apreciación del peso sino aumentar la productividad. Pero nada indica que no podamos hacer las dos cosas.
La decisión, como siempre, no será económica sino política.
El autor es economista y director ejecutivo de la consultora Elypsis