Ese empresario estuvo en los últimos días con Cristina Fernández. Frente al estupor de quienes lo escuchaban, precisó: “El recuerdo tiene que ver por su desconexión con la realidad. Pero por ninguna otra cosa”. Hay realidades, contextos políticos y capacidades personales que resultaríaninadecuados para insinuar cualquier comparación.
Valdría revisar páginas de aquella vieja historia. Isabel también negaba los desbarajustes económicos y sociales que producía la inflación a mediados de los 70. Protegía además a José López Rega, artífice de la demoníaca Triple A. Su divorcio con la realidad era de tal magnitud que para aplacar los reclamos salariales convocó a la CGT a Olivos. La recibió acompañada sólo por López Rega. Los gremios terminaron haciendo en junio de 1975 un paro y una marcha de protesta que forzó la salida de López Rega y abrió el curso a una profunda crisis que derivó en la dictadura de marzo de 1976.
Nada de todo aquello, salvo cierta ajenidad con la situación que la circunda, sería asimilable al presente de Cristina. No existe, por fortuna, ni la violencia ni la criminalidad política. Ese fenómeno se desnuda ahora a través del delito común, las mafias y los narcos. Está extinguida también la amenaza militar. El único registro en ese universo tiene como protagonista hoy, al general César Milani, jefe del Ejército y kirchnerista confeso. No hay tampoco rastros de luchas titánicas en el sindicalismo ni dentro de la maquinaria peronista. Los gremios afines están partidos en cuatro (la CGT de Hugo Moyano, de Antonio Caló, de Luis Barrionuevo, y la CTA de Hugo Yasky).
Y el pejotismo parece una cáscara vacía.
El poder de la liga de gobernadores, que hasta supo imponerle condiciones a Eduardo Duhalde, se ha esfumado. El último liderazgo nacido de esas entrañas fue el de Néstor Kirchner, en los tiempos especiales de la pos crisis. La permanencia de Daniel Scioli como figura expectante podría explicarse más desde su imagen y popularidadque desde su pertenencia a aquel sistema. La irrupción de Sergio Massa, diputado y ex intendente, como opositor interno sería otra señal delespacio político vacante. También, desde otra vereda, el modo de Mauricio Macri para ir articulando el PRO diría algo: casi siempre a través de alianzas con la dirigencia intermedia, eludiendo en lo posible a los mandatarios provinciales.
Está visto, entonces, que Cristina gobierna sin acechanzas como las que, también por su enorme impericia, debió enfrentar Isabel.
La Presidenta goza de márgenes políticos y sociales que no dispuso ninguno de sus antecesores.
Raúl Alfonsín sufrió 13 huelgas generales y tres rebeliones castrenses. El contexto económico internacional es, por otra parte, el más favorable de los 31 años de democracia. Sin embargo Cristina atraviesa una época de crisis y lidia contra fantasmas que ella misma se ocupa de atizar.
El bautismo fue con el campo en el 2008. Desfilaron después los medios de comunicación que la critican, el Poder Judicial y ahora mismo la industria. Sin contar las reyertas con medio mundo, incluidas muchas naciones de la región. Resulta verdaderamente difícil de explicar y comprender. Ahora la Presidenta supone que las empresas automotrices urdirían algún complot por la fuerte caída en la venta de vehículos. Exigió a las fábricas, durante un acto oficial, que vendan autos, como si se tratara de un gesto mágico o voluntario. Sospecha que esos autos estarían escondidos, en una perversa maniobra de especulación. Como podría suceder con la soja, el trigo o el maíz. ¿Esconderlos para qué?. La conjetura con los granos tendría asidero por la fluctuación de las cotizaciones en los mercados internacionales. El supuesto encanutamiento de los autos –para replicar el lenguaje presidencial– sería sin remedio a pérdida para la industria.
Los autos no caben, como los granos, en los silos.
Se guardan a la intemperie. Y se dañan. Basta con echar un vistazo a cualquier planta del ramo.
El nuevo empeño de Cristina estaría demostrando dos cosas. Una claraincomprensión sobre el fenómeno; también las desarticulacionesque sufre por los cuatro costados el modelo económico. Nunca una crisis se fundamenta en una sola razón. Salvo en economías de raquítico volumen.
Los problemas estarían en varios lados.
Por caso, en las recetas de Axel Kicillof. Además, en el poder que concentra su ministro de Economía que eclipsa al resto del equipo de Gobierno. También, en la ausencia de ideas e identidad del heterogéneo conglomerado político que le es irrenunciablemente fiel. Apenas tallan La Cámpora y algunos movimientos sociales. Kicillof es economista y académico. Aunque exhibe una destreza para el manejo de la economía real similar a la de Guillermo Moreno.
El descenso de la industria automotriz obedece a la pérdida objetiva del poder adquisitivo de los salarios, producto de la inflación galopante, y a la ausencia de dólares para la importación. Apenas un 23% de las autopartes son nacionales. El resto viene del exterior. Y no se pueden pagar ahora porque los errores del Gobierno han fracturado la confianza colectiva y fogoneado la tradición argentina de refugiarse en la moneda estadounidense cada vez que las cosas huelen mal. En lo que va de septiembre (dos semanas) ya se consumió casi la misma cantidad de dólar ahorro contabilizado en agosto (US$ 250 millones).
Ante la desesperación, Kicillof no hurga en ninguna solución estructural.
Recurre a enmiendas. Elevó el piso de los asalariados con acceso a la compra de dólares. A la vieja restricción de poder facturar en dólares, la AFIP incorporó una novedad. Los bares, restaurantes y hoteles deben exigir una declaración jurada previa a los clientes que requieran una factura tipo A, que deducen de sus contribuciones. La norma se amplió los últimos días. Los sábados y domingos regirá una prohibición total. Herramientas que parecen estar impregnadas de la misma lógica que cuando se predica un ajuste de gastos en el Estado y se suprime el servicio de café.
Las gestiones apresuradas con China, en cambio, pueden merecer otra atención.
Con el país asiático se firmó un swap por 11 mil millones de yuanes que el Gobierno pretende activar y virar a dólares para apuntalar las reservas del Banco Central. Los chinos observan el paisaje antes de tomar una decisión, aunque tendrían vocación de colaborar.
Pero aquel paisaje los inquieta por dos razones. No alcanzan a saber si las tramitaciones con Juan Carlos Fábrega, el titular del Central, serían convalidadas por Kicillof.
“El banquero transmite confianza. El ministro, mucho menos”, confió un diplomático de China. La administración de Xi Jinping, por otra parte, intentaría descubrir cuál será la determinación final de Cristina en el conflicto con los fondos buitre.
¿Un default parcial sólo hasta comienzos del 2015? ¿O un recorrido hasta el final de su mandato envuelta en la bandera política de “Patria o buitres?
Los mercados apuestan a la primera opción. Pero los chinos vacilan. En principio, podrían autorizar la conversión de yuanes a US$ 700 millones hasta diciembre. Algo que le serviría al Gobierno, quizás, para tirar hasta fin de año.
La Presidenta vivió como una victoria la aprobación de la ley que cambia la sede del pago a los bonistas que entraron en los canjes de la deuda. También, la decisión de la ONU, por una propuesta argentina, de elaborar un nuevo marco jurídico protectivo contra la usura para las futuras reestructuraciones de deuda.
Ninguna de las dos cosas ayudan a solucionar en lo inmediato el problema con los buitres, el fallo del juez Thomas Griesa ni la pelea con la Justicia estadounidense.
Aquella ley, a juicio de los especialistas, carecería de una hoja de ruta técnico-financiera para que los bonistas puedan cobrar. Estaría diseñada barajando la ingenuidad de que los acreedores, de a uno, puedan ir pasando por las ventanillas del Banco Nación. La aprobación de la iniciativa en la ONU podría estar terminada recién para la Asamblea General del 2015.
Y carece de efecto retroactivo. Es decir, no le da escape al incordio actual del Gobierno con los buitres.
Tanta acumulación de problemas e incertidumbre, sobre todo ligados al bolsillo y la economía, estaría instalando en la sociedad un ánimo de frustración en el último tramo de la década K. Según el informe de una consultora que trabaja para el sector privado, el 72% de los consultados le echaría la culpa por ese clima al Gobierno. Pero la figura de Cristina, a la vez, no cedería niveles de aceptación del 40%. ¿Cómo podría conjugarse una cosa con la otra? Las opiniones serían más enredadas aún frente a otras interpelaciones. El 48% apoyaría el manejo oficial del tema con los buitres.
Pero un 74% creería que habría que pagar lo dispuesto por Griesa. Un 58% estima que el Gobierno, al final, terminará acordando.
Aquellos números serían innecesarios para percibir que, al final del ciclo, asoma una mayoría social confundida y enojada. Cristina apunta por esa realidad – creáse o no– a las noticias que difunden las radios. No repara que el problema estaría muy cerca suyo: sería su propio Gobierno.