Acaso dos certezas pueden extraerse de la observación del comportamiento social durante el kirchnerismo: la primera es que su popularidad se asentó, en primer término, sobre logros económicos; la segunda, que el votante medio fue más receptivo al relato precisamente cuando sus ingresos registraron saldo favorable. Estos mecanismos no siempre funcionaron de manera acompasada, pero al final terminaron convergiendo en una constatación que no es novedosa aquí ni en el mundo: la suerte de un gobierno se cifra hoy en la economía, antes que en la política o los valores.

El desacople entre economía y relato quizá tuvo su principal manifestación con motivo de la muerte de Néstor Kirchner, un hecho inesperado que fortaleció de manera decisiva al Gobierno. Si bien la economía estaba en ascenso en ese momento, quedó claro que el incremento extraordinario de la imagen presidencial ocurrido entonces se debió a otro factor: una fuerte identificación emocional de la opinión pública con el líder malogrado y su viuda. A partir de allí, economía, viudez y relato se retroalimentaron hasta desembocar en el amplio triunfo que posibilitó la reelección presidencial.

Aunque puede aceptarse que durante la presidencia de Cristina existió un plus de popularidad explicado por su liderazgo político, lo cierto es que el factor clave fue la economía. Así lo atestiguan el comportamiento del Índice de Confianza del Consumidor y la aprobación de la política económica, cuya evolución fue similar a la imagen presidencial en el período 2008-2014. En algunas circunstancias, como cuando enviudó o estuvo enferma, y ahora, con la gesta de la deuda, la evaluación se apoyó en motivos no económicos para crecer. Pero, en el mediano plazo, los ingresos, el empleo y el consumo fueron los elementos que explicaron en última instancia el desempeño presidencial.

Estos comportamientos deben proyectarse a los próximos meses para estimar qué podría suceder en la fase final de la transición. Sin embargo, no puede tratarse de un traslado mecánico de la causalidad económica, sino de una ponderación cuidadosa de factores. En este punto resulta importante descifrar las señales que está emitiendo la sociedad ante las elecciones presidenciales. Una parte de ella muestra deseo de continuidad. Por ejemplo: se incrementa mes a mes la mayoría que quiere que el próximo gobierno conserve los logros del actual y solucione problemas que preocupan y desesperan. En otras palabras, la aritmética del conformismo se compone así: trabajo, ingresos y protección social, menos inflación e inseguridad. Por otra parte, la Presidenta conserva márgenes de popularidad en torno al 40% y un porcentaje similar de argentinos dice que votaría para presidente a un candidato identificado con ella.

Estas tendencias deben confrontarse con el descenso de las expectativas sobre el país y la economía, que si bien no son tan negativas como las registradas en enero pasado, se profundizarán en la medida en que la recesión y la inflación aumenten. En cierta forma, la sociedad está pasando de las certezas del modelo a los temores de una licuación de sus beneficios. El miedo a perder el trabajo y los ingresos se abre paso, desdibujando los logros alcanzados durante los últimos años.

¿Cómo influye esta situación en el tablero electoral y qué puede esperarse en adelante? Si nos atuviéramos al condicionamiento de la economía sobre el voto, la conclusión sería que, de mantenerse y profundizarse el descenso de los ingresos familiares, como lo prevén las estimaciones, el candidato más perjudicado sería el que estuviera más cerca del Gobierno. Sin embargo, esta premisa, que afectaría en primer lugar a Daniel Scioli, podría invalidarse por dos factores: que el candidato inicie un camino progresivo de diferenciación respecto del oficialismo y que los votantes interpreten que es la mejor opción para mantener el equilibrio entre continuidad y cambio.

La marcha de la carrera electoral muestra una relativa paridad entre los principales competidores. Por eso, además, la calidad de las campañas será otro factor importante para determinar el ganador. Mientras esperan incrementar sus chances por la crisis económica, los de perfil netamente opositor -Massa y Macri- tienen que resolver dos problemas acuciantes: cómo liderar la agenda ante un gobierno que, mal o bien, siempre se las arregló para manejarla; y cómo convencer a los electores de que solucionarán los problemas, pero mantendrán las conquistas.

Cuando falta un año para las elecciones primarias el juego está abierto y nadie sabe quién logrará la presidencia y cuál será la situación social y económica del país para entonces. Es claro que las expectativas son más altas que la capacidad que tendrá el próximo gobierno para colmarlas, de modo que su habilidad tal vez consista en administrar una frustración mientras diseña un horizonte. Para eso se necesitará un liderazgo sensato y con capacidad de mediación, cualidades ausentes en el ciclo que termina.