El encargado de negocios de la embajada de los Estados Unidos en la República Argentina, Kevin Sullivan, un profesional con amplia experiencia en la diplomacia pese a su relativa juventud, señaló que "es importante quela Argentina salga del default lo antes posible para poder retornar a la senda del crecimiento económico sustentable y atraer la inversión que necesita". Tal frase, pese a expresar un juicio de valor constructivo y de buena voluntad, resultó suficiente para desatar un torbellino de agraviantes críticas por parte de altos funcionarios, encabezados por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y para que nuestro siempre exagerado y belicoso canciller convocara de inmediato al diplomático norteamericano a dar explicaciones a la sede del ministerio a su cargo y lo amenazara con su expulsión de nuestro territorio.
La sobreactuación del responsable del Palacio San Martín es clara, pero no puede sorprendernos desde que nos referimos al mismo personaje que, no hace mucho tiempo, con alicate en mano y acompañado de cámaras de televisión, abordó un avión militar de los Estados Unidos que había sido invitado a la Argentina, alegando que contenía equipos de espionaje y provocando, una vez más, una innecesaria tensión en la relación con el país del Norte. Su pobre gestión ministerial, en la que se destaca el incalificable acuerdo con Irán por la causa de la AMIA, está plagada de innumerables, irresponsables y desafortunados desaciertos.
Para amplificar la obvia sobrerreacción del canciller, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, sostuvo a coro que las palabras del encargado de negocios norteamericano fueron "incorrectas, inapropiadas y desafortunadas", al tiempo que las consideró "una injerencia indebida en la soberanía de un país".
Por si todo esto fuera poco, el ministro de Economía, Axel Kicillof, sugirió insólitamente que detrás de la suba en la cotización del dólar paralelo contra el peso argentino estaba el gobierno de Barack Obama. Como si el alza de la moneda norteamericana en nuestro país no fuera el efecto del pánico que, en las últimas semanas, exhiben muchos argentinos que huyen del peso para no ver esfumado su creciente pérdida de poder adquisitivo frente a la feroz inflación.
Como corolario, la presidenta Cristina Kirchner recurrió a varios mensajes en la red social Twitter para criticar las que consideró como "absolutamente impropias" declaraciones de Sullivan, "que motivaron -según sostuvo- la obligada intervención de la Cancillería ante la intromisión en asuntos internos por parte de un diplomático extranjero".
Si sólo comparamos las expresiones que han motivado las críticas de las autoridades argentinas, con la larga serie de improperios y gruesos calificativos dirigidos al gobierno y a la justicia norteamericana emanados, por ejemplo, de la boca del ministro Kicillof, la protesta del gobierno nacional es groseramente desproporcionada. El desbocado frenesí de la Presidenta sobre este tema, a través de Twitter, sugiere idéntica conclusión. A Cristina Kirchner le cabe, como anillo al dedo, el dicho "Haz lo que yo digo, no lo que yo hago".
El principio de no intervención está incluido en la Carta de las Naciones Unidas; también lo estuvo en los documentos constitutivos de la Liga de las Naciones y se halla, asimismo, en la Carta de la Organización de Estados Americanos. No obstante, si bien se trata de uno de los principios constitucionales del derecho internacional, como todos, está siempre sometido al criterio de la razonabilidad.
Cabría preguntarse si es realmente nuestra deuda externa un asunto exclusivamente interno. ¿Acaso no hay acreedores de la Argentina dispersos por todo el mundo? ¿Y no estamos frente a decisiones de tribunales extranjeros a los cuales voluntariamente se sometieron nuestras autoridades, renunciando así a nuestra inmunidad soberana? Exagerar tiene sus costos y no ayuda en nada. A menos, claro está, que se procure distraer con mensajes populistas y falsamente nacionalistas al auditorio doméstico respecto del lamentable estado en que se encuentra nuestra castigada economía.
Habrá ahora que esperar a conocer el contenido del discurso que nuestra agresiva primera mandataria pronunciará en los próximos días desde el podio de las Naciones Unidas para poder continuar comparando las manifestaciones de nuestras más altas autoridades nacionales con las del diplomático aludido que causaron el agravio y la reciente queja del gobierno nacional, y volver entonces a referirnos, en su caso, a la cuestión de la proporcionalidad.
Nuestra política exterior debería dejar de estar influida por un ímpetu esquizofrénico, al tiempo que debería abandonar de una buena vez las actitudes patoteriles. Éstas no hacen más que restarle seriedad al país y seguir dañando en forma cada vez más irreversible su imagen en el mundo.
La expresión de deseos del aludido funcionario norteamericano, realizada con absoluta prudencia, sólo sirvió de excusa a un gobierno consagrado a distraer la atención de la ciudadanía de los graves problemas socioeconómicos y a fustigar a los Estados Unidos con el mero afán de encubrir con sus ataques a terceros los enormes desaciertos que ha ido acumulando en los últimos tiempos en perjuicio de todos los argentinos. Esto es, a buscar "culpables" de lo que, en rigor, son sus propios y enormes errores de gestión.