Opinión
Alguna vez, la presidenta de la Nación expuso que las retenciones a las exportaciones agrícolas, como el trigo, tenían una razón de existir, que era defender la mesa de los argentinos. Sugería equivocadamente que la eliminación de ese impuesto provocaría un aumento de las ventas de ese cereal al exterior, lo cual generaría una suba en el precio del pan.
El total desconocimiento de Cristina Kirchner en la materia quedó rápidamente en evidencia. En los últimos diez años, el precio internacional del trigo ha experimentado una leve baja, y también disminuyeron las exportaciones argentinas. Sin embargo, el precio del kilo de pan que consumen los argentinos se multiplicó por diez en el mismo período, pasando de 2 pesos a alrededor de 22.
En abril de 2013, la primera mandataria, frente a una realidad que mostraba la sistemática reducción del área de la siembra de trigo, anunció un sistema de devolución del impuesto del 23% que tributan sus exportaciones para la cosecha que se sembraría a partir de mayo de ese año y se recogería entre fines de noviembre y principios de 2014. El sistema operaría mediante un registro constituido por las declaraciones de cada productor, en el que se inscribieron 10.519, de los cuales habrían cobrado la devolución sólo 4000, según información extraoficial. Dado que se estima la existencia de unos 15.000 productores de trigo, el sistema habría alcanzado a una proporción relativamente baja de beneficiarios. Es que toda vez que se ha puesto a prueba la credibilidad oficial respecto de la política agraria el saldo resultó negativo.
Algo parecido ocurrió años atrás con el proyecto Trigo Plus, destinado a mejorar la situación de los pequeños productores, que a poco de anunciado pasó al olvido. Así también parece resultar la magra devolución del tributo cobrado, devaluado además por la alta inflación. Hubiera sido mejor derogar lisa y llanamente el tributo en cuestión.
En una reciente comunicación, la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea) recordó que la siembra de trigo del ciclo 2001/2002 fue de 7,1 millones de hectáreas, que declinaron a 3,7 millones en el ciclo 2013/2014, en tanto la producción de trigo pasó en iguales lapsos, de 15 millones de toneladas a 9,2 millones, con exportaciones de sólo 1,9 millones, como consecuencia de un intervencionismo estatal y una presión tributaria que ahogan al sector.
Las retenciones son la clave de la situación del trigo y del agro en general. Resulta imposible competir en el mundo con semejante desventaja tributaria a la cual se suman el IVA y los impuestos a las ganancias, a los bienes personales y al cheque, entre otros del ámbito federal. A ellos deben sumarse los tributos provinciales, tales como el inmobiliario y el de ingresos brutos, rematados en la esfera municipal con tasas para mantenimiento de caminos rurales y el abasto de alimentos y otros rubros. Así se inicia el nuevo año en el cual el trigo constituye un fiel retrato de otras realidades de la castigada actividad agropecuaria.
El naciente año se presenta harto complicado. Los precios mundiales han descendido en proporciones importantes y tanto los alquileres de las tierras para siembra como las tecnologías por aplicar despiertan interrogantes de difícil contestación, al igual que la incertidumbre por el ya indiscutible cambio climático.