Argentina continúa desperdiciando ventajas competitivas que ciertos competidores le han estructuralmente otorgado en estos últimos años, sumadas a la propia demanda internacional que no para de crecer.
De ser importador neto de trigo en los años 90´, Rusia se convirtió en la actualidad en el segundo exportador mundial de trigo, pisándole los talones a Estados Unidos, que en muy pocos años dejará de conservar la primera plaza del podio, como lo acaba de hacer con China respecto a la creación anual de riqueza.
Cuando Argentina algún día cuente con una estrategia exportadora (Rusia la implementó en el 2004 y por eso llegaron donde llegaron) ¿Competirá directamente frente al gigante eslavo de costos bajos?
No necesariamente.
Rusia exporta estructuralmente cerca del 70% de su saldo exportable antes de fin de año básicamente por razones de orden logístico. Estados Unidos lo supo entender cediéndole su presencia en el Middle East durante el primer semestre de la campaña comercial hemisferio norte. Gracias a su capacidad excedentaria de almacenaje, cuyo costo se remunera, y muy bien, los Estados Unidos se ponen agresivos estructuralmente recién durante el segundo semestre de la campaña comercial hemisferio norte, en un período en el cual el origen ruso pierde competitividad debido a que la originación comienza a alejarse de la zona portuaria.
De esta manera Estados Unidos no sólo aprovecha la mejora en el valor de sus exportaciones por el hecho que a los grandes competidores del norte se les empieza a cortar “el chorro exportador”, sino que además la demanda mundial situada en Africa y Medio Oriente (que representa más del 30% del mercado mundial) se reactiva para esa época.
Argentina tiene la suerte de salir al mercado justo en el momento en que a Rusia se le corta el chorro. Hete aquí la primera ventaja desaprovechada.
La segunda, que resulta obvia, es que el cliente histórico de la Argentina trilla sus trigos casi tres meses antes. Si a esto se le suma el hecho que buena parte de la cosecha local no satisface las exigencias de la molinería brasileña, Argentina sale al mercado en el momento en que la industria brasileña necesita corregir sus trigos locales.
En definitiva, si Argentina llevara a cabo políticas públicas acertadas, cosa que no sucede, la misma podría abastecer satisfactoriamente no solamente su mercado interno sino también el mercado brasileño y los destinos africanos.
Aquella afirmación que se suele escuchar asiduamente, que sostiene que el trigo argentino no podría competir en el norte de África frente a los orígenes eslavos no es del todo cierta.
El último barco argentino de trigo que se realizó en el norte de África, más precisamente en Egipto (que por cuestiones geopolíticas se lo considera parte del Próximo Oriente), tuvo lugar el 28 de marzo de 2012. El origen argentino fue retenido en la licitación efectuada por el comprador público egipcio debido a su competitividad. Dicho barco se cotizó a un precio FOB real de 259,35 U$S/t y a un flete de 32,5 U$S/t, es decir un precio C&F de 291,85 U$S/t, frente a la oferta rusa más competitiva, y no retenida en el tender, de 295 U$S/t C&F (incluido 15 U$S/t de flete).
La competitividad del trigo argentino para esa época no se logró a contra margen como a veces suele hacer el exportador en algunos destinos a fin de permanecer en el mercado en cuestión, sino todo lo contrario. El FAS teórico el día 28 de marzo de 2012 arrojaba 185 U$S/t mientras que el mercado disponible se negociaba en 143 U$S/t.
Es decir un descuento de 42 U$S/t que inevitablemente nos recuerda la situación actual.
Resulta sumamente tentador, y por cierto justificado, pegarle al cartero en la Argentina, pero la culpa la tiene el correo central en este caso.
La política pública basada en la restricción cuantitativa a las exportaciones elimina lisa y llanamente desde un punto de vista técnico, y no ideológico, el elemento principal que todo productor necesita al momento previo a la siembra, que se denomina: la señal de precios.
Eliminando la señal de precios no sólo el país ha perdido alrededor de 3 millones de hectáreas de trigo, sino que también el productor ha sembrado quizás en años donde no resultaba interesante implantar trigo.
Aquí no se trata de sembrar invariablemente 7 millones de hectáreas de trigo, sino más bien de tener un piso razonable y que la señal de precios ajuste el área en función de la rentabilidad.
La rentabilidad es el combustible que permite traccionar la sembradora del productor, y esto vale también para la calidad.
No hay mercados sin reglas, como tampoco hay empresas sin riesgo, ni Estado sin políticas públicas.
Lo que no puede haber es que el riesgo recaiga plenamente en un determinado eslabón de la cadena comercial, y que el Estado no consensue con el sector privado políticas públicas que están poniendo, y pusieron en riesgo el destino productivo del país.
La restricción cuantitativa a las exportaciones tuvo su aparición fuertemente durante la campaña 2007/08, en donde Chicago se animó a trepar casi hasta los 500 U$S/t.
Se pretendió aislar la inflación internacional como resultado de la escasez de oferta acompañada de una demanda sostenida, y se logró generar una deflación de precio pagado al productor captando a su vez algunos agentes económicos los vaivenes de la volatilidad internacional en los momentos de apertura portuaria.
De allí los descuentos (y no sólo de origen portuario) y de allí la pérdida obscena del hectareaje triguero.
A fin de hacerle frente a la volatilidad, inevitable y cada vez más creciente en productos cuyos stocks son cada vez más ajustados, y cuya oferta disponible en el mercado mundial está fuertemente concentrada y expuesta a riesgos climáticos, las Autoridades argentinas deberían haber aplicado en su territorio lo que defendieron férreamente durante el round del G20 llevado a cabo en Paris en noviembre de 2011.
"Le mot régulation nest pas tabou" (la palabra regulación no es un tabú), había declarado para aquel entonces el jefe de Estado francés, Nicolas Sarkozy, que pretendía regular el precio de las materias primas. A lo cual el Ministro de economía argentino para aquel entonces le contestó que “si piensan que es necesario aumentar la oferta de alimentos, no es a través de esta vía que lo lograrán”.
La posición argentina, sostenida por Brasil, era que para morigerar la volatilidad de precios de las materias primas la solución pasaba por producir cada vez más, y no por la regulación arbitraria de precios.
Lo dicho en Paris no sólo no se aplicó localmente, sino que más bien se realizó todo lo contrario: una regulación ineficaz de precios soportada por el productor acompañada de una caída fuerte en la producción, lo que generó dicho sea de paso la escalada de precios en el mercado local en 2013, la cual padeció el consumidor brasileño, socio de Argentina en el G20 parisino, quien vio en apenas un año un aumento del pan de 20%.
Se debería haber apostado, y se debe apostar a un aumento de la producción, no sólo en volumen sino también en calidad, y fortalecer a su vez la utilización masiva de los mercados de futuros a fin que el conjunto de operadores pueda cubrirse ante el riesgo inherente de la volatilidad de precios.
Pretender evitar el traslado de la fluctuación de precios del trigo hacia el consumidor eliminando la señal de precios a quien lo produce a través de la cuantificación imprevisible de un mercado, es desconocer el mecanismo de la formación de precios de productos transformados, e ignorar factores macroeconómicos que pesan en mayor medida que el valor absoluto de la materia prima.
Hasta aquí hemos hablado tan sólo de aspectos comerciales íntimamente ligados a la esfera local, mientras que nuestros competidores se están actualmente, y hace años, pre-ocupando de cómo ganar nuevas partes de mercado, o al menos mantenerlas.
Estamos lejos del análisis pormenorizado de destino por destino, de la elaboración y de la discusión de un balance al día de hoy que nos permita conocer como evolucionó la calidad de nuestros trigos en estos últimos años, su genética, de qué forma se multiplican sus semillas, como se fertilizan región par región y tantos otros temas más sin olvidar el recalentamiento climático que nos reservará numerosos desafíos.
La respuesta a todo ello no la tiene el Estado por un lado, ni el sector privado del otro, y mucho menos un sector privado dividido.
Suena inocente soñar con consensos en estos tiempos, y más de uno leyendo estas líneas se estará diciendo lo estúpido que es este tipo que escribe.
No obstante se desprende una gran virtud de la estupidez señalada por Albert Camus: “la estupidez insiste siempre”.
Insistamos.