Ingresé al peronismo en los tiempos de Raimundo Ongaro, cuando los hijos de quienes habían festejado el golpe del 55 se acercaban curiosos a tratar de entender aquello que sus familias odiaban. Ongaro fue muy importante en mi generación, abrió las puertas a militantes católicos que no encontraban cauce en el socialcristianismo. En esos días, Antonio Cafiero no era una figura atractiva para nosotros. Eran tiempos de resistencia, anteriores a la lucha armada, en los que persistíamos en el sueño del retorno del General. Cafiero no tuvo presencia política en el retorno de Perón; fue relegado a presidir la Caja de Ahorro, una función secundaria en el peronismo que se imponía.
Pero Cafiero sí iba a ocupar un lugar muy importante para corregir a un peronismo en el que la vocación de secta se imponía a la voluntad de convencer. Muchos, después, ingresaron al peronismo y lo respetaron a través de la imagen democrática que Cafiero supo instalar.
Cafiero tenía la capacidad de confrontar por sus ideas y conservar el afecto y el respeto en las diferencias. Lo enfrenté apoyando a Ítalo Luder, con quien ganamos para ser luego derrotados por Alfonsín. Y en medio de un peronismo aplastado por Saadi pudimos escribir juntos un libro, El peronismo de la derrota, gracias a la gestión de Miguel Unamuno, uno de sus grandes amigos.
Volví a enfrentar a Cafiero al apoyar a Menem; nos guiaban las absurdas ideas de que la transgresión estaba relacionada con mejorar la situación social y de que Cafiero era el jefe de la derecha. Hoy pienso que nos equivocamos: Cafiero hubiera sido mucho mejor gobernante que Menem.
Si reviso el pasado, mis diferencias con Cafiero se asentaban en que lo mirábamos como un conservador. Si analizo el presente, tengo que asumir que fue esencialmente un demócrata, y que la democracia y la libertad son el único camino al progreso social. Agreguemos, para alimentar una visión conspirativa de la historia, que un importante sector del radicalismo apoyaba a Menem contra Cafiero, convencido de que Menem no era un enemigo digno de quitarle el poder. Nuestra historia reciente se vuelve incomprensible si no asumimos una profunda autocrítica.
Cafiero respetaba la inteligencia por encima de la obediencia; en rigor, nunca se rodeó de aplaudidores, siempre se sintió mejor con los que le llevaban la contra. Ese hecho es central para la vida interna de los partidos; Menem y Kirchner hicieron todo lo contrario.
Tuve muchas diferencias con Cafiero; casi siempre terminé jugando en su contra. Pero no puedo olvidar esos tiempos maravillosos en que lo importante eran las ideas y casi nunca se hablaba de otra cosa. Su capacidad de pensar y debatir forma parte de una escuela política que no debemos olvidar y que excede al peronismo. En ella, Antonio Cafiero fue una presencia esencial.
El autor es dirigente peronista, ex director del Comfer.