Modos que fueron resaltados por tres dirigentes que trabajaron con ella, algunos de los cuáles son tan evidentes que ni siquiera necesitan confirmación científica. No la insulté ni la ataqué de manera personal.
Tampoco negué sus virtudes, ni su honestidad, ni su lucha contra la corrupción. Solo hablé de sus notables rasgos narcisistas, de su autoritarismo, de su pretendida superioridad moral, de su ninguneo, de su nulo registro por el otro y de la baja tolerancia ante una opinión diferente. Y señalé el uso indiscriminado de su condición de mujer para protegerse de los ataques de sus adversarios políticos.
También destaqué que la honestidad debería ser un rasgo imprescindible para ser un buen dirigente político, pero que no alcanzaba con levantar el dedo y denunciar en los medios si el objetivo era construir una República o un país mejor. Es cierto: además opiné que esos comportamientos y ese estilo la hacían parecerse bastante a la Presidenta Cristina Fernández.
Y conté algunas escenas de la que fui testigo privilegiado, para sustentar mi argumentación. Algunos, como mi compañero en la radio Gustavo Noriega, tuvieron la deferencia de decirme en privado que no compartía mi opinión, porque creía, sencillamente, que no eran comparables el poder que ostenta la jefa de Estado con el que ejerce Carrió.
Tampoco su rango de honestidad. Le expliqué que respetaba su opinión, pero que no estaba denunciando a Carrió ante la justicia, sino solo marcando algunas de sus conductas personales, conductas que afectan sus decisiones políticas y que por lo tanto pueden ser sometidas al análisis de la prensa.
Algunos colegas y dirigentes políticos, incluso de UNEN, me hicieron saber que compartían muchas de las cosas que había escrito. Uno muy conocido, que me pidió estricta reserva de su identidad, me felicitó por el coraje y me dijo que muy pocos se atrevían a señalar esas observaciones en público porque temía que Carrió los acusara de machistas corruptos o de trabajar para el gobierno, los narcotraficantes o las mafias enquistadas en el país.
Si Lilita te señala con el dedo es capaz de hacerte mucho daño, por eso nadie se anima a decirle en la cara lo que piensa sobre algunos de sus gestos o decisiones políticas, me explicó. Me hizo notar que en eso consiste el poder de Carrió. Y que, depende de cómo se mire, también podía considerarse un poder coercitivo o extorsivo.
Traté de aclararle que mi mirada sobre ella no es la misma que la del senador Aníbal Fernández, quien cada tanto la califica de una loca. Le planteé que observar estos rasgos autoritarios o narcisistas no impedía que siguiera valorando, y mucho, su persistente voluntad de denunciar los casos de corrupción. De hecho, las denuncias judiciales de Carrió y de su equipo sirvieron como fuente de consulta para decenas de libros de investigación, entre los cuales se encuentra El Dueño, publicado en noviembre de 2009 y que tanto la legisladora como sus pares usaron de ejemplo de periodismo necesario. Lo que sí me sorprendió es el nivel de agresión de algunos de los lectores que simpatizan con la diputada nacional y ahora precandidata a Presidenta.
Perverso, machista y peronista, a modo insulto, fueron algunas de las descalificaciones más simpáticas. Otros me calificaron de incoherente porque no hace mucho me pregunté cómo podía ser que Mauricio Macri y Carrió nunca, ni una sola vez en la vida, se hayan sentado a tomar un café. Los más comprensivos me invitaron a reflexionar y hacer una autocrítica antes de que el Apocalipsis me cayera encima. A los primeros, algunos de los cuales pertenecen a la fuerza política que lidera Carrió, tengo para decirles que son demasiado parecidos a quienes más desprecian, los cybernautas incapaces de hacer otra cosa que defender el modelo K e insultar a sus críticos, sean dirigentes, periodistas o lectores de buena fe.
A los segundos les aclaro que me sigue pareciendo una excelente idea que Macri y Carrió se sienten a tomar un café. Le recomedaría, eso sí, que no se levantara de la mesa en la mitad de la conversación y que tuviera la deferencia de escuchar al otro, por más aburrido que parezca, o por más que no piense como ella. En ese sentido, lo que hizo el jueves pasado, ni bien empezó a hablar Gabriela Michetti, en un panel que compartían, no contribuye a la mínima convivencia con un partido con el que pretende acordar.
A los que me preguntaron por qué no interrogo a Sergio Massa sobre la relación que tenía con el vicepresidente Amado Boudou y su posición frente a su complicada situación judicial les recomiendo que revisen el archivo de la Cornisa TV de este mismo año. A propósito de Massa: aprovecho para decir ahora mismo que el líder del Frente Renovador tiene una fuerte tendencia a comportarse, frente a los medios, como lo hacía Néstor Kirchner. Espero que no la acentúe, si le toca suceder a este gobierno.
Agrego, de paso, que a veces Macri tiene la fantasía de que todos los periodistas deberían elegir los mismos amigos y los mismos enemigos que colecciona él. Sería bueno que alguien se lo diga antes, ahora que crece en las encuestas y muchos lo ven un poco más rubio y más alto. Y hago votos para que el gobernador Daniel Scioli, en el caso de alcanzar la primera magistratura, siga siendo tolerante con las críticas, como aparenta ser ahora, cuando necesita de los medios para cumplir su objetivo.
Pero volviendo al asunto que nos ocupa: ¿No se puede criticar a Carrió? ¿Solo debemos hacernos ecos de sus denuncias y escucharla en silencio para ser considerados bien pensantes, honestos, éticos e irreprochables?