Definitivamente tampoco será esta la “década ganada” para el corderito patagónico, el producto más emblemático de la provincia de los Kirchner.
Las exportaciones del producto han caído a sus mínimos históricos y representan menos del 3% de una producción que también permanece estancada.
Los datos oficiales son categóricos. En 2013 los embarques de carne ovina fueron de apenas 1.260 toneladas, los menores de los últimos quince años. Ni siquiera en plena crisis de 2001 fueron tan bajos: se exportaron entonces 1.718 toneladas. En lo que va de 2014, el negocio tampoco levanta cabeza y los frigoríficos especializados de Santa Cruz, la principal provincia productora, apenas sobreviven.
Hubo tiempos de esplendor para la cría de ovejas, una actividad productiva que se refugió en la región patagónica luego de haber sido paulatinamente desplazada del resto del país por la ganadería bovina y la agricultura. Hasta los años 70, la Argentina era un jugador importante en ese rubro. Se producían 175 mil toneladas de las que se exportaban 45.000, una cuarta parte. El mercado interno era robusto y absorbía el resto. Cada argentino comía entonces 5,5 kilos de cordero por año.
La producción ovina comenzó a desinflarse a pasos agigantados entre la década de los ochenta y noventa, un poco por razones culturales (la preferencia de los argentinos por otros tipos de carne) y otro tanto por la baja rentabilidad y las dificultades obvias de desarrollar una actividad en la dura estepa patagónica. En este derrape, el piso parecía haber llegado con la gran crisis económica y la devaluación de 2001/02. Entonces la producción había caído a escasas 60.000 toneladas.
En los primeros años del kirchnerismo hubo un interesante repunte, que elevó la oferta a 90.000 toneladas y las exportaciones a niveles de entre 10 y 15 mil toneladas. El 85% de los envíos estaban dirigidos a Europa (principalmente a España), donde existe una suerte de Cuota Hilton para carne ovina que supone preferencias arancelarias. La mayor parte de las divisas que se obtenían recalaban en Río Gallegos, donde están los principales frigoríficos. La cosa pintaba tan bien que hasta el empresario kirchnerista Cristóbal López decidió en 2012 construir en Chubut su propia planta para faenar corderos para su marca Indalo.
El evidente retraso cambiario, la intensa sequía, la crisis en Europa que desalentó la demanda, la erupción del volcán Puyehue, la falta de una política ganadera integral. Son todos argumentos que sirven para explicar lo que sucedió a partir de 2010. Los embarques anuales de cordero patagónico se redujeron primero a 5.000 toneladas, luego a 2.500 y en 2013 llegaron a 1.260 toneladas. La caída fue libre.
Como contracara aparece Australia, que en 2014 batirá su récord de exportación, con 218.000 toneladas. Vende corderos en Estados Unidos, China y Oriente Medio. La Argentina debería poder acceder a todos esos mercados porque la Patagonia es libre de fiebre aftosa sin vacunación y el país es libre del mal de la vaca loca. Pero es necesario además tener competitividad, una asignatura pendiente que quedará para la próxima década.