Se inicia un período siniestro que durará veinte años: hasta 1873. La Argentina es acorralada por los malones indios. Hay una nueva realidad que se llama Calfucurá. El notable cacique chileno, que llegó a nuestro país en 1833 y se instaló en Salinas Grandes (entre la Pampa y Buenos Aires) tras pasar a degüello a los jefes vorogas allí asentados (oriundos de Vorohué, Chile) entre quienes se destacaban Rondeado, Alón y Mailín.
Todo el territorio era escenario de la llamada Araucanización de la Pampa (siglos XVI al XIX) por la cual los aborígenes chilenos cruzan a nuestro país y anexan a los tehuelches (llamados generalmente pampas) por su carácter militar y su idioma de rara perfección, claro, fácil y bello, sin inflexiones guturales, que se convierte rápidamente en la lingua franca de Pampa-Patagonia.
Algunos episodios históricos de la doble década infame, signada por el imperio absoluto de Calfucurá:
Durante los malones se cautivaban mujeres jóvenes y niños para después solicitar un rescate a los gobiernos de Buenos Aires o Córdoba, o a los parientes directos de los prisioneros
El 1 de septiembre de 1852 tiene lugar la revolución del Dr. Valentín Alsina, separando a la provincia de Buenos Aires del gobierno de Urquiza. El Estado de Buenos Aires tendría constitución propia en 1854. Calfucurá y otros jefes indios se aprestan a atacar las poblaciones blancas en todo el frente de la campaña, desde Mendoza hasta Bahía Blanca. Con habilidad diplomática, Calfucurá (Piedra Azul) se acerca a Urquiza, concentrando la guerra de saqueo y pillaje en las otras provincias, sobre todo Buenos Aires. Envía a la capital urquicista (Paraná) a su hijo, que no era otro que Manuel Namuncurá, y así empiezan a funcionar como aliados, contra Buenos Aires y sus campos.
En 1858, el mayor Máximo López intercepta a una partida de araucanos que portaba una carta de Calfucurá a Urquiza. Allí se dice, entre otras cosas: "...Mañana vuelven para su tierra los hombres que me ha enviado, acompañados por tres baquianos míos. Con éstos le pido que me mande los vicios que ellos le han de decir... Llevan también a 35 cautivas de Salto. El capitán Ruiz, enviado por usted, no se ha portado muy bien conmigo, pues sólo me dio de rescate 250 pesos plata...El cacique Catriel está muy creído de que yo lo voy a auxiliar cuando se vea en peligro, y yo lo dejo que se engañe. pero ya iré a atacar a los pampas, para que sepan lo que vale la lanza de un chileno...Amigo, yo le juro que algún día voy a hacer lo que usted me aconseja: no voy a dejar un pampa vivo". Este texto tiene gran valor. Puede consultarse más completo en La estupenda conquista, de Ernesto Ramírez Juárez. Se desprende del contenido que una de las tareas lucrativas de los araucanos era el secuestro extorsivo. En efecto, durante los malones se cautivaban mujeres jóvenes y niños (los hombres y las viejas eran sacrificados) para después solicitar un rescate a los gobiernos de Buenos Aires o Córdoba, o a los parientes directos de los prisioneros. En este caso, el precio obtenido por 35 cautivas, tomadas en la ciudad de Salto, fue de 350 pesos oro, cantidad que al cacique le había resultado chica. La carta está salpicada de pedidos de toda naturaleza (regalos, vicios, artículos) en un tono que oscila entre el ruego y la amenaza.
Segunda comprobación. No es cierto que para los "pueblos originarios" fuera lo mismo Chile que la Argentina. Calfucurá lo deja bien claro cuando promete: "Ya van a ver esos pampas lo que vale la lanza de un chileno". Con la denominación de pampa se abarcaba generalmente a los indígenas que poblaban las llanuras del centro del país: tehuelches, querandíes, serranos, etcétera. Los araucanos (en tiempos modernos se adoptó la denominación mapuche) eran los pobladores del Arauco chileno. Ostentaban un gran orgullo nacional y racial, que no era gratuito: habían resistido al imperio incaico y después a la conquista española, que terminó reconociéndoles sus propias fronteras, entre los ríos Bío-Bío y Maule. Los conquistadores no pudieron con la gente de Lautaro y Caupolicán. Ser chileno o araucano era, pues, motivo de orgullo. Se sabían muy dotados para la guerra, y existía entre ellos y los pampas argentinos no sólo una diferencia étnica (que ha detallado en su momento Rodolfo Casamiquela) sino también un encono histórico, con deudas pendientes.
En cuanto a las alianzas de unos y otros fueron cruzadas y cambiantes. En todas las guerras civiles intervinieron batallones indígenas
En cuanto a las alianzas de unos y otros (Calfucurá las tuvo con Rosas, Urquiza, Catriel y Cachul, Coliqueo, etcétera) fueron cruzadas y cambiantes. En todas las guerras civiles intervinieron batallones indígenas. Se trataba de una caballería de gran coraje y destreza acrobática, mundialmente incomparable, y el cona (guerrero) era un hombre de lanza cuya actividad esencial consistía en combatir. Por lo tanto, se enrolaba en distintas campañas propias y ajenas con el único estipendio que concibe el mercenario: el botín. Para estos hombres, cuyo único arte radicaba en matar o morir, la retribución era el pillaje. De manera que, así como muchos cristianos (en realidad, forajidos) participaban de los malones indios y hasta los dirigían, nutridos grupos de araucanos y pampas integraban los batallones de unitarios y federales en las contiendas del siglo XIX.
