Desde que el Gobierno intentó defender hace ya casi una década lo que dio en llamar "la mesa de los argentinos", con una batería de medidas de intervención, los distintos protagonistas de esta actividad reaccionaron como si alguien les dijera "sálvese quien pueda".

En el último año, tomando desde noviembre de 2013 a noviembre pasado, el precio de la hacienda por primera vez en mucho tiempo superó al aumento de la carne en por lo menos cuatro puntos porcentuales, según distintos especialistas. Este año, por el deterioro del poder adquisitivo de la población, se resintió el consumo y la suba de precios en las carnicerías tuvo un techo.

Ahora, cuando la hacienda en pie baja, los eslabones finales de la cadena, matarifes y carniceros, se muestran reacios a ceder sus márgenes de ganancia. "Reaccionan con lentitud cuando baja el precio de la hacienda porque se cubren de los aumentos de sus otros costos, como el laboral o los alquileres", explica un especialista del sector.

Antes, los perjudicados fueron los productores. A partir de 2006, el Gobierno profundizó la intervención en la actividad, cuando el entonces presidente Néstor Kirchner ordenó restringir las exportaciones de carne porque temía una escalada del índice de precios al consumidor. Durante tres años, hubo carne barata en abundancia, con un pico de consumo de 68,5 kilos por habitante/año en 2007. Con los precios planchados y la falta de incentivos para invertir, además del impacto de una feroz sequía, en 2009 los productores se desprendieron de sus fábricas de terneros, las vacas, y el stock bovino perdió unos diez millones de cabezas. ¿La consecuencia? Una nueva crisis entre la oferta y la demanda que disparó los precios al consumidor a partir de 2010. Desde entonces, hacienda y carne siguen el desbocado ritmo de la inflación.

Quien manejó con mano de hierro la política de carnes fue el entonces secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, que todos los viernes convocaba en su despacho a supermercadistas y frigoríficos a lo que se conocía en el ambiente como "La escuelita".

El hilo conductor en todo el ciclo es la ausencia de una estrategia de largo plazo que involucre a toda la cadena. De hecho, el Gobierno nunca pudo firmar un acuerdo de precios con el sector, a diferencia de lo que sí logró en otras actividades. Apenas consiguió, bajo amenaza de cerrar las exportaciones, que los frigoríficos les vendieran a los supermercados un cupo determinado de carne a precios reducidos. Ni con el reemplazo de Moreno por Augusto Costa varió la situación.

En ese contexto, todos los actores de la cadena se acostumbran a sobrevivir de la mejor manera posible para adaptarse a las exigencias del corto plazo. No es lo que sucede en los países vecinos -Uruguay, Paraguay y Brasil-, donde la ganadería y la industria frigorífica crecen, aprovechan las oportunidades del mercado internacional y no castigan a sus consumidores.