Es difícil comprender el curso que está tomando la política sin registrar algunos movimientos de los últimos quince días. Cristina Kirchner fue uno de los protagonistas de esas novedades. Contra la costumbre, sus intervenciones fueron silenciosas. No operaron sobre la simbología del poder, sino sobre una materia más contundente: la acumulación de fuerzas para atravesar la crisis.
La primera decisión de la Presidenta reprodujo su táctica habitual: cuando las aguas se agitan, ella tiende un cerco alrededor de Daniel Scioli.
Comenzó por enviar a Axel Kicillof a La Plata para que revisara con el gobernador obras contra las inundaciones. Una excusa tan inesperada que subrayó el sentido de la visita: iniciar un nuevo ciclo de buena vecindad. Una semana más tarde, los "irreversibles" de La Cámpora, que solían trompear a cualquier feligrés vestido de naranja, dedicaron a Scioli y a otros jefes provinciales esa mímica amistosa que, hasta ahora, sólo regalaban a Bergoglio.
Apenas recibe un poco de cariño, el gobernador cae presa de una algarabía exagerada. Scioli fantasea con que la señora de Kirchner se comprometerá tanto con el destino del Frente para la Victoria que, aun a pesar de ella, terminará asegurándole el ingreso a un ballottage presidencial. La Presidenta, imagina Scioli, se sumará a su papeleta como candidata a parlamentaria del Mercosur, gobernadora o diputada bonaerense. Tal vez incluya en una lista a "mi Gordo", como ella llama al joven Máximo. Hasta podría completar la fórmula con un vicepresidente, premiando a Sergio Urribarri, en detrimento de José Luis Gioja o Eduardo Fellner.
La Presidenta, imagina Scioli, se sumará a su papeleta como candidata a parlamentaria del Mercosur, gobernadora o diputada bonaerense.
Estas creencias, que no se apoyan en indicios contundentes, están modelando el proyecto presidencial de Scioli. Su candidatura comienza a insinuarse como una forma de reelección encubierta. Para ponerlo en términos de moda: Cristina Kirchner, que desde que le hablaron de un swap ruso de 10.000 millones de dólares está encandilada con Vladimir Putin, podría ver en Scioli a Dimitri Medvédev. La docilidad ayuda al parecido. Este escenario desvela a muchos inversores y banqueros. ¿La candidatura del gobernador garantiza, como se pensaba hasta hace poco, la cancelación del populismo más allá de 2015?, se preguntan.
Scioli está condenado a las ventajas y mortificaciones de ese continuismo.
Según la última encuesta de Hugo Haime, el 40% de quienes lo aprecian son admiradores de Cristina Kirchner. Pero, según el mismo estudio, más del 50% del electorado quiere un cambio.
Es muy probable que, al descongelar a Scioli, la Presidenta no esté pensando en una ingeniería electoral, sino en la urgente necesidad de reunir al peronismo bajo su jefatura en un momento crítico. Ese objetivo explica otra decisión que ha tomado en estos días: la ratificación de Jorge Capitanich como jefe de Gabinete. Contra los que apostaban a un repliegue del Gobierno, con el reemplazo de Capitanich por alguien de La Cámpora, la señora de Kirchner retuvo a un gobernador del PJ como una de las figuras más visibles de su equipo.
El reacercamiento a Scioli y la confirmación de Capitanich, entendidos como dos formas de seducir a la red federal del peronismo, pueden ser la respuesta a algunos desafíos inquietantes de gestión. El más grave es la curva recesiva.
No hay que pasar por alto que, una semana antes de viajar a La Plata, Kicillof tuvo que dar explicaciones frente al gremialismo oficialista, cada vez más alarmado por la caída del nivel de actividad. También es probable que la Presidenta haya querido abrazarse a los cabecillas de su partido antes de reabrir la guerra contra el Grupo Clarín. Una precaución razonable, sobre todo en el caso de Scioli. Además están las inquietudes que genera el insidioso juez de Nevada. Cam Ferenbach. Investiga, a instancias de los holdouts, el presunto circuito de plata negra de Lázaro Báez, el socio de los Kirchner. Demasiada coincidencia entre los "buitres" y las revelaciones iniciales de Lanata. Todo cierra.
Es muy probable que, al descongelar a Scioli, la Presidenta no esté pensando en una ingeniería electoral, sino en la urgente necesidad de reunir al peronismo bajo su jefatura en un momento crítico.
El juego presidencial sería, así y todo, incomprensible, si no se lo coloca a la luz de otro acontecimiento de las dos últimas semanas: la foto de Sergio Massa y Gerardo Morales en Jujuy. El alboroto que ese retrato produjo en UNEN relevó a los peronistas de dar explicaciones. Así quedó disimulado el trauma más agudo que produjo la reunión: Massa, que sigue siendo el candidato presidencial con mejor imagen en todas las encuestas, se puso al servicio del desplazamiento de varios gobernadores peronistas. Para no dejar lugar a dudas, la jugada se inició en el feudo de Fellner, el presidente del PJ nacional.
Alianzas similares serán reproducidas con otros radicales: Julio Martínez en La Rioja, José Cano en Tucumán, Eduardo Costa en Santa Cruz. Así se termina de desbaratar la hipótesis en la que basaba su conducta buena parte del oficialismo: la presunción de que, amenazado por otra fuerza política, el peronismo se reuniría en un mismo proyecto de poder. Esta idea fue la que motivó, dos meses atrás, el encuentro entre Scioli y José Manuel de la Sota, un episodio que quizá también haya aconsejado a la Presidenta revalorar su vínculo con el gobernador de Buenos Aires. En Jujuy, Massa disipó cualquier ensoñación conciliadora. Días antes de fotografiarse con Morales, comunicó al riojano Luis Beder Herrera: "Los esperé hasta ahora. ¿No vinieron? Lo siento. Ya tiré la llave". Cuando, el domingo pasado, Eduardo "Wado" de Pedro pidió "el regreso de los que se fueron", porque "para conseguir veinte años de gobiernos progresistas hace falta la unidad del peronismo", ya era tarde. Los gobernantes del PJ están ahora amenazados por una doble Nelson: la estrategia recesiva de Kicillof se agrava por el separatismo de Massa.
La ansiedad intelectual lleva a calcular antes de tiempo las consecuencias que estas alianzas cobijan para los alineamientos presidenciales. Ese ejercicio impide detenerse en dos vectores cruciales que hoy rigen la política. El primero es el predominio de las dinámicas territoriales. Ni el Frente Renovador, ni Pro, ni la UCR o UNEN son hasta ahora autosuficientes de alcance nacional. La única organización de ese tipo, y ahí radica una de sus fortalezas, es el Frente para la Victoria, que se amalgama con recursos del Estado. En este marco aparecen urdimbres electorales cuyo sentido se agota en la escala provincial. Los grandes beneficiarios de esta federalización son los radicales, que todavía cuentan con una red de distribución a la que Massa y Mauricio Macri se conectan para disimular su falta de estructura en muchísimos distritos. Para diciembre de 2015, la UCR administrará alrededor de diez provincias a través de alianzas de distinta geometría. Ese fenómeno se irá advirtiendo en el transcurso de los meses.
El otro factor sin el cual es imposible prever el desenlace de la competencia presidencial es el calendario electoral. Al menos en seis provincias -Tierra del Fuego, Neuquén, Córdoba, Santa Fe, Chaco y Salta- los comicios locales se anticiparán a los nacionales. En algunas habrá primarias obligatorias. En otras, como Río Negro, esas internas se celebrarán antes que las nacionales, aunque los comicios generales sean simultáneos. Esta diversidad refuerza el componente territorial de la disputa.
Hay que tener también en cuenta que para agosto del año próximo están previstas las PASO nacionales. Recién entonces se sabrá de qué manera las alianzas provinciales se proyectan sobre las carreras de los candidatos a presidente. Habrá que estar más cerca de esa instancia para conocer cómo capitalizaron Massa o Macri las asociaciones que realizaron para las elecciones de gobernador. Esta incógnita es inseparable de otra: si UNEN, y sobre todo el radicalismo, ofrecerá, además de una liga de agrupaciones provinciales, una candidatura atractiva para la Presidencia.
Para resolver ese problema, que es central en la UCR, no basta con la logística del voto. Nadie puede descartar que si no logra construir una candidatura, un discurso y un programa, el radicalismo -o, en todo caso, UNEN- pase a ocupar un rol similar al que hace años desempeña el Partido del Movimiento Democrático Brasileño. En Brasil, el PMDB coloca al vice de casi todos los presidentes, integra sus gabinetes y controla varios estados como socio indispensable de coaliciones muy variadas. Por ejemplo: hoy, como principal aliado del PT, ese partido ocupa la vicepresidencia, cinco ministerios, seis gobernaciones, cuatro vicegobernaciones, 72 diputaciones y 20 senadurías federales. Sin embargo, en más de un tercio de los distritos brasileños sus dirigentes apoyan al opositor Aécio Neves (PSDB), contra Dilma Rousseff, a quien secunda el titular de la agrupación, Michel Temer.
En el año 2001 se derrumbó el sistema de partidos que había predominado, con variaciones mínimas, desde 1983. Una tendencia natural del intelecto lleva a pensar que ese aparato se reconstruirá sobre su viejo molde. La historia puede tener otras ideas. En estos días se registran decisiones cuyas derivaciones últimas no conocen ni siquiera aquellos que las toman. Es la consecuencia de una organización que se ha pulverizado: pocas veces hubo tanta incertidumbre.