Datos sobre lo que era un malón. El día 13 de febrero de 1855, Calfucurá, a la cabeza de 5000 lanceros, invade la ciudad de Azul, asesinando a 300 pobladores. Tras el saqueo e incendio de comercios y viviendas, se retira con 60.000 vacunos y 150 familias cautivas. En aquel entonces se hablaba de "familias" para referirse a mujeres y niños. Los hombres eran degollados, por ambos bandos. No se tomaban prisioneros.
Los ranqueles incursionaron sobre diversas poblaciones del oeste de la provincia de Buenos Aires: el 7 de mayo, en Rojas, se llevaron hasta la caballada de las tropas, que no pudieron reaccionar ante el asalto sorpresa.
El clamor de los pobladores (se hablaba de abandonar los campos, ante los ataques diarios de los jinetes indios) provocó la expedición del General Bartolomé Mitre, entonces Ministro de Guerra de la Provincia. El hombre resolvió actuar primero sobre Cachul y Catriel, caciques pampas, pero su expedición terminó en el doloroso fracaso de Sierra Chica. Aquellos soldados volvieron a la ciudad de Azul a pie, con toda la caballada perdida, 16 muertos, 234 heridos y sin armas.
En septiembre de 1855, se produce la tragedia del comandante Nicolás Otamendi. Destacado a reprimir un malón de Yanquetruz (cacique pampa de las huestes de Calfucurá, homónimo del histórico cacique ranquel) que había robado 8000 cabezas de ganado en la estancia San Antonio de Iraola. Superado en número por los indios, Otamendi se atrincheró en un corral del establecimiento, donde recibió a un chasque que le intimaba la rendición. En muestra de desprecio, Otamendi mandó estaquear al mensajero. A la mañana siguiente, todo el batallón (128 hombres) se batió heroicamente contra un mar de indios. Murieron todos. Un sobreviviente al que dieron por muerto contó lo sucedido: se rindieron honores solemnes en la Catedral de Buenos Aires.
Otro destacado jefe militar, el General D. Manuel Hornos, salió también del Azul, en 1856, para escarmentar a Calfucurá. Llevaba 3000 soldados y 12 piezas de artillería, integrando el "Ejército de Operaciones del Sur". Los dos ejércitos se enfrentaron en San Jacinto. Calfucurá atrajo hábilmente a los soldados cristianos a un campo de guadales (arenas movedizas) ubicado entre las sierras de San Jacinto y el arroyo Tapalquén. En ese terreno, los indios obtuvieron una victoria fácil. Hornos tuvo que abandonar el campo, dejando 18 jefes y 250 soldados muertos. Además, el saldo sumó 250 heridos, más numerosos caballos, pertrechos y armas perdidos.
El gobierno firmaba pactos leoninos con los caciques, para apaciguar la terrible sucesión de malones
Así fue la desdichada doble década 1852-1872. Acorralado, el gobierno firmaba pactos leoninos con los caciques, para apaciguar la terrible sucesión de malones. Por ejemplo, en el Azul, el Gral. Manuel Escalada firma "las paces" con Catriel y Cachul, obligándose a pagar a estos caciques "1200 libras de yerba, 600 de azúcar, 500 varas de tabaco, 500 cuadernillos de papel, 2000 libras de harina200 frascos de aguardiente, 80 botellas de vino, 72 de ginebra, 72 de vino Burdeos, dos carretadas de maíz y 200 yeguas...¡trimestralmente! Se concede al cacique Juan Catriel el título de General y Cacique Superior de las Tribus del Sur, más el uso de charreteras". En la obra de Rómulo Muñiz Los indios pampas, donde puede leerse el texto completo del tratado, el autor comenta: "Da vergüenza consignar que en todo este contrato extorsivo no se entrega a los indios ni un solo instrumento de labranza, algo que sirva para trabajar la tierra o para el bien común". Cabe apuntar que la carne de yegua era la alimentación preferencial de los indios de Pampa y Patagonia, habiendo reemplazado al ancestral guanaco, cada vez más difícil de encontrar.
Esa fue la situación durante la doble década (1853-1873) que estamos retratando: la República Argentina estrangulada por un enemigo que la amenazaba de muerte y le disputaba un territorio que permitiría el crecimiento y la supervivencia de una de las dos culturas, pero nunca las dos juntas. O los indios nómades, o los argentinos con su agro y su industria.
El coronel Ignacio Rivas vence a Calfucurá en la batalla de San Carlos, en marzo de 1872. Comienza a declinar el poder del "Napoleón de las Pampas".
El 4 de junio de 1873, en sus toldos de Chiloé, casi centenario, muere Calfucurá.
Seis años después, se iniciaría la Campaña del Desierto del General Roca, durante la cual no hubo combates. Fue, sencillamente, la ocupación formal del territorio argentino, trasladando la frontera interior con los indios desde el Río Salado hasta el Río Negro. Esa es la historia.