Como en tantos otros campos, camina en dirección de aquello que pretende evitar.
Ayer dio un largo paso más, con dos medidas que prometen fortalecer la intervención sobre el sistema financiero. Por un lado, expulsó a Juan Carlos Fábrega de la presidencia del Banco Central, y lo reemplazó por Alejandro Vanoli. Es el jefe de la Comisión Nacional de Valores (CNV), donde se caracterizó por hostigar a empresas a las que la Presidenta señalaba como agentes de un complot.
Por otro lado, el kirchnerismo aprobó anoche en la Cámara de Diputados, sin la participación de la oposición [ver aparte], una amplia y controvertida reforma al Código Civil y Comercial, que, entre otras novedades, establece una pesificación asimétrica de las transacciones bancarias celebradas en dólares.
Si bien la nueva codificación entrará en vigencia en 2016, con ese par de decisiones la señora de Kirchner traspuso, en su marcha dirigista sobre el mercado, una frontera frente a la cual su esposo siempre se detuvo: avanzó sobre los bancos.
Fábrega fue defenestrado por Cristina Kirchner en uno de los cuatro discursos que pronunció anteanoche, cuando denunció que desde el Banco Central se anticipaban los allanamientos a las instituciones financieras investigadas por la Justicia y que allí dormían 80.000 expedientes de presuntas violaciones de la ley penal cambiaria.
En el mismo soliloquio la Presidenta dio pistas de que el nuevo titular del Central sería Vanoli, ya que para muchas de sus acusaciones citó a la CNV como fuente. Vanoli es un economista de larga trayectoria en el sector público, sobre todo en el área de endeudamiento. Se inició en 1988 en la institución que ahora le toca conducir, ocupó una posición técnica en la Secretaría de Finanzas durante la administración de Carlos Menem y cuando llegó al poder Fernando de la Rúa migró hacia la CNV como asesor. Con el ascenso del kirchnerismo se incorporó al grupo Fénix, que defiende el intervencionismo económico.
Sin embargo, recorrer el currículum de Vanoli tal vez no ayude a caracterizarlo. Porque el rasgo principal de su conducta es la obediencia. Por lo tanto, para prever sus comportamientos es más útil conocer las órdenes que recibe que las actividades que desarrolló. La Presidenta tuvo dos ocasiones para estar segura de esa inclinación de Vanoli al sometimiento, indispensable para colaborar con alguien que se cree víctima de una confabulación. La primera fue durante el ataque oficial a Papel Prensa, cuando el nuevo jefe del Central recibía órdenes destempladas de Guillermo Moreno. Hasta existe la sospecha de que algunos de sus dictámenes fueron redactados por Marta Cascales, la esposa de Moreno. La otra exhibición de lealtad canina del sucesor de Fábrega tuvo lugar cuando dictaminó que "difundir el precio del dólar blue es como dar el precio de la cocaína". Tal vez ese aforismo presida su nueva misión.
A pesar de que aceptó aplaudir el discurso en el que lo degollarían, Fábrega no terminaba de asegurar su incondicionalidad. Como presidente del Central cometió tres pecados. El primero, haber conseguido el acuerdo senatorial casi por unanimidad, un consenso incoherente con el estilo del Gobierno. En la Casa Rosada siempre atribuyeron ese logro a una gestión de Jorge Brito, el titular del banco Macro. La segunda desviación está relacionada con la anterior: las opiniones de Fábrega siempre fueron coincidentes con las de los expertos del sistema financiero. Sobre todo la recomendación de subir la tasa de interés para volver más atractivo el peso y desalentar la fuga hacia el dólar. No debe sorprender que, en el mismo discurso, Cristina Kirchner estigmatizara al funcionario y acusara a varios bancos de realizar operaciones de contado con liquidación -que son legales- y de obtener información privilegiada del Central. A esas entidades les atribuyó formar parte de un complot, junto con los Estados Unidos, los holdouts, el juez Thomas Griesa y Estado Islámico, destinada, por lo menos, a destituirla. Tampoco debe extrañar, entonces, que el reemplazante, Vanoli, no sea un experto en política monetaria, sino en desbaratar conjuras imaginarias. La tercera falta de Fábrega fue haber recriminado a Kicillof, delante de la Presidenta, el enfrentamiento con los holdouts. Fue el 25 de agosto pasado, durante una discusión acalorada en Olivos.
Estas apostasías de Fábrega alimentaron una vieja animadversión de los dirigentes de La Cámpora, que lo sustituyeron en la conducción del Banco Nación. Los amigos de Máximo Kirchner parecen estar detrás de la ola de versiones sobre presuntas irregularidades del banquero: desde operaciones de su hermano con una "cueva" financiera hasta la aceptación de un departamento en el condominio Bellini, regalo de un empresario agradecido por la asignación de un crédito del Bicentenario. Habladurías difíciles de verificar. Idénticas a las que se refieren al inexplicale enriquecimiento de algunos colaboradores de Vanoli en la CNV.
Las causales de condena de Fábrega iluminan el camino de su reemplazante. En vez de repetir "sí, Guillermo", deberá decir "sí, Axel". El mercado espera, en consecuencia, que haya una presión sobre los bancos para que reduzcan la tasa de interés, que es una vieja obsesión de Kicillof. Ayer los expertos se preparaban para que el Central deje de capturar pesos a través de lebacs, que se remuneran con una tasa de alrededor del 28%, y lo haga por un aumento de los encajes bancarios, a un costo mucho menor. La ganancia permitiría a Vanoli seguir financiando al Tesoro a menos precio. Es un objetivo principal de Kicillof, que pretende contrarrestar la recesión incrementando todavía más el gasto público. Otro motivo de su conflicto con Fábrega.
La contracara de esta decisión sería una pérdida para los bancos, que optarían por reducir la tasa que pagan a los depositantes. Es probable, entonces, que quienes hasta ahora intentan defenderse de la elevadísima inflación colocando sus ahorros en los bancos, corran hacia el dólar. La brecha entre el oficial y el blue se haría más amplia, aumentaría la expectativa de una devaluación y, por lo tanto, desalentaría a los exportadores a liquidar divisas. Pero la ingeniería estatizante de Kicillof también tiene un remedio para esta nueva conspiración: la ley de abastecimiento.
Las diatribas presidenciales sobre las operaciones de contado con liquidación hacían prever anoche a los especialistas que se prohibirá comprar bonos en dólares con pesos. Por lo tanto, quienes para obtener divisas recurren a la mediación de instrumentos financieros -los importadores de insumos, por ejemplo- deberán adquirir acciones. Pero también esa operación se podría reprimir. Sería un cepo a todo.
La tendencia que se prefigura con la sustitución de Fábrega por Vanoli -otra vez la sibilina prosa de Carta Abierta fue premonitoria- coincide con otra intervención sobre el sistema financiero que, aunque no sería inmediata, es muy delicada. Anteayer, la Asociación de Bancos (ABA), que reúne a las entidades de capital extranjero, envió una carta al presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, para alertar que el nuevo Código Civil y Comercial consagrará una nueva pesificación asimétrica. El artículo 765 admite que préstamos pactados en dólares sean devueltos en pesos. Pero el 1390 excluye de esa posibilidad a los depósitos bancarios. Quiere decir que las entidades financieras estarán obligadas a entregar dólares a quienes les confiaron sus ahorros en esa moneda. Pero las empresas que tomaron créditos en dólares para financiar sus exportaciones podrán saldar su obligación en pesos al cambio oficial. ABA anticipó a Domínguez que habrá un retiro generalizado de dólares de los bancos. Por lo tanto, la reforma no contempla que habrá menos capacidad para financiar exportaciones y disminuirá el nivel de reservas del Central.
El avance de la señora de Kirchner sobre los bancos lleva la marca intelectual de Kicillof. Como todo funcionario que sacraliza una receta, él no atribuye los problemas a las medidas que ha tomado, sino a la demora de las que aún le quedan por tomar. Con la misma lógica la Argentina se fue comprometiendo más y más con la convertibilidad, hasta desembocar en el colapso de 2001. Como si hubiera una oscura armonía entre los procedimientos y los resultados, el kirchnerismo está elaborando su propio 2001. Una crisis artificial, porque deriva más de sus decisiones que de las adversidades objetivas. La señora de Kirchner ya devaluó, entró en default y, gracias a la inflación, emite una cuasi moneda que en vez de llamarse patacón se llama peso. Sólo faltaba un capítulo para completar la secuencia de la farsa y la tragedia: minar con la desconfianza al sistema financiero. Está a punto de lograrlo.