Un presente signado por los 70, cuando los argentinos nos enfrentamos con violencia alentados por ideales para la construcción de un país mejor y más justo. Cuando nos dispusimos a matar y morir.
Mi interés en reflexionar sobre ese pasado trágico se funda en un interés ciudadano, también en mi condición de militar, pero, especialmente, en mi condición de hijo de otro oficial superior del mismo Ejército Argentino que fue muerto por un comando montonero el 1° de diciembre de 1976.
Desde aquel momento me pregunté qué razones trascendentes motivaban o justificaban la acción violenta, los atentados que, como el que les costó la vida a mi padre y a muchos otros ciudadanos con y sin uniforme, estaban ocurriendo. La vida y el tiempo explicaron muchas cosas que me han permitido comprender en parte, pero no justificar lo ocurrido. Hoy, mi reflexión se nutre de dos interrogantes: ¿cuál ha sido el fruto de tanta violencia? ¿Cuál ha sido el sentido de la vida de los que murieron?
En busca de respuestas podríamos practicar una mirada llana y sencilla, sin enredarnos en la complejidad de la trama de la tragedia; una mirada al país heredado y al valor que, como generación, le agregamos, para luego preguntarnos si estamos conformes con lo hecho, particularmente en lo que a construcción colectiva se refiere. Preguntarnos si estamos satisfechos con el país que tenemos, si se parece al que anhelábamos en nuestros años de juventud, si es el que deseamos para nuestros hijos y nietos.
Alentado por la búsqueda de respuestas, ensayo una propuesta ambiciosa. Pretende aportar a una conciencia colectiva de ese pasado reciente que nos permita identificar el camino que como sociedad elegimos. Y, si es posible, evaluar el grado de satisfacción con lo hasta aquí logrado como actores de ese pasado trágico, pero también de este presente complejo. Una propuesta que nos permita identificar lo cerca o lejos que estamos de la unidad nacional y comprender si las respuestas, en caso de tenerlas, son las correctas.
Se trata de construir, y eso será posible si cada quien reconoce la responsabilidad que le cabe en los acontecimientos de nuestra historia cercana. Reconocer tal responsabilidad constituye un paso importante para aproximarnos a un punto de encuentro y comenzar a hacer lo correcto, lo que se debe, para otorgarle a nuestra patria el sentido que le dieron los hombres y mujeres de ayer. Sólo así comenzaremos a plasmar la unidad nacional.
Entiendo que tal reconocimiento es central porque, en mi opinión, creer que lo sucedido en los años 70 es responsabilidad exclusiva de las Fuerzas Armadas y, en otra medida, de las organizaciones terroristas no es suficiente. Existieron otros actores y, en tanto cada uno no asuma su responsabilidad en lo ocurrido, resultará difícil construir el país anhelado.
Asumir esa responsabilidad no es fácil, ya que pareciera que nos hemos acostumbrado a que el error corresponda al otro. Al mismo tiempo, parece posible alcanzar un estado de madurez que nos permita a todos hablar con la franqueza necesaria. Siempre es sencillo descargar la culpa en otro, especialmente si a ese otro también le cabe responsabilidad y además tiene capacidad para cargar con todo. Lamentablemente, pareciera que ese camino no conduce a donde debe.
En esta búsqueda podríamos prestar atención a dos citas que desde hace tiempo sustentan mi reflexión. En su alegato en el juicio de Rivonia, de abril de 1964, Nelson Mandela dijo: "Durante toda mi vida, me he dedicado a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He buscado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que he vivido. Es un ideal por el que espero vivir y, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir".
La segunda cita, extraída del libro El hombre en busca de sentido, es de Viktor Frankl: "La última de las libertades humanas es la elección de la actitud personal que el hombre debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino [?]. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea".
El alegato de Mandela, que manifiesta su ideal de vida, es aplicable en cualquier sociedad, especialmente en aquellas signadas por acontecimientos políticos y sociales trágicos. Al mismo tiempo, el pensamiento de Frankl expresa la actitud que asumió Mandela para enfrentar las circunstancias que le planteó la vida.
La propuesta no incluye olvidar. La historia es y nada puede ni debe cambiarla. Se trata de elegir el camino correcto, el camino del deber ser. Mandela nos lo ha señalado y Viktor Frankl nos dice cómo es posible hacerlo. Cada uno de nosotros debería reflexionar y detenerse a pensar si lo estamos haciendo bien, si el país que hoy tenemos es el que deseamos para nosotros y nuestros hijos, si con el camino elegido le estamos dando sentido a la vida de nuestros muertos, si sus muertes valieron la pena, si no fueron sólo vidas perdidas.
Si reconocemos nuestras responsabilidades y asumimos sus consecuencias, quizás encontremos el camino de la unidad nacional.