La renuncia de Juan Carlos Fábrega a la presidencia del Banco Central, forzada por las duras críticas formuladas anteanoche por la presidenta de la Nación, y su reemplazo por el hasta ahora titular de la Comisión Nacional de Valores (CNV), Alejandro Vanoli, fue un nuevo signo de la gravedad institucional que enfrenta nuestro país. Representa una prueba más del error de la jefa del Estado por rodearse de amanuenses y reemplazar a los funcionarios idóneos por los incondicionales.
El alejamiento de Fábrega, un funcionario que había tenido una larga trayectoria en el Banco Nación antes de ser nombrado al frente del Banco Central y que gozaba de respeto en la comunidad financiera, era esperable luego del incendiario discurso pronunciado por Cristina Fernández de Kirchner en la Casa Rosada, en el cual perfiló el país que nos espera a los argentinos durante los 14 meses y diez días que le quedan de mandato constitucional: más intervencionismo en la economía, más populismo, más regulaciones asfixiantes, más aislamiento internacional, más persecuciones sobre empresarios y sobre todo aquel que exprese sus disidencias con lo que queda de un modelo que se cae a pedazos, más rencores y divisiones sembradas desde el poder entre los argentinos, y menos libertades.
Las amenazas lanzadas por la Presidenta contra entidades financieras, agentes de bolsa y empresarios agrícolas no son un buen presagio. Anticipan más ataques que derivarán en nuevos escraches públicos como aquellos a los que el kirchnerismo nos ha acostumbrado, valiéndose ahora de peligrosísimas herramientas como las leyes antiterrorista y de abastecimiento.
Por si esto fuera poco, y como adelantamos el 30 y el 31 de agosto en sendos editoriales titulados "Argenzuela", nuestra Presidenta ha demostrado con creces que ha sido una excelente discípula del chavismo en la invención de enemigos internos y externos en quienes descargar la responsabilidad por los propios fracasos de sus políticas.
Los ataques presidenciales al gobierno de los Estados Unidos por el fallo de un juez neoyorquino convalidado por las instancias superiores de la justicia norteamericana no sólo dan cuenta de una asombrosa ignorancia sobre los principios republicanos de división de poderes y de independencia judicial, sino que acercan a Cristina Kirchner a los caricaturescos recuerdos de Hugo Chávez insultando al "imperialismo yanqui".
El test del ADN populista evidencia la presencia de tres factores constantes: antagonismo social y licuación de las instituciones; cortoplacismo e inconsistencia entre medios y fines, y cesarismo autoritario que empobrece la democracia y las libertades individuales. Las tentaciones populistas representan una forma moderna de lo que el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso ha llamado "utopías regresivas".
El flujo sanguíneo de la cultura populista argentina incluye el capitalismo de amigos, los subsidios irracionales, el empleo público sobreabundante, los favores políticos, el clientelismo y la corrupción. El caldo de cultivo es facilitado por una sociedad que espera demasiado del Estado y respeta poco la función empresaria y la cultura del trabajo, del mérito y del esfuerzo personal. Las estructuras públicas, las empresas y las demás organizaciones sociales quedan de tal modo expuestas a algún grado de colonización por intereses creados.
Entre tanto, la sinfonía populista alienta la utopía de que el deseo engendra derechos y de que, para lograrlos, hay licencia para violar la ley. De tal modo, la violencia intelectual siembra odios que fomentan una "cultura barrabrava" que degrada la convivencia y aumenta el nivel de violencia social.
Cabe recordar que la protesta social, cualquiera que fuere su forma, era impune hasta que comenzó a jaquear al poder. Por eso llegó Sergio Berni, secretario de Seguridad. Antes eran celebrados cortes en Gualeguaychú y piquetes contra empresarios críticos del kirchnerismo. Hubo persecuciones al periodismo independiente, militancias rentadas, planes prebendarios, travestismo partidario y provincias y municipios sometidos al unitarismo fiscal. A los amigos, todo. A los enemigos, castigos de distinta índole.
Muchos actores sociales -entre ellos, un buen número de empresarios? mantuvieron un sonoro silencio que posibilitó el desguace ganadero y las arbitrariedades contra la industria frigorífica y el mundo rural, ignorando que es una nueva forma de industria, facilitando de este modo el desarrollo del ADN populista y autoritario del poder.
La cultura cortoplacista ha sido fiel a la respuesta del presidente de un importante banco de los Estados Unidos a una pregunta sobre la des mesurada expansión de préstamos subprime que alimentó luego la crisis de 2008: "Mientras haya música, hay que bailar", sostuvo. La realidad nos muestra que aquí, en la Argentina, la orquesta desafina hace tiempo, la fiesta llegó a su fin y estamos bajando la cuesta de la canción de Serrat. El cotillón y la cristalería del relato épico son una careta que se cae a pedazos.
Frente a las flaquezas de nuestro escenario socioeconómico, dadas por una inflación galopante combinada con recesión en distintas actividades, el descenso del nivel de empleo, la depreciación del peso y la caída de las reservas del Banco Central, la pregunta de cualquier argentino es si el actual Gobierno sabrá hacer los cambios indispensables y si está realmente dispuesto a llevarlos a cabo, o si seguiremos andando en círculos, sin avanzar hacia un mejor futuro.
La respuesta la dio anteanoche Cristina Kirchner con su mensaje a la militancia, que sorprendentemente hasta festejó la insólita insinuación presidencial de que los Estados Unidos podrían atentar contra su vida, en un paralelismo con sugerencias igualmente grotescas a las que nos tuvieron acostumbrados Chávez y Fidel Castro.
La realidad exige elaborar y abordar una exigente agenda institucional, al igual que ordenar desequilibrios macroeconómicos y sociales. Pero la raíz profunda de nuestros problemas no es de naturaleza económica, sino moral. No se puede seguir cometiendo el error de la izquierda de confundir instrumentos con fines. Tampoco caer en las tentaciones totalitarias.
En estos tiempos vale la pena recordar a Albert Camus cuando decía: "La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre los defectos de los demócratas". Los liderazgos sociales en la política, el sindicalismo, el mundo empresario o la cultura no son cheques en blanco ni señoríos feudales. En ningún ámbito social puede haber consignas tales como "síganme que no los voy a defraudar" o "vamos por todo".
El verdadero liderazgo es compromiso con una visión, con un proyecto nacional -antes que con un simple proyecto de poder- y con un programa de construcción colectiva. Es estar dispuesto a hacer lo correcto para educar e inspirar a una sociedad y a un electorado. Implica también educar al soberano, porque el auténtico desarrollo requiere elevar las aspiraciones de las personas y promover sus energías para que procuren realizarlas en un clima de integración con todo el país y también con el mundo. En otras palabras, todo lo contrario a lo que nos está proponiendo hoy la Presidenta a los argentinos